Publicidad

Delación


La Nación Domingo (LND), edición especial del diario de gobierno, ha publicado el 14 del presente un reportaje en que denuncia con caracteres de escándalo que César Bunster Aristía, quien participó en la Operación Siglo XX contra Pinochet en 1986, trabaja ahora en Chile como intérprete. Al domingo siguiente LND ha defendido este reportaje frente a críticas de sus lectores, destacando que también El Mercurio ha tomado el tema durante la semana y agregado que Bunster habría efectuado traducciones también para ellos.



Adicionalmente, LND ha declarado que el referido reportaje es un ejemplo de periodismo profesional, que no carece de valores, pero que sin embargo ha superado la lógica de la guerra fría y no mide las consecuencias para su bando o lote (sic) antes de publicar una historia sino que deja a los lectores el derecho a juzgarla. Así demuestran, dicen, no ser operadores del poder sino un contrapeso de éste.



Este reportaje ha provocado ya serios problemas laborales a César Bunster y a sus empleadores. Adicionalmente, cualquiera puede darse cuenta de que la escandalosa denuncia de LND pone seriamente en riesgo su integridad física.



César Bunster es un profesional brillante, considerado posiblemente el mejor traductor de la plaza. Es sociólogo, graduado en el Reino Unido, país adonde viajó en su niñez, cuando su padre fue designado Embajador de Chile por el presidente Allende, y donde cursó todos sus estudios mientras su familia vivía en el exilio. Regresó a Chile en 1986, y efectivamente fue uno de los jóvenes que participó en el atentado contra Pinochet, en su caso arrendando las casas y vehículos utilizados en la operación. Luego del atentado tuvo que salir nuevamente al exilio.



Para regresar al país luego de terminada la dictadura tuvo que usar la identidad de uno de sus hermanos, identidad con la cual vivió y trabajó en el país mientras aclaraba su situación procesal, lo cual finalmente logró hace pocos años. Desde entonces ha vivido y trabajado legalmente en Chile, con su propio nombre y apellido.



LND, por el contrario, da a entender que César Bunster es un peligroso terrorista, al publicar en su portada un enorme montaje fotográfico en que aparece la cabeza de una persona cubierta con un pasamontañas. Al parecer LND considera que así informa objetivamente este caso a sus lectores para que ejerzan su derecho a un juicio imparcial. Por contraste, incluso El Mercurio al presentar un día después la misma historia, la tituló «César Bunster logra reinsertarse en Chile», titular que motivó el reclamo de la Fundación Pinochet.



Ana Verónica Peña, editora de LND y autora del reportaje, considera «asombroso» que César Bunster haya podido regularizar su vida en el país y trabajar como intérprete de varias instituciones. Insinúa asimismo que César Bunster aprovechaba su condición de héroe de la resistencia para llevar una vida licenciosa en el exilio. Adicionalmente, cubre con un manto de dudas las decisiones del juez que sobreseyó definitivamente la causa de César Bunster, al decir ellas se desarrollaron «en el más estricto sigilo».



LND ha puesto asimismo en una difícil situación a los empleadores de César Bunster, una de las más prestigiosas empresas de traducciones del país. Ella por cierto estaba en perfecto conocimiento desde hace mucho tiempo acerca de quién es César Bunster, porque él mismo se los informó. Esta empresa, incluso contra la opinión de una de sus socias, tuvo en definitiva la decencia, nobleza, y valentía, de continuar demandando sus servicios aún después de enterarse de su verdadera identidad.



Por otra parte, LND ha colocado en una incómoda posición a los clientes de César Bunster y sus empleadores, entre los cuales se cuentan las más importantes empresas e instituciones del país, entre ellas el Ministerio de Relaciones Exteriores y el propio Ejército de Chile, además de todos los organismos internacionales y varias embajadas extranjeras. Todo ello en vísperas del encuentro APEC, donde los servicios de traducción tienen una elevadísima demanda. De todo ello La Nación estaba perfectamente conciente antes de publicar este reportaje.



¿Qué pretende el diario de gobierno? ¿Estima que a una persona como César Bunster no se le debe permitir vivir y trabajar tranquilamente en Chile? Ello después de que César Bunster arriesgó su vida durante largos años, además de pasar buena parte de ella en el exilio. Después que se vio obligado asimismo a permanecer clandestino durante largo tiempo en el país, sufriendo día a día la incertidumbre de ser descubierto. Aparte que no ha podido ejercer tampoco su profesión de sociólogo. ¿Estima La Nación adicionalmente que a los empleadores de César Bunster deben ser sancionados con la pérdida de importantes contratos?



Más allá del episodio concreto de César Bunster y La Nación, sin embargo, está un tema que nos debiera preocupar a todos. ¿Hasta cuando vamos a seguir los chilenos negando, y no reconociendo, el sacrificio y al aporte de los jóvenes que lucharon más decididamente contra la dictadura? La política del Estado respecto de quiénes enfrentaron a la dictadura mediante la lucha armada ha sido, consistentemente, reprimirlos y perseguirlos.



Si bien por cierto los métodos represivos han cambiado radicalmente luego del retorno a la democracia, no es menos cierto que la esencia de dicha política represiva contra estos grupos no ha variado en lo fundamental desde los tiempos en que el Fiscal Torres dirigía las acciones del Estado en su contra. En este sentido, lejos de ser «un contrapeso del poder», lo que hace un reportaje como el de LND es sencillamente continuar lo que ha sido la política del poder al respecto.



