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Reflexiones, precauciones y sugerencias ante la crisis política

El liderazgo propuesto aquí no consiste en el que busca definir respuestas o visiones seguras, sino en el que asume el riesgo de un cierto nivel de incertidumbre y desequilibrio para dar paso al cambio.


En mi última columna busqué establecer que la crisis desatada por el caso coimas era la expresión de un problema de fondo, relacionado con una concepción y práctica política inadecuadas.



Aunque la respuesta institucional y las iniciativas gubernamentales son señales positivas respecto de nuestra capacidad de reaccionar, sigo sosteniendo que la prueba de fuego para superar estos problemas recae en el ámbito de la política, y más específicamente en el ejercicio del liderazgo político. Ninguna ley, ni norma ni reglamento interno, por muy draconiano que sea, podrá evitar la comisión de delitos o a lo más los hará más difíciles de cometer.



Desgraciadamente, en el campo de la política los signos no son muy alentadores.



Mientras no asumamos en plenitud que este problema nos afecta a todos por igual, no solo las propuestas de solución que surjan tendrán un alcance limitado, sino peor aún, se corre el riesgo de agudizar aun más el conflicto.



La política del sálvese quien pueda, además de ser miope, pone en riesgo el propósito fundamental de todos y cada uno de los partidos de la Concertación: darle buen gobierno a Chile. Ni la impunidad ni el canibalismo son las respuestas pertinentes para salir de la crisis.



Quienes calculan que salvándose ellos o su partido podrán revertir los efectos del daño causado están en un profundo error, pues lo que ganen en el corto plazo lo obtendrán necesariamente a costa de lo que pierdan nuestros aliados y no nuestros adversarios políticos. Con ello dejan intacta la opción de la derecha el año 2005.



En cambio, si asumimos que los momentos actuales exigen generosidad, altura de miras y sobre todo reafirmación de nuestra voluntad concertacionista, se hace imprescindible valorar y destacar los elementos que le dieron identidad y sentido a la coalición.



La premisa subyacente hasta ahora ha sido que la Concertación sigue teniendo una razón de ser más allá de la sola mantención en el poder. Sin embargo, atendiendo a la profundidad de la crisis actual, se requiere explicitar algunas de las convicciones que sostienen tal aspiración.



La primera es que Chile tendrá más democracia y republicanismo con un o una Presidente de la Concertación que con uno de la derecha. La segunda, que la Concertación representa aún la mejor opción para alcanzar más equidad y cohesión social en Chile.



La tercera convicción muestra que existe la posibilidad al interior del pacto para darle un suplemento de alma y una nueva inspiración a nuestro proyecto que logre sacarnos del marasmo anímico. La cuarta apunta a que pese a los errores cometidos y la corrupción que aflora desde la Concertación, lo cierto es que la que le conocemos a la derecha es a mayor escala, con la agravante que incluyó además atrocidades en el ámbito de los derechos humanos, todo ello en el marco de una política sistemática.



Con esto no deseo caer en el error que refleja el refrán mal de muchos, consuelo de tontos. Por el contrario, la envergadura de la crisis exige una respuesta contundente y de fondo para evitar o al menos contener que estos hechos se repitan en el futuro. Para ello debemos asumir esta crisis como una oportunidad, lo que exige decisiones que sólo pueden emerger del ejercicio del liderazgo político, tanto a nivel de los partidos que somos parte de la coalición gobernante como del propio gobierno.



Estamos frente a un desafío adaptativo en el sentido que se requiere no solo una evaluación de la realidad, sino también la clarificación de valores, debido a que la brecha existente entre ambos no se podrá cerrar mediante la sola aplicación del conocimiento operativo corriente a la conducta de rutina.



Para salir del atolladero necesitamos que la invención y la acción cambien las circunstancias, con el fin de armonizar la realidad con los valores y asumir incluso que éstos deben cambiar.



El liderazgo propuesto aquí no consiste en el que busca definir respuestas o visiones seguras, sino en el que asume el riesgo de un cierto nivel de incertidumbre y desequilibrio para dar paso al cambio.



Este liderazgo requiere de valor y decisión para hacerse preguntas como ¿qué hemos hecho mal? ¿qué falló? ¿qué valores centrales suprimimos u omitimos que generaron una distorsión del sentido de la política y del servicio público? Las respuestas sólo surgirán si asumimos el sentido de la urgencia, pues sin el sentimiento de que algo tiene que cambiar, es posible que no hagamos lo suficiente, y luego sea demasiado tarde.



Si ello no ocurre, de seguro terminaremos culpando a la autoridad, buscando chivos expiatorios, negando el problema, saltando a las conclusiones o encontrando una cuestión distractiva que no hará sino evadir nuestra responsabilidad.



Hasta ahora todo parece muy complejo. Sin embargo, me atrevo a sugerir una solución complementaria a las ya conocidas. Esta consiste en asumir que nos equivocamos, en parte, en la selección y promoción de algunos de los nuestros, que representaban una noción y estilo de hacer política impropia de quienes estamos llamados a servir.



En consecuencia, demos paso al relevo donde sea necesario y aseguremos un buen gobierno en los más de tres años que restan.



(*) Investigador del CED.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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