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El nieto del zapatero remendón


El día que el nieto del zapatero remendón e hijo del trabajador pueda llegar al Senado de la República de Chile y ello sea motivo de alegría, y no de ácida controversia, habremos dado un gran paso como nación. Espero que Alejandro Navarro sea el adelantado de esa democracia del Bicentenario que anhelan los chilenos, una que sea vitalmente para todos. Esa democracia será el centro de una sociedad más igualitaria; contará con un Congreso más pluralista y representativo y habrá generado una nación más fuerte.



La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Se trata de un régimen político en que el mayor número posible de adultos ejercen pacíficamente el poder, respetando las leyes y realizando el Bien Común. Por cierto el pueblo se puede equivocar al elegir sus representantes o al tomar decisiones. Pero igual cosa ocurre cuando el poder es ejercido por uno o por unos pocos, por muy excelentes que sean. La experiencia clásica nos enseñó que por muy sabio que sea el rey, él, sus hijos o sus nietos tenderán a dejarse llevar, más temprano que tarde, por la soberbia y la concupiscencia del poder. Eso ocurrió con la monarquía española que habiendo generado a Carlos V terminó regida por ineptos en 1810. Las aristocracias, piénsese en las tecnocracias modernas que se apoderan de servicios públicos completos, invariablemente generan corporativismo, prebendas y privilegios para sí mismas. Es cierto que no hay gobierno que resista el hecho que el pueblo elija a los mediocres, pues si hacemos elecciones es para seleccionar a los mejores. Pero es el pueblo el que determina en qué consiste ser el mejor. Alejandro Navarro así fue calificado tres veces por sus electores. Y su fallo es inapelable, hasta que tenga que presentarse de nuevo ante sus representados, mandatarios y soberanos.



El Congreso Nacional es la asamblea deliberativa, permanente, pluralista y representativa de la nación entera. En ella deben concurrir los mejores representantes de nuestra tierra. Su deliberación dará frutos de justicia, o a lo menos de mayor imparcialidad, si en ella confluyen o se consultan a todas las perspectivas, intereses e ideologías. Al ser representativa de distintas clases sociales, edades, géneros, etnias y localidades dictará leyes que gozarán de mayor legitimidad pues un mayor número de actores sentirá que concurrieron en su apoyo. Su pluralismo será el de la nación entera que se verá fortalecida si y sólo sí el interés general se impone a la desnuda confrontación de intereses particulares. Alejandro Navarro, por su origen popular, cuando llegue al Senado de la República nos recordará que las democracias más prósperas del mundo, como Francia, Italia o Alemania, cuentan con decenas de dirigentes sindicales como parlamentarios. Y si comparamos el Congreso de 1989 con el actual veremos que en vez de avanzar en esta materia hemos retrocedido.



Una nación es más fuerte en la medida que integra generosa a todos sus hijos e hijas, sin excepción. Así lo descubrió Ciro el grande que hizo de su pueblo una gran nación cuando abolió los privilegios en su ejército, repartió bienes y cargos con justicia y se hizo uno más. Cuando Napoleón hizo, a través del servicio militar obligatorio, que el pueblo francés fuese una nación en armas, convocó a cientos de miles de soldados, revolucionó el arte de la guerra y creó las bases de los modernos los Estados. Me inspira un adagio chino: «Cuando el general ama a sus soldados como un padre quiere a sus hijos y cuando los soldados se cuidan entre sí como sólo lo hacen los hermanos, ese ejército es invencible». Chile es un pequeño país que no puede darse el lujo de perder uno solo de sus hijos. Alejandro Navarro en el Senado de la República nos recordará que debemos dictar leyes y ejecutar políticas públicas que hagan realidad el artículo primero de la Constitución del Ochenta. Ese que dice que «Los hombres (y las mujeres) nacen libres e iguales en dignidad y derechos».



Podría hacer un panegírico, un discurso de alabanza en el ágora, de Alejandro Navarro. Podría decir que lo conocí valiente y decidido como dirigente de la misma Federación de Estudiantes que nos unió en los ochenta. Agregaría además que hace cuatro años celebré su cumpleaños en su casa en Penco, a pocas cuadras de la plaza. Me conmovió la austeridad en la que vivía. Llegó a las doce de la noche, tras innumerables reuniones y no dejó de hablar por teléfono. Su ritmo de vida lo consideré y considero inhumano. Creo que en esto último no es sabio, como filósofo que es. Sin embargo debo decir que no votaré por él. Lo haré por el candidato de mi partido. No comparto su ideología, algunos de sus estilos de hacer política y de hacer denuncias que no paran de acumularse en juicios que pocas veces llegan a término. Las críticas que ha recibido en estos últimos días, algunas de ellas francamente injustas, lo deben llevar a un sano proceso de reflexión y discernimiento. Eso lo fortalecerá. Pero lo central no es nada de lo anterior. Lo esencial es que sus compañeros de partido dijeron que él era el mejor. Que así lo han venido sosteniendo sus electores. Que nadie puede sustituir al pueblo, que no necesita de formación académica, cuando cree que Alejandro Navarro puede acercarlo a una democracia más igualitaria; a un Congreso más representativo y a una nación más fuerte. Hago votos por ello.



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Sergio Micco, abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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