Es frecuente que en las luchas antidictatoriales compitan entre sí fracciones democráticas más moderadas contra otras más radicales. Usualmente las primeras cuentan con apoyos más poderosos, nacionales e internacionales, que las segundas. Y por si eso fuera poco, cuando ya los dictadores no dan para más y su salida se torna inminente, es usual que las fracciones democráticas más moderadas sumen a sus apoyos más abiertos, los más solapados de aquellos intereses que hasta ese momento apoyaron a los dictadura que muere. Los otros, en cambio, los demócratas más radicales, usualmente deben apoyarse principalmente en sus propias fuerzas.



Por este motivo, aunque no siempre ocurre así, no es inusual que el término de las dictaduras abran paso a períodos de transición más o menos prolongados, durante los cuales quienes más decididamente lucharon contra la dictadura queden marginados del poder. Durante los períodos de transición es frecuente, en cambio, que los más moderados de los demócratas ocupen posiciones de poder.



La mayor parte de ellos fueron sin duda luchadores antidictatoriales consecuentes, más allá de sus discrepancias estratégicas y tácticas con los luchadores más radicales. Entre las filas moderadas, sin embargo, suelen encontrarse también algunos valerosos combatientes antidictatoriales de salón, y aún de dormitorio, uno que otro luchador antidictatorial de última hora, y aún oportunistas de tomo y lomo. Todos ellos disfrutan, sin embargo, posiciones de poder que pudieron alcanzar no sólo en virtud de sus luchas propias, sino también gracias a las de aquellos otros que muchas veces arriesgaron bastante más que ellos.



Por otra parte, la competencia en la lucha antidictatorial entre ambas fracciones democráticas usualmente se mantiene durante un buen tiempo luego de derrotada la dictadura. La fracción que se impone a la otra continúa estigmatizando a su rival, negando su aporte a las victoria, y llevándose ella misma todas las palmas. Es una «guerra fría» que continúa por un buen tiempo, por así decirlo. Sin embargo, quienes lucharon codo a codo contra la dictadura se guardan afecto y se respetan mutuamente más allá de sus discrepancias, y siempre tienen presente que sigue al frente de una u otra forma el que fuera su enemigo común.



En cambio, no es raro que aquellos que no se caracterizaron precisamente por su arrojo en la lucha contra a la dictadura, abunden ahora en descalificaciones contra la fracción democrática derrotada, al mismo tiempo que hacen profesión de fe de su voluntad de reconciliación y conciliación con quiénes fueron partidarios de la dictadura.



Todo lo anterior, que es frecuente en muchas transiciones a la democracia, ha ocurrido asimismo en Chile. La transición se ha prolongado, además, por demasiados años ya. Hace mucho rato ya que pasó la hora en que los chilenos debíamos volver las aguas a su justo nivel y ello todavía no ocurre. Por así decirlo, tenemos pendiente dar al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios, y al Diablo lo que le corresponde. Los que apoyaron a la dictadura deben reconocer su responsabilidad en las atrocidades cometidas por ésta.



Ya lo ha hecho el Ejército de Chile, en un gesto que lo enaltece y que debe ser imitado por otros, militares y civiles. Aquellos que ocuparon cargos o apoyaron abiertamente a la dictadura deben tener el mínimo pudor de irse para la casa, si es que no tienen cuentas pendientes con la justicia. Su continuada y arrogante presencia en el parlamento y la dirección de partidos políticos derechistas, en los círculos empresariales, y en las páginas editoriales de los principales diarios, constituye un motivo de irritación permanente. Su desaparición de la vida pública, al menos, es una condición elemental de la reconciliación nacional.



En cambio, quienes fueron víctimas de la dictadura deben recibir la reparación ciudadana elemental de que se conozca oficialmente la verdad y se les haga justicia sancionando ejemplarmente al dictador y sus secuaces. Adicionalmente, ellos deben recibir reparaciones materiales adecuadas. En todo ello se está avanzando, y el reciente informe acerca de la tortura es un paso adicional significativo al respecto.



Incluso, los resultados de la reciente elección municipal parecieran empezar a indicar que se inicia tímidamente el término de la marginación política de la fracción democrática que más decididamente luchó contra la dictadura.



Sin embargo, queda pendiente por entero, completamente, el reconocimiento de aquellos -muchachos entonces en su mayoría, además- que lucharon contra la dictadura con las armas en la mano. Su aporte político al término de la dictadura fue decisivo, como lo reconocen incluso quienes fueran los principales aliados extranjeros de la dictadura.



Hoy día está documentado que la amenaza que significaban en perspectiva fue esgrimida como argumento crucial por el Comando Sur de las FFAA de los EE.UU en 1986, al momento de presionar a Pinochet para que aceptara abrirse a la salida plebiscitaria, y a dialogar con la fracción moderada de la oposición. Ello debería haber sido reconocido plenamente por la sociedad chilena.



Nada de ello ha ocurrido, sin embargo. En cambio, muchos de ellos siguen siendo considerados delincuentes y continúan siendo perseguidos por la justicia. Otros no tiene derechos ciudadanos, y a muchos se los mantiene condenados al exilio permanente. Incluso hay un grupo que todavía está preso en Chile, y otros recién lograron su libertad luego de casi morir exigiéndola en huelga de hambre. Por si eso fuera poco, ahora LND ha decidido empezar a «funarlos» individualmente.



¿Es que no nos damos cuenta que en el futuro la nación chilena -como otras naciones lo han hecho en circunstancias parecidas- va a identificar la lucha democrática contra la dictadura con ellos más que con nadie? Porque ellos sacaron la cara por la dignidad de todos nosotros. Ellos representan mejor que ninguno la única actitud digna que un pueblo oprimido puede tener siempre, que no es otra que luchar decididamente por su libertad por todos los medios a su alcance.



Manuel Riesco es economista (mriesco@cep.cl).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias