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La guerra, los principios, la economía y la p… que te parió

Se equivocan aquellos que consideran que si se nos dio voz en el concierto internacional debemos usarla solo para repetir lo que opine el «gran hermano». Al final, estoy seguro que el respeto frente a él y frente a los otros grandes lo ganaremos no por convertirnos en su caja de resonancia, sino por mostrar inteligentemente lo que nuestros valores e historia nos han enseñado.


La guerra. Una crónica anunciada que no pudo evitarse. Vómitos de fuego sobre Bagdad; marines avanzando por el desierto; las bandera iraquí bajada de los techos institucionales de sus ciudades y reemplazada, aunque por breves segundos, por la «Stars & Stripes» o la «Union Jack»; los dobles de Sadam que antes pululaban por la TV y desfiles, hoy están escondidos dentro de los búnkeres subterráneos, sudorosos y angustiados afeitándose el bigote; y el propio dictador a horas de su muerte piensa cómo lo recordará la historia, cómo lo recordará el mundo árabe, qué tal lo recibirá Alá. Y Bush diciéndole al mundo árabe que Alá no existe; que Alá es él; que el paraíso es EEUU, y que si Mahoma no va a la montaña, pues él se las trae junto a todo el paraíso «made in USA».



Y Chile. Chile como queriendo decir no a la guerra. Finalmente así lo señaló a través de sus autoridades: el país no hubiera votado a favor de la guerra en el Consejo de Seguridad de la ONU. Estuvo muy bien.



Algunos analistas alegan que la decisión chilena respecto a la votación que nunca fue, terminó perjudicando nuestra relación con EEUU; que no se debió haber mostrado esa carta si finalmente no era necesario; que nos traerá costos; que la puesta en marcha del TLC se verá, a lo menos, demorada; que tal decisión nos afectará económicamente; que ahora no debemos molestar más y ‘abuenarnos’ con nuestro vecino del norte, y si eso implica preparar tropas de paz, mejor aún; y bla, bla, bla. Soluciones todas bastantes pragmáticas.



Frente a esta vociferación de analistas y opinólogos varios, se extraña bastante la presencia de fundamentos basados en nuestra ética y moralidad, en nuestras creencias y dignidad.



Las ideas de algunos de estos opinólogos es un excelente ejemplo de una visión ahistórica, liberal individualista, de las relaciones entre agentes. Detrás de todo este excesivo cuidado por no molestar al «big brother» está la firme convicción, aunque no se den cuenta estos analistas, de que se está protegiendo el ideario del ‘aviso comercial’: la felicidad se encuentra manteniendo la casita de pequeño jardín en los suburbios, con el auto 4×4 embutido en el pequeño garage. Por lo tanto, no queremos que nadie venga a estropear esta felicidad, que se nos permita vivir tranquilos en nuestras casitas y llevar una vida sin sobresaltos ni incertidumbre económica.



A la larga, este discurso coloca en nuestras cabezas la idea que la guerra es mala si eso implica que la bencina suba $1 y es buena si eso implica que logre bajar $1. Un análisis reduccionista por dónde se le mire.



Si toda decisión fuese sopesada por intereses económicos o materiales -incluso los vitales o individuales-, entonces el mundo y nuestro país, serían muy distintos hoy día. Para empezar, seguiríamos siendo una colonia de España: «es que para qué luchar por una Independencia que probablemente nos hará más pobres, nos enemistará con uno de los imperios más poderosos del orbe, y además, significará daños humanos».



Ni hablar de la oposición araucana a los españoles. Jamás hubiera existido. Leftaro nunca hubiera vuelto donde los suyos a liderar la rebelión contra los europeos. No, para qué, si con los conquistadores obtenía abrigo, comida y bebida.



Arturo Prat nunca se hubiera lanzado al abordaje. Hubiera, sí, abordado el Huáscar, pero para negociar con Grau «¿y, cómo quedo en esta parada?» antes de firmar la rendición de la Esmeralda. Ah, ¿y la tripulación?: «pues, que se joda. Yo ya me arreglé los bigotes». Ese sería nuestro Prat.



¿Los suicidios de Balmaceda, de Allende? Ä„Una estupidez, una irracionalidad, sin lugar a dudas!



Durante la dictadura de Pinochet tales analistas podrían entender perfectamente la actitud delatora de los soplones, apuntando el dedo contra sus camaradas de izquierda. Lo que no entenderían es cómo no se presentaron filas de voluntarios para tales tareas. Total, un buen billete y la seguridad física le vendría bastante bien a algunos.



Ah, y las marchas y protestas de jóvenes estudiantes por 1986 o 1987: Ä„algo totalmente ridículo! ¿Por qué no se dedican a estudiar mejor? ¿No ven lo que le pasó a Rodrigo y Carmen Gloria? ¿De qué les sirvió (a Rodrigo, principalmente) tanta marcha y canto frente al titán poderoso que tenían al frente? Terminen sus carreras mejor, ya que mientras antes entren al mercado laboral, antes estarán terminando de pagar el último dividendo del DFL2.



Y hoy, tener la osadía de decir no a la guerra. Un gran pecado, un gran error estratégico. Quedémonos calladitos mejor, es que si el TLC se demora, si la situación económica no repunta, si suben las tasas de interés, tendré más problemas para pagar las cuotas de mi 4×4.



Pues, se equivocan los que ven un mundo poblado solo de individuos. Hay más que eso, hay proyectos de vida comunitarios, hay sentido de nación, existen códigos valóricos que nos entregan sentido de existencia e incluso de trascendencia, contamos con un legado histórico que nos entrega claves para entender y opinar acerca de lo que consideramos bueno y malo. Y existe una forma de vida en el futuro que dependerá de los que opinemos y defendamos hoy día.



Se equivocan aquellos que consideran que si se nos dio voz en el concierto internacional debemos usarla solo para repetir lo que opine el «gran hermano». Al final, estoy seguro que el respeto frente a él y frente a los otros grandes lo ganaremos no por convertirnos en su caja de resonancia, sino por mostrar inteligentemente lo que nuestros valores e historia nos han enseñado.



En cambio, el país que nos proponen estos opinólogos, es un país de mierda. O tal vez no, para quienes piensen que la historia terminó, para aquellos que no crean en nuevos proyectos colectivos, que les guste ser lobotomizados en sus compromisos ciudadanos y valores sociales, o que simplemente les guste la idea de verse convertidos en un suburbio más de otro país.



(*) Economista de University of Cambridge y el CED

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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