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Tenían que mostrar la hilacha


Hace algunos años, el Canal Nacional tuvo un sorprendente acierto: incorporó a la Televisión Chilena el programa Rojo: Fama contra Fama. Este programa, de selección de talentos, nos mostró desde el primer momento sus peculiares características que significaron un cambio drástico en la chatarra programática.



Hacía años que en Chile no se destacaban talentos jóvenes en forma masiva.



Luego de años de sequía, Rojo nos envolvió en una vorágine de creación, nuevos rostros, canto y danza. Nos trajo el calor de los chilenos de regiones remotas y barrios populares. Sin el programa no habríamos tenido la alegría de conocerlos y ellos no habrían tenido una oportunidad, tan llana, de llegar a la televisión e incluso de triunfar en su arte. Todos sabemos cuán inaccesible es el éxito para miles de talentos jóvenes que en nuestra diversidad se pierden en la exclusión.



También, pudimos ver, por primera vez en muchos años, formas de selección genuinamente democráticas y participativas, que demostraron que es posible elegir a los mejores por su talento.



Finalmente, la energía de los jóvenes del «Clan Rojo», no sólo para estudiar y participar en diversas competencias, sino para mostrarnos su generosidad y espíritu solidarios en programas sociales, campañas y otras formas de relación con la comunidad, nos envió el potente mensaje de que era un error pensar que los jóvenes NO ESTABAN NI AHÍ.



Nos dimos cuenta que para que los jóvenes se comprometan en la vida social y cultural del país, sólo basta, como lo ha hecho Rojo, una convocatoria amplia, un llamado a competir en procesos de selección transparentes, sin compadrazgos, nepotismos, pitutos, ni pago de favores, a través del voto democrático de los distintos sectores involucrados. En este caso: telespectadores, jurado y compañeros, avalados por la mirada ciudadana y legalizados por un Notario Público.



A la luz de esto, es imposible no pensar (al ver que los partidos políticos carecen de jóvenes, que no existen estructuras abiertas y participativas a ningún nivel político, que el Gobierno hace enroque tras enroque en sus cambios de gabinete, recurriendo a las dinastías familiares, o a los mismos políticos que llevan en el poder más de cuarenta años y que con las más patéticas «estrategias comunicacionales» a codazos pretenden seguir perpetuándose), lo beneficioso que sería para el futuro del país que en todas las áreas se aplicaