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Foro de Sao Paulo: que quince años no es nada


En julio de 1990, en medio del derrumbe del muro de Berlín y en momentos en que las privatizaciones y políticas de ajuste estructural neoliberal se expandían sin mayor contrapeso en América Latina, convocados por el Partido de los Trabajadores, se reunían en Sao Paulo, Brasil, 48 partidos y movimientos de izquierda, socialistas y progresistas de América Latina y el Caribe.



El Foro de Sao Paulo, tuvo una gran virtud, se constituyó en un espacio de confluencia internacional de fuerzas de izquierda en tiempos políticos adversos. Parecía entonces, que la hegemonía del pensamiento único y el debilitamiento de los movimientos sociales y de la izquierda marcarían por largo tiempo nuestro continente.



Muchos se acomodaban ante el poder del dinero y de la fuerza. Otros confundían la necesaria renovación del pensamiento socialista perdiendo la esperanza y la convicción, y abandonando la búsqueda critica de la igualdad y la libertad como sentido primario de nuestras opciones. Otros, se quedaban paralizados en un ideologismo de manual, sectario y negador de la realidad prefiriendo la marginalidad de las sectas y la «pureza de los puros».



Al finalizar el siglo XX, parecía que terminaba de manera obscura para la idea misma de la emancipación de los seres humanos, para la idea de que es posible construir una racionalidad distinta al mercantilismo, a la explotación y la competencia en beneficio del más fuerte y poderoso.



Del 1 al 4 de julio, el Foro de Sao Paulo, celebra quince años en un contexto político e histórico muy distinto. Hoy, importantes países latinoamericanos y del Caribe se encuentran gobernados por coaliciones y partidos miembros del Foro. Aumenta la participación de la izquierda y fuerzas progresistas en los gobiernos regionales y municipales, el poder legislativo y el poder nacional. Surgen nuevas fuerzas y movimientos sociales, particularmente indígenas y campesinos buscando nuevos espacios.

A pesar de su gigantesca influencia en los medios de comunicación las ideas conservadoras y de las derechas sobre el fin de la historia y las desastrosas políticas económicas implantadas de acuerdo con el Consenso de Washington, presentadas como lo único «correcto y posible», comienzan a ser cuestionados en todos los ámbitos. Quienes esgrimían una particular concepción de la gobernabilidad para asegurar la reproducción de la economía política dominante, hoy se ven obligados a incorporar la necesidad de la cohesión social. Poco a poco, la protesta social comienza a dejar de ser estigmatizada y criminalizada.

Descolocados por el resurgimiento e influencia de las opciones de izquierda, desde los sectores conservadores surgen todo tipo de analistas repartiendo certificados de buena conducta. Buscando contraponer ciertos gobiernos y posturas de izquierda y progresistas, calificadas como correctas por ser supuestamente centristas, sistémicas, modernas y aceptables, con aquellas izquierdas y gobiernos supuestamente radicales, estatistas y bolivarianos. Aquel ideologizado reduccionismo refleja, sin embargo, un saludable síntoma: las fuerzas de izquierda y del cambio, constituyen hoy un actor real, heterogéneo y dinámico en proceso de crecimiento y reconstitución.



Temas ausentes y conceptos estigmatizados como socialismo, alternativas al neoliberalismo, democracia participativa, soberanía económica y alimentaría, fortalecimiento del rol del Estado, regulaciones, regalías mineras, reformas agrarias y tributarias, imperialismo y multilateralismo, comercio justo y subsidios, derechos humanos, pueblos originarios, ecología y sustentabilidad ambiental, diversidades étnicas, sexuales y culturales, integración en infraestructura, energía y cultura, comienzan a recobrar ciudadanía y protagonismo, volviendo a irrumpir en los medios de comunicación, en las calles y plazas publicas, recuperando su vinculación con las preocupaciones reales y el imaginario de los ciudadanos de nuestro continente.



A pesar de un tiempo cronológico corto, no pocas cosas han cambiado en quince años en América Latina y el Caribe. Las izquierdas y fuerzas progresistas en gobiernos como en oposición comienzan a modificar el rostro del continente. Gracias a esta nueva realidad, avanzan procesos de integración como la Comunidad Sudamericana de Naciones con agendas concretas, las que antes no trascendían la retórica. La irrupción de los movimientos sociales comienza a plantear nuevos temas a la política tradicional. Por primera vez en la historia de la OEA, no triunfa el candidato del norte y se discute una Carta Social de las Américas.



El mejor símbolo de esta nueva realidad es que el encuentro será inaugurado por uno de sus protagonistas de hace quince años, el hoy Presidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. No se trata de idealizar la nueva realidad, más bien constatar los importantes cambios en proceso. La paciente impaciencia de una larga historia con pasado conocido y un futuro en construcción.





Esteban Silva Cuadra. Cientista político chileno radicado en Perú.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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