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Ficciones sobre la coyuntura económica mundial (1)


En los últimos meses, no ha pasado semana en que algún organismo internacional no se haya pronunciado sobre las favorables perspectivas del crecimiento económico mundial. Desde septiembre, en que el informe respectivo del Fondo Monetario Internacional afirmaba que el ritmo de crecimiento económico mundial esperado para 2004 (5,0%) superaba todo lo conocido en una generación, hasta ahora, han sido publicados por lo menos una docena de informes similares. A razón de tres por mes, ya pocos podrán seguir esta producción literaria y separar lo ficticio de lo real.



Lo desconcertante en estos informes es la ridícula competencia por precisar las decimales detrás de la coma de un numeral poco fundamentado, relativo al crecimiento que supuestamente nos espera. Peor todavía es la ambigüedad semántica que acompaña las predicciones casi milimétricas cuando se hace referencia a los tremendos desequilibrios económicos mundiales y nacionales. Y las graves amenazas que de ellos se derivan.



Así, por ejemplo, la OCDE pronostica para el conjunto de sus estados miembros un crecimiento total del 2,9 y 3,1% en 2005 y 2006, respectivamente. Este se conforma por la suma de las tasas de crecimiento de los tres «bloques» principales que participan en esta organización: EE.UU., 3,3% y 3,6%; Eurozona, 1,9% y 2,5 %; Japón, 2,2% y 2,3%. Para llegar al 5% del FMI hay que sumar, por lo tanto, un bloque más: China, de la cual se espera «consolidará» su crecimiento alto durante los próximos años.



Este crecimiento pareciera ser completamente compatible con diferentes alternativas de comportamiento fiscal y cambiario, tanto dentro como fuera de la OCDE. Aunque la misma hace hincapié en la difícil sostenibilidad de un déficit fiscal estadounidense cercano al 6 % del PIB, y llama a que éste sea controlado, nada se infiere si los efectos sobre el crecimiento mundial serán los mismos en caso que este déficit disminuya o siga creciendo. Nada concreto se dice tampoco sobre qué efecto podría tener la persistente devaluación del dólar sobre estos pronósticos. Ni qué pasaría si China persiste en no devaluar el renminbi y seguir acumulando groseras sumas de reservas monetarias. De la misma ambigüedad pecan los informes de las otras fuentes.



Esto atañe también a los otros «factores de riesgo» para el crecimiento económico mundial. Estos son presentados como «impredecibles» y únicas posibles causas para que el brillante panorama pronosticado se eche a perder. Entre ellos: el deterioro («irracional») de la confianza de empresarios y consumidores, con sus efectos negativos sobre las inversiones, nuevas crisis financieras, un alza persistente del precio de los energéticos, y, por supuesto, un «aterrizaje forzoso» de la economía china.



Si observamos el panorama que se pinta de las perspectivas de los países y bloques económicos más importantes, nada hace suponer tampoco de que pudiera existir urgencia en preocuparse por aquellos factores distorsionadores.



En primer lugar están los EE.UU, donde se constata un persistente «dinamismo» gracias al aumento de las tasas de utilidades, de la tasa de crecimiento de la productividad, de la confianza de los consumidores, una política expansiva del gasto público, y una política monetaria «acomodaticia» del Sistema Federal de Reserva.



Segundo, China y el sudeste asiático. En la primera, las reformas capitalistas, la masiva inversión pública, especialmente en infraestructura, junto a la fuerte absorción de capital extranjero, y la consiguiente inserción competitiva en la economía mundial, estarían explicando las altas tasas de crecimiento. Desde 1980, éstas han superado en promedio el 9,0%. Gracias a las importaciones inducidas por este proceso, también las economías del sudeste asiático estarían de regreso a la senda del crecimiento, después de la grave crisis que las afectó a partir de 1998. China estaría, pues, «chorreando» sus ingresos de capital y su superávit comercial con EE.UU. hacia las demás economías de la región, incluso hacia Sudamérica.



Tercero: Japón e India. El primero estaría saliendo, al fin, de su largo período de estancamiento y deflación. La India, por su parte, y también gracias las reformas estructurales dirigidas a insertar esta tremenda economía en la globalización mundial, estaría eliminando los altos índices de pobreza y convirtiéndose en una economía altamente competitiva en los mercados internacionales. De cierta manera lo mismo estaría ocurriendo en Rusia, que junto con las reformas capitalistas, se estaría beneficiando de los altos precios de las materias primas exportadas, especialmente, aunque no sólo, gas y petróleo.



Aunque menos optimistas, en cuanto a la Unión Europea en su conjunto, y la zona del euro en particular, no hay informe actual que no pronostique su retorno, ya sea en 2005 o 2006, a tasas de crecimiento superiores a las actuales. Las reformas de los mercados laborales («flexibilización»), de los sistemas de pensiones y los programas de reducción del gasto fiscal estarían prometiendo superar «rigideces estructurales» de las economías de este conglomerado. De esta forma, se estaría recomponiendo la «confianza» de los consumidores, permitiendo restablecer el dinamismo económico interno, y menguar la dependencia de la UE respecto de sus exportaciones (especialmente hacia EE.UU. y los «mercados emergentes»).



Con respecto a América Latina, la CEPAL ha constatado recientemente que en 2004 las economías de la región han logrado el mayor crecimiento desde el año 1980, gracias el crecimiento del comercio mundial, especialmente con EE.UU. y China. También aquí la razón sería el éxito de las políticas de reformas y el mejoramiento de los términos de intercambio.



Quedaría, pues, la región del Medio Oriente, caracterizada prioritariamente por su riqueza petrolera, y Africa. Para la primera los pronósticos son alentadores, a pesar de la guerra en Irak, gracias a los altos precios del petróleo. Y la segunda, la cenicienta, por su poca gravitación en la economía mundial, prácticamente no es tema de discusión.

¿Por qué dudar, entonces, que a falta de fenómenos «imprevistos», nos esperan años económicamente muy dinámicos en el futuro inmediato? No es sólo porque John K. Galbraith tenía toda la razón en poner en duda la posibilidad de hacer pronósticos económicos acertados. Su propia experiencia le había mostrado que en los suyos casi siempre había errado. Sino también, porque lo «imprevisto» en los informes actuales consiste precisamente de todo aquello que contradice sus conclusiones. Los pronósticos describen la parte donde podría brillar el sol. Pero no nos dicen qué probabilidad hay que la lluvia no lo deje pasar a través de las nubes.



Alexander Schubert es un economista y consultor internacional chileno radicado en Alemania.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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