Publicidad

La persistencia de los nazis en Chile


Conversando sobre los recientes episodios de violencia nazi en Chile, María Luisa Fischer, estudiosa de Neruda, me mencionó la siguiente anécdota que se encuentra en las memorias del poeta: «Por aquellos días de victorias estruendosas de Hitler, tuve que cruzar más de alguna vez alguna calle de un villorio o de una ciudad del sur de Chile bajo verdaderos bosques de banderas de la cruz gamada. En una ocasión, en un pequeño pueblo sureño me vi forzado a usar el único teléfono de la localidad y hacer una reverencia involuntaria al Führer. El propietario alemán del establecimiento se había ingeniado para colocar el aparato en forma tal que uno quedaba adherido con el brazo en alto a un retrato de Hitler».



En efecto, como sugiere Neruda en esta viñeta, los nazis son capaces de todo por un Sieg Heil, aunque sea involuntario; lo que importa es el gesto, aun si tiene un elemento de coerción o de engaño. Los nazis no son nada sin gesticulaciones rituales, sin disfraces, y sin sus peculiares distorsiones de voz. En la farsa «El gran dictador», Charles Chaplin le sacó provecho a la corta distancia que había entre la puesta en escena de un toni y la del Führer. A los nazis no les pareció gracioso que un filo-comunista como Chaplin se burlara de Hitler y le disputara el monopolio del bigotito mosca. Los camisas pardas (o camisas negras) tienden a ser impermeables al humor. Es mejor ni imaginarse como sería la rutina de un cómico nazi, a pesar de que constantemente andan haciendo o diciendo payasadas.



Al mismo tiempo, los nazis tienden a ser lo que en Chile llamamos «perseguidos», la encarnación misma de la paranoia. Esta mezcla de falta de humor y delirio de persecución les da su aire de comicidad involuntaria, pero también los vuelve peligrosos. No hay nadie más letal que un paranoico incapaz de entender una talla o cualquier cosa que cuadre en su rectangular esquema, especialmente cuando anda en patota acompañado de otros tan densos como él, y todavía peor si anda armado. Por eso, al encontrarnos con alguien que se las da de nazi, lo más prudente es concluir que aunque parezca un payaso inofensivo, a la menor provocación real o imaginada explotará como un fanático violento, o bien incitará a otros a que tomen venganza.



No extraña que haya nazis en nuestro país, pero sí llama la atención que haya nazis chilenos, sobre todo si uno piensa que Chile es un país mayoritariamente mestizo y por lo tanto impuro, poblado de untermensch, quiltros aptos para crematorios. Para esta contradicción vital, los nazis criollos tienen sus respuestas deschavetadas, las que difunden sin que nadie se atreva a trabarse en un diálogo crítico con ellos. Dejan caer nombres de filósofos alemanes o deidades germánicas como quien tira bombas de ruido, y les resulta.



Una especie de biblia del nacismo criollo, por ejemplo, es el mamotreto nacionalista «Raza chilena» (1904) de Nicolás Palacios, donde se aduce que algunos de los «araucanos» son más bien arios, que ésos son los verdaderos antepasados nuestros (junto a los españoles «góticos») y que por ese lado nos podríamos merecer un lugar en Valhalla. Si Nicolás Palacios, a pesar de que sus teorías no tienen ni pie ni cabeza, sigue siendo considerado un clásico de la identidad chilena (Carlos Cardoen financió su re-edición de lujo no hace mucho), entonces los nazis sienten que tienen el camino despejado para propagar sus propias doctrinas en Chile sin temor al ridículo.



Hace un tiempo tuve una experiencia casi onírica al respecto, cuando encontré en un canal de satélite una entrevista de Cristián Warnken al escritor Miguel Serrano, gurú del esoterismo hitleriano. Se trata de una rama del pensamiento cuasi-religioso nazi desarrollada por Heinrich Himmler, cuyos merecimientos para ser líder espiritual incluyen haber dirigido la Schutzstaffel (SS) y la Gestapo. El entrevistador Warnken estaba irreconocible, como gallina en trance. Cualquiera diría que tenía al frente a Jesucristo, o al mismo Nietzsche, y en vez de hacerle preguntas le daba pases para que el viejo chiflado esparciera su pomada mística y le diera fuerte al autobombo.



