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(La) Familia


¿Puede una pareja de lesbianas cuidar y criar a sus propios hijos? ¿Cuál es el impacto sobre los niños? Preguntitas de este calibre vienen dando vueltas hace rato en la cabeza de los intelectuales norteamericanos; que -como siempre- han llenado el tema de papers que discuten las bondades y problemas de tanta diversidad.



A mí el tema no me resulta trivial. Aunque a veces se presente en las noticias chilenas como dato freak: «madre lesbiana gana custodia de sus hijos». Pienso que la familia debiera estar hace tiempo en el centro de la lupa sociológica.



Nos llenamos muchas veces la boca para hablar de la familia, pero casi siempre se trata de La Familia. Quiero decir que nunca hablamos de las familias reales de carne y hueso; del tío o el hermano, si no de la imagen abstracta de un padre, una madre y sus hijos (agregaría un par de modelos jóvenes de clase media alta con dos hijos entrando a una multitienda). Todo esto no seria tan grave si no diera cuenta de un grave descuido de los cientistas sociales: de tanto pensar en cómo debe de ser la familia, nos hemos olvidado de mirar nuestras familias; las familias chilenas tal y como son. Esas que deben parar la olla y arreglar las pequeñeces de cada día, las que nunca salen en los comerciales sobre la familia, pero que de vez en cuando nos hacen llorar en una buena película (recuerdo «Solas»). Un olvido, por decirlo menos, grave.



Lo que se sabe. Sabemos que la familia es importante. Puede existir un profundo debate en torno a la definición de familia, pero en cuanto a su importancia es posible ponerse de acuerdo con relativa facilidad. Entre otras cosas, la familia es generalmente nuestro refugio emocional; nuestro rincón desde donde salimos al mundo hostil de las relaciones instrumentales, para volver a escondernos de noche. La familia también tiene que ver con nuestra identidad, cuna de nuestra socialización primaria, que para bien o para mal, nos va a acompañar por muchos años. Como si fuera poco, la familia también es nuestra unidad económica y del horizonte de nuestra subsistencia. Es muchas veces el lugar en donde vamos a nacer y morir (por supuesto, no literalmente).



Pero la familia no solo es importante. También sabemos que no hay una sola familia y que, para pesar de algunos, la familia no es una creación natural, sino una construcción social y, por lo tanto, naturalmente cambiante y diversa. En cada sociedad hay diversas formas de entender y dotar de sentido a la familia. Aunque en nuestra cultura occidental por muchos años la forma predominante de familia fue la familia conyugal moderna (esto es, padre madre e hijos), con la modernidad tardía, la familia ha explotado en una enorme variedad de familias. Madres solteras, parejas sin casar, o vueltas a casar, tíos que viven con sobrinos, parejas sin hijos. Ya no es tan fácil encontrar una forma estándar de vivir en familia. Esta realidad pudo ser constatada incluso en Chile con los resultados del Censo 2002.



Es evidente que en algunos casos llevar una familia es mucho más difícil que en otros (pienso en las madres solteras, por ejemplo), y que hay algunas formas que son más estables que otras. Sin embargo, no por esto me atrevería a decir que ciertos tipos de familias son mejor que otros. Esto, porque lo que hace mejor una familia no es su estructura (quien vive bajo un mismo techo), sino la calidad de la relación que se da entre sus miembros.



En un mundo en donde perdemos cada vez más rápido los espacios comunitarios. En una sociedad en la cual quedan cada vez menos lugares en donde podemos vincularnos realmente como personas, me parece más importante defender a todas las familias antes que empezar a defender un tipo ideal de familia. Por lo mismo, no creo que el tema hoy día sea ver qué tipo de familia hay que aceptar, sino más bien fomentar todas las formas posibles de vida familiar.



He conocido familias grandes y chicas, fomes y divertidas, enredadas y desenredadas; pero lo que nunca he conocido es una familia que sea completamente normal. La verdad, tampoco creo que existan muchas de ellas. Mi familia -como todas, creo- tiene cosas normales, pero también cosas extrañas (y pienso que esto la puede hacer incluso mucho más divertida).



¿Puede una madre lesbiana cuidar a sus propios hijos? No sé. Depende de la calidad de la familia, de cuánto se quieran y cuánto sacrificio estén dispuestas a hacer por sus hijos. Depende, en suma, de la calidad del vínculo que puedan construir. No depende -y esto es lo único que tengo relativamente claro- de que la madre sea o no sea lesbiana.





*Tomás Ariztía es sociólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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