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Carta pública a Marcelo Ferrari, director de Sub-Terra


Estimado Marcelo,



Te reitero mis felicitaciones por Sub-Terra y me enorgullezco de haber compartido contigo cuatro años de Periodismo en la Católica, de la mano de Miguel Arteche, Ricardo Larraín, Juan Domingo Marinello y tantos que nos abrieron el mundo visual, para que fecundara en tu persona, en Cristián Galaz, Rodrigo Moreno y tantos otros compañeros que destacan. Te reitero la invitación para que compartamos la película con mineros, y sobre todo, vuelvo a la carga para persuadirte que en las tres novelas de Oscar Castro se encuentran historias y personajes potentes para hacer cine de época, de crítica social, de provincia con universalidad y de historias con pasión hasta el final.



Oscar Castro es como Baldomero Lillo y toda esa generación de grandes nombres que dieron vitalidad al «costumbrismo social» que algunos peyorativamente llamaban «criollismo provinciano». Sus letras se impusieron con Manuel Rojas e «Hijo de Ladrón», Carlos Droguett y «Eloy», o Nicomedes Guzmán y la vida de los proletarios, a la que se sumaron buenos literarios de Rancagua, que a juicio de Alone y de Alejandro Magnet, conformaron desde mi región en los años 40, la mejor generación de prosistas que se recuerde en provincia. Son Oscar Castro y sus amigos de «Los Inútiles», como Vila Labra, Gonzalo Drago (ese notable cuento «Mister Jara» y el arribismo de un trabajador ante la gerencia gringa de la Braden Cooper), o Raúl González Labbé y la obra «El Remate», retrato de un escéptico sin escrúpulos, personaje que se encuentra en diversas etapas de la vida local. Por cierto, se puede sumar a Baltasar Castro, que inmortalizó la vida de Sewell.



Pero voy, brevemente, a lo prometido: las tres novelas de Oscar Castro. La más conocida, «La Vida Simplemente», ha tenido decenas de ediciones por ser la más conmovedora historia de un niño de los bajos fondos, que vive en medio de la decadencia y los gestos de humanidad de un barrio de prostíbulos, con una escena que sería a antología en la humillación que sufre por su ropa harapienta en el colegio religioso de clase media (colegio que ha cambiado mucho, para ser honestos). Esta novela tiene trazos del «Defensor tiene la palabra» de Petre Bellu, de las historias de los irlandeses en Nueva York, de los héroes adolescentes de D’Amicis, y por cierto, es el Oliver Twist de América Latina, que la quieren llevar nuevamente a superproducción. Nos evoca también la película la «Guerra de los Botones» y ese cine francés melancólico y crítico, sin panfletarismo.



La otra novela ya fue llevada al cine chileno, aunque no hemos podido dar con su copia, perdida en el incendio de Chile Films: es «Llampo de Sangre», donde un pirquinero de las minas de cobre y oro del minero distrito rural de Rancagua llamado Chancón, vive el mito presente en toda la América descubierta; buscar «El Dorado», el sueño de la mina de oro que lo redime de su pobreza, y con ello, a los suyos. Pero es también un thriller terrorífico, con historia de pasión desatada por la «morena», de crimen y pelea a muerte, de solidaridad y envidia en un coro amargo y realista.



La otra novela, la del joven Oscar Castro que permaneció por años sin publicar, es ambiciosa y sofisticada, modernísima para su época: «Lina y su Sombra». Una suerte de feminismo redentor en la provincia, con la protagonista fuerte, secretaria redactora de una oficina de abogados, que vive ahogada entre el amor carnal con un apostador embustero y la aparición cándida de un gringo de la empresa minera, que le ofrece ternura. Todo ello con extorsiones, dramas con sus hermanos que muestran la complejidad de la vida provinciana, con una hermana menor que busca ser tomada en cuenta como Lina, y un hermano tormentoso, de vida bohemia y literaria, acosado por fantasmas existencialistas, que llega al límite en una trama entretenida hasta el desenlace de cierta iluminación en las sombras de toda vida.



Tres novelas «cinematográficas» en el Rancagua de los años 30, que muestran, al igual que León Tolstoy, la potente posibilidad de universalizar la aldea, el pequeño y complejo pedazo de patria chica. Oscar Castro lo ha logrado con su literatura maravillosa. Nos falta un cineasta como tú para emprender el sueño de globalizar en imágenes la potente geografía de dramas humanos en estas calles, en estos cerros, en estos patios interiores.



Pronto te llegarán las añosas versiones de estas tres novelas. Esperamos tu visita y tu entusiasmo.



Fraternalmente, tu ex compañero



Teo Valenzuela.





(*) Diputado PPD por Rancagua

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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