Más que un programa cultural, eso parecía un infomercial ideológico-literario, impensable en otras partes de América Latina o en cualquier parte del mundo. Entremedio de la risa y la vergüenza ajena, me acordé de que en Chile a los nazis se los toma en serio. No importa que de repente los ojos se les conviertan en dos espirales, como les pasa a los locos de Condorito. Incluso gente como Warnken los escucha y les aguanta barbaridades: sólo falta que se pongan el babero cuando Serrano afirma que de simples mortales nos podemos convertir en héroes, y después, quién sabe, con un poquito de coraje, fe mística, y con unos cuantos Sieg heil, pasaremos de héroes a dioses. Todo eso sin dejar de ser chilenos, ésa es la gracia. Y ahí está es el peligro.



Googleando en la prensa chilena uno se da cuenta de que Serrano es una especie de figura de culto que encuentra espacio en publicaciones tan dispares como El Mercurio, La Nación, La Segunda, LUN, El Mostrador, y The Clinic. La cosa es que a Serrano jamás le falta tema porque tiene cierta labia y una pluma más que aceptable. De hecho, ha escrito un par de líneas algo melodramáticas pero dignas de citarse: «¿Habrá un chileno que no haya apretado, con dolor, en su pecho, durante negras noches, sueños de cataclismos geológicos, de lunas que se caen, de cielos infinitos, de aguas creciendo como castigos determinados?». Gracias a sus talentos de pícaro de las letras, este ex diplomático, formado en la vieja academia del amiguismo, ha logrado hacerse pasar por intelectual. Algunos escritores jóvenes lo admiran y varios críticos al parecer creen que su persistencia es sucedáneo del talento.



Una inspección somera de sus obras revela que Serrano le copia todo a Jung, a un Nietzsche pasado de revoluciones, o a escritores de rango menor como Hesse, a quien le rinde pleitesía y con cuyo espíritu entabla conversaciones. También habla con el espíritu de su perro pastor alemán. Como nadie le dice nada, Serrano confunde una y otra vez la fantasía con el conocimiento. Se imagina (cree que sabe y lo afirma con vehemencia) que en algún lugar secreto de la Antártica se encuentra, larvándose dentro de un gran cubo de hielo, la encarnación astral de Hitler, que resucitará y nos rescatará -si lo merecemos- del «cristianismo de maricones» en que estamos sumidos.



El Führer resurrecto y descongelado nos enseñará los nuevos evangelios místicos del «cristianismo ario». Hitler no está solo en su hibernación: lo acompaña en la hielera antártica famosa todo su estado mayor, que habría escapado de Alemania en un submarino cuando los señores rusos ya estaban a las puertas de la Puerta de Brandenburgo. Rudolf Hess, que tenía visión-país (o mejor dicho visión-Reich), le dijo al chofer del submarino que lo dejara en Buenos Aires, para preparar la segunda venida del Tercer Reich, o la primera del Cuarto Reich, depende de cómo uno saque las cuentas místicas.



¿Por qué la Antártica, dirán ustedes, y no la Tierra Santa o el mismo Reichstag? El mesías hitleriano saldrá de la Antártica porque, según Serrano, la cabeza del planeta está situada en el Ártico, mientras que en el polo sur se ubican sus órganos sexuales. Los órganos sexuales del planeta Tierra, entiéndase bien. Otros datos de anatomía planetaria mística es que entre Asia y el Perú hay unos inmensos intestinos subterráneos por donde se vinieron a América los Incas, caminando desde el Tibet.



El misticismo nazi de Serrano lo explica todo. Si alguna vez algún chileno se ha preguntado por qué es medio feo, la respuesta la tiene Serrano: la culpa la tiene la belleza natural de Chile. En el sistema del esoterismo hitleriano, todo está hecho de polaridades que se compensan. Entonces, este brillante diplomático e intelectual cogita que en un país tan lindo como el nuestro, para que haya equilibrio místico, tiene que haber por lógica una buena cantidad de gente fea. O sea que estamos fritos.



