Publicidad

Utopías dibujadas en septiembre


¿Cómo fijar los ejes posibles para una acción política progresista en el contexto internacional contemporáneo? ¿Cómo hilvanar una visión integrada para un modelo de sociedad democrática, que cubra las expectativas de una gran mayoría y que resulte alcanzable y sustentable?



De partida, la vida nos ha enseñado a acotar los sueños a los espacios realistas de lo posible. No se trata de forjar utopías que sólo encandilen, no se trata de propuestas proselitistas, sino de proponer un debate cívico para una propuesta responsable.



En medio de la vorágine que ha supuesto cruzar como sociedad el umbral de los 30 años, desde el quiebre institucional que fracturó el alma de Chile, vuelve a instalarse en el análisis una situación equiparable a lo que fuera el planteamiento osado de 35 años atrás, como lo fuera pretender construir una sociedad más justa, en medio de un sistema internacional bipolar rígido, que no admitía acciones soberanas contrarias a los dictados ideológicos de la potencia hegemónica. Se trata ahora del desafío, en los umbrales de un nuevo siglo, de pensar nuestro país y nuestra sociedad en el contexto y condicionantes de un sistema mundial que está también cruzado por conflictos de alta peligrosidad por su impacto colateral.



Habiendo asumido la sociedad chilena, por herencia o por adhesión entusiasta, los parámetros de un modelo neoliberal, concentrador y regresivo en la distribución del ingreso, las categorías antiguas, de derecha, centro e izquierda, no son válidas para comparar hoy las propuestas políticas de futuro. Lo que distinguiría al progresismo de las posiciones conservadoras, sería la diferencia sobre quién es capaz de incorporar con mayor compromiso y efectividad, los principios de equidad y de control ciudadano al modelo de mercado. Los conservadores querrán mantener un statu quo que les favorece, ya que le da dominación sobre los recursos de capital, sobre los medios de comunicación social y sobre importantes áreas productivas y de servicios. Los progresistas, sin romper con el mercado, debiéramos buscar un cambio en los acentos y hacer que nuestra sociedad respete el medio ambiente y erradique el individualismo imperante con una nueva cultura de esfuerzo, acercamiento y cooperación.



Si uno analizase en sus causas profundas el fracaso de los socialismos reales, debería destacar el fenómeno de corrupción que produjo el totalitarismo, con la concentración del poder en grupos cupulares que sosteniendo representar los intereses del proletariado, actuaban como una caja negra, protegida por pretorianos que ejercían una efectiva represión de cualquier acción contestaria, por considerarla una amenaza. A riesgo de una síntesis apretada, se podrá concluir que dicho fracaso fue motivado por la degeneración gradual que produjo el poder sin equilibrios ni controles ciudadanos. La desaparición de la URSS fue, en gran medida, consecuencia de la incapacidad de abrir compuertas a tiempo para incorporar las energías que estaban jaqueando la economía comunista, que en definitiva fracasó porque se hizo mecanicista, ignorando que debía servir las personas y no a una burocracia política.



Si se revisan, por otra parte, las grandes crisis que ha vivido el capitalismo post moderno, caracterizado por la globalización y por el manejo de las dos terceras partes del comercio mundial en manos de corporaciones multinacionales, se descubre que el fenómeno de corrupción es un común denominador, presente en las crisis bursátiles, en los fraudes tributarios, en las quiebras fraudulentas, en la estafa pura y simple a las comunidades de consumidores desprotegidos, todo lo cual ha puesto en crisis de legitimidad estos mercados supranacionales.



Si se observan las amenazas actuales en seguridad para los estados democráticos, tales como la corrupción ejercida por el narco terrorismo, por las mafias de las armas, de la pornografía, por los tentáculos silenciosos del lavado de dinero, por la delincuencia organizada en redes también globales, por el terrorismo fundamentalista o el terrorismo de Estado, se debe marcar una nueva variable para contextualizar una propuesta moderna, actual, progresista, de sociedad.



Si el Estado se debilita se produce la entropía que puede llevar a su desaparición. Frente a esta amenaza, la propuesta implica reinstalar un Estado responsable, capaz de fiscalizar con rigurosidad, tecnología y probidad la economía manejada por los privados, para que se preserve el bien común. Dentro de lo cual, cabría destacar el asumir una reforma para el mejoramiento del sistema educacional nacional, que ha venido produciendo cesantes ilustrados, con una creciente frustración en la población joven del país.



Por lo tanto, en el primer renglón de una propuesta progresista aparece el fortalecimiento del Estado democrático, lo cual significa cambiar sus anquilosadas estructuras, cambiar los estilos de gestión, descentralizar y hacer participar a la sociedad civil en la administración, con preponderancia de los espacios locales, fortaleciendo la seguridad de la gente y cuidando la institucionalidad. El gobierno electrónico, la expansión de las tecnologías de la información y las comunicaciones, deberá facilitar la participación de la gente en los municipios, democratizando así la gestión comunal.



Con el soporte básico de un Estado rediseñado, se trata de encontrar una propuesta compatible entre la interacción que Chile debe mantener con la comunidad internacional y los esfuerzos internos por corregir las inequidades de un modelo que está permeado por intereses corporativos internacionales. Hay que asumir con realismo, la relatividad del principio de soberanía y el peso que debe tener una diplomacia proactiva, a fin de permitir que podamos surfear en las turbulencias políticas del mundo de la mejor manera.



Lo cual exige que nos asumamos quizás como la Fenicia del siglo XXI, con gran capacidad de negociación, en el rango de lo posible, con el imperio, sin colocar en riesgo nuestra identidad y potenciando a sectores medios laboriosos, estudiosos, innovadores, para que rompan la política demagógica del chorreo, pasando a una política que reoriente las energías financieras, el ahorro interno, hacia nuevos proyectos de la empresa pequeña y mediana, que a su vez diversifiquen la estructura productiva nacional y hagan más humano el crecimiento.



Es preciso que la capacidad potencial de generación de riqueza que tiene la clase media en la sociedad, se pueda aterrizar en acciones concretas, no paternalistas y focalizadas al largo plazo, para cimentar un recurso humano interno capaz de asumir la conducción política en el recambio político profundo que debiera darse en Chile dentro de este primer decenio.





(*) Consultor internacional, escritor y columnista



____________

Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias