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Uruguay y la Revolución de Tabaré


El pasado 31 de Octubre, el Uruguay dio un giro esperado hacia la izquierda. La elección de Tabaré Vázquez como Presidente de la República Oriental del Uruguay representa un cambio paradigmático entre los uruguayos y su política, y es la representación a la resistencia a un sistema neoliberal que ha tenido ahogada a la economía uruguaya desde fines de la década de los ’90, y de una modernización de los referentes políticos del Uruguay, que agotado por una política partidista tradicional optó por un cambio profundo y verdadero, hacia la coalición de izquierda. ¿Pero que hay detrás de este Presidente electo y médico oncólogo de sesenta y cuatro años, que visitó junto a José Luis Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno Español, el Palacio de La Moneda la semana pasada para reunirse con su futuro par chileno? Aquí algunas claves para entender la revolución de Tabaré.



Tabaré Vázquez representa a esos líderes en los cuales los pueblos cifran profundas esperanzas, en ese pequeño país oriental del Uruguay, donde ha sido recientemente electo para encarnar un cambio que los uruguayos hace mucho que esperaban. Vázquez, médico oncólogo y especialista en radiología de 64 años, ex dirigente deportivo e Intendente de Montevideo llegó a la Presidencia del Uruguay luego de dos intentos fallidos en 1996 y 1999.



Sólo en 1999 casi arrebató el triunfo en segunda vuelta, pero la alianza de los sempiternos partidos colorado y blanco llevaron al colorado y derechista Jorge Batlle Ibáñez a la Presidencia del Uruguay, como una nueva forma de imposición de los tradicionales partidos que ha tenido la vida republicana del país oriental.



Batlle, perteneciente a una tradicional familia política del Uruguay (es el cuarto Batlle que dirige el país), se impuso a duras penas en 1999 gracias al apoyo del Partido Nacional. Muchos señalaron por entonces que quizás no era el momento de Tabaré, su hora no había llegado aún, sólo llegaría en 2004.



La economía uruguaya ya comenzaba a resentir sus efectos producto de la debacle financiera que se anunciaría en 2001 en Argentina y que condenaría finalmente al Gobierno de Batlle. El gobierno de este último no estuvo exento, además, de errores políticos, entre los cuales se contaron las «salidas de madre» del Presidente uruguayo, quien acusó en un programa de televisión de la cadena Bloomberg a sus vecinos argentinos de «corruptos y coimeros», lo que valió una crisis que se resolvió con Batlle pidiendo disculpas en la Casa Rosada, y con la Juventud del Partido Socialista Uruguayo pidiendo pericias sicológicas al mandatario que era visto con profundas alteraciones anímicas en su mandato. O bien su incapacidad para aportar datos y ayudar a resolver casos de violaciones a los derechos humanos de ciudadanos argentinos en territorio uruguayo bajo la dictadura militar de ambos países en la década de los setenta. O su comentado rompimiento de relaciones diplomáticas con Cuba en donde el mismísimo Fidel Castro lo acusó de ser «un lacayo de Estados Unidos» por su apoyo cerrado al Gobierno de George W. Bush en el episodio de la invasión a Irak. Tantos fueron sus errores que muchos se preguntaron si sería capaz de terminar su mandato y lo fue.



Pero sin duda la semilla del triunfo se podía sentir en la coalición del Frente Amplio, se trataba del principio del fin de un sistemas de partidos políticos tradicionales en torno a los cuales había girado la historia del Uruguay desde la guerra civil de 1836. El Uruguay abría paso a una nueva división de tres tercios (colorados, nacionales y un atomizado y disminuido frenteamplismo que fue creciendo hacia fines de los noventa), y que a la vuelta de la dictadura militar había transado un modelo económico neoliberal que empobreció a grandes sectores de la población uruguaya, acostumbrada a una presencia estatal poderosa que poco a poco en los sucesivos gobiernos colorados y nacionales (léase el colorado Julio Maria Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle -nacional o blanco- o el colorado Batlle) fue disminuyendo en presencia.



Principalmente durante los años del gobierno del nacional Lacalle, en los cuales, sus planteamientos neoliberales se concretaron en un amplio programa de reformas de mercado, saneamiento de las finanzas públicas y privatizaciones, que se consideró, por aquel entonces, perentorio para la modernización de las estructuras productivas y la competitividad comercial uruguayas. Estas ambiciosas iniciativas provocaron fisuras en su Gobierno de coalición con el Partido Colorado, que contaba con cuatro ministros, y una fuerte contestación sindical y social, similar a la que enfrentaría Batlle con una comentada huelga-protesta que llegaría a las puertas del boyante balneario de Punta del Este en el período estival uruguayo.



Es un hecho que políticamente los uruguayos suelen ser más derechistas y conservadores. No es un dato menor que su población desde la década de los 80 presenta rasgos de envejecimiento crecientes, en donde grandes sectores de la población uruguaya se hacen más viejos, siendo sus tasas de natalidad cada vez más disminuidas. Aunque no es menos cierto que las reformas privatizadoras impulsadas en la década de los noventa, además de la participación en el Mercosur, empobrecieron a grandes segmentos de la sociedad uruguaya, que vio en Tabaré los cambios hacia un modo de entender una sociedad más solidaria y equitativa.



Pero 1999 no fue la oportunidad de Vázquez, la sociedad uruguaya no se atrevió a un giro que luego del tropiezo y caída argentina en 2001 se hizo definitivamente necesario e impulsó a los uruguayos, a girar su voto a la izquierda, lo que se acompañó de un discurso más moderado del candidato frenteamplista que si en 1999 prometía hacer cambios que «harían temblar las raíces de los árboles», en octubre de 2001 y tras su arrasador triunfo con más del 50% de los votos, tendió una mano a sus opositores Guillermo Stirling (Colorado) y Jorge Larrañaga (Nacional).



Tabaré es y será un líder de nuevo corte, cercano al progresismo europeizante. Por ello su visita a Ricardo Lagos y su conversación en Santiago con José Luis Rodríguez Zapatero, además de su cercanía con Lula da Silva. Por ende, Vázquez es más cercano a estos últimos líderes políticos que a Néstor Kirchner, Presidente de Argentina y por supuesto que al trasnochado mandatario venezolano Hugo Chávez. Y su forma de entender la política de cambios será poner la vista en experiencias como la chilena, por eso su cercanía política con el modelo de la Concertación.



Sin duda los uruguayos han cifrado profundas esperanzas en este nuevo momento político que se avecina, en pos de continuar una senda modernizadora que no olvide a los sectores más postergados de la sociedad, que producto de las profundas reformas privatizadoras impulsadas en América Latina a partir de los noventa (lease gobiernos como los de Carlos Menem en Argentina, Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia o Jamil Mahuad en Ecuador), han olvidado que la posibilidad de crecimiento económico debe ir de la mano con condiciones que permitan sostener estados solidarios y equitativos en la distribución de la riqueza para evitar las consiguientes tensiones sociales.



En palabras de un denunciante Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía y ex vicepresidente del Banco Mundial, «Las políticas de ajuste estructural del FMI produjeron hambre y disturbios (Â…) muchas veces los beneficios se repartieron desproporcionadamente a favor de los más pudientes, mientras que en ocasiones los más pobres se hundían más en su miseria (Â…) algún dolor era indudablemente necesario, pero a mi juicio el padecido por los países en desarrollo en el proceso de globalización y desarrollo orientado por el FMI y las organizaciones económicas internacionales fue muy superior al necesario».



Habrá con todo que ver lo que pasará en el vecino Uruguay en los próximos meses. Quizás Tabaré ya ha dado las luces de lo que será un trabajo fructífero al anunciar un plan social que saque a miles de uruguayos de la pobreza. Es de esperar que la suerte y la consecuencia lo acompañen en este camino que inician los uruguayos y que nuevamente los latinoamericanos no tengamos que asistir al vacío de discursos inconsistentes que, como ocurrió con mandatarios como Fernando de la Rúa, terminaron socavando la creencia que los latinoamericanos tenemos en la democracia como sistema político.



Sin duda Tabaré interpreta un nuevo tiempo latinoamericano, que como el «Nuevo Tiempo Mexicano» de Carlos Fuentes se interpreta con las palabras siempre lúcidas del intelectual y escritor mexicano, «Ni somos los Estados Unidos de Amnesia (como nuestros vecinos) ni el Reino Borbónico que no olvida nada, pero no aprende nada. (Â…) ¿Estamos ahora, en el tiempo de la desintegración también de los Estados Nacionales? En este caso ¿Qué los suplantará? ¿Hemos hecho una nación sólo para perderla? Mientras este conflicto entre la nación y la historia se dirime a los niveles planetarios -la aldea global, la aldea tecnológica de Ted Turner y el robot alegre- y local- la aldea local, la aldea memoriosa de Emiliano Zapata y los ídolos de la tribu- yo voto por el progreso con memoria y por la nación con democracia.»



Esta última es la respuesta de un pueblo como el uruguayo que ha dado una nueva esperanza a la interpretación de sus sueños de progreso solidario y en manos de Tabaré Vázquez está la respuesta del nuevo tiempo latinoamericano.



José Gabriel Alemparte Mery. Ex Vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Diego Portales, Egresado de la Escuela de Derecho de la misma Universidad, Director Ejecutivo de la Corporación Solidaridad-Colina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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