Este mismo caballero opina que David Rockefeller, por medio de la Universidad de Duke (donde estudió el presidente Lagos), tiene planeada la partición de Chile para beneficiar a una cofradía de masones y judíos. Pumalín es sólo el comienzo, advierte Serrano. Todo está cifrado en el símbolo del gobierno de Chile: si usted mira con mucha atención la geometría del logo del ejecutivo, descubrirá que ahí está contenida la estrella de David, diseñada por Patricia Politzer para mandar señales subliminales, las que se complementan con las «ondas sicotrónicas» transmitidas desde el edificio de la Telefónica y la embajada norteamericana.



La locura de Serrano, desgraciadamente, no es solamente suya. Cierto día del mes, los hitleristas se juntan en los cementerios para sus rituales de invocación a Odín y para conmemorar a sus mártires. En una de esas ocasiones, hace unos años, Serrano anunció en su arenga que la causa nazi no estaba perdida, porque él sabía a ciencia cierta que ya había bases llenas de ayudistas congelados en Marte y porque estaba a punto de descubrir la entrada al Gran Bunker de la Antártica. El descubrimiento de hielo en el planeta rojo lo debe haber puesto más eufórico que Walkiria en cabalgata.



A estas alturas, a cualquier persona medianamente informada le queda claro que el tipo es un charlatán que se dedica a reciclar brebajes raros para llamar la atención. Lo extraño es que se le siga dando tribuna, y que no se conecte toda esta locura místico-cómica (que puede llegar a ser bien entretenida) a sus manifestaciones concretas. Serrano está bien consciente de que en Chile no hay que pagar un precio demasiado alto por dedicarse a nazi y fotografiarse rodeado de svásticas; todo lo contrario, pareciera que se celebra como una gracia inofensiva o un fenómeno freak más de la modernidad confusa en que estamos sumidos.



En una entrevista de La Nación, Serrano lo dice con todas sus letras, sin darse cuenta de la paradoja cómica que contienen sus palabras: «Chile es un centro único en el mundo. Aquí salgo con una svástica a la calle y no me pasa nada. Y saludo Ä„Heil, Hitler! en la calle y tampoco me pasa nada. Vaya a hacerlo en Argentina, estaría preso, en España igual. Chile es el último país en el mundo donde todavía la gente puede pensar y decir lo que quiere».



La tolerancia chilena con los nazis tiene larga data. En El Siglo del 2 de julio de 1965, aparece una crónica de Neruda titulada «Svásticas en el sur», donde comenta las vicisitudes del caso de Walther Rauff, residente en Chile desde 1958, inventor de las infames cámaras de gas ambulante. Éstos eran camiones de transporte de cabina sellada, modificados para usar los gases del escape para envenenar a quienes se transportaban en ellos. Alemania Occidental pidió su extradición durante décadas, sin éxito, y Rauff vivió tranquilito en su casa de Hernando de Magallanes casi esquina de Colón. Murió plácidamente en 1984, impune, justificando incluso el uso de su sistema de exterminio porque según él les ahorraba a los alemanes el trauma de tener que fusilar a sus víctimas antes de cremarlas. No debe sorprender a nadie que Amnistía Internacional lo haya sindicado como instructor de la DINA.



En ese artículo de 1965 Neruda observaba lo siguiente: «ya no salen a relucir en Chile las banderas con la svástica fatídica. Pero no estamos seguro de que esas banderas no estén bien dobladas y con bolas de naftalina en algún cofre, preservadas de la humedad del extremo sur, en mi patria».

Los baúles, archivos y containers de Colonia Dignidad ya han empezado a entregar sus secretos, pero todavía queda mucho por elucidar. También queda pendiente el desafío de desenmascarar a los charlatanes nacionalistas como Serrano y de aclarar que sus payaseos pueden ser entretenidos y muy freak, pero que tienen, igual que los paroxismos de Hitler, consecuencias muy nefastas en la vida real, sobre todo cuando potencian la xenofobia, el racismo, la homofobia, y el culto de la masculinidad violenta, elementos todavía muy enquistados en en el discurso de la identidad nacional chilena.



Filadelfia, julio de 2005



Roberto Castillo Sandoval, escritor chileno radicado en Estados Unidos (castillo_sandoval@post.harvard.edu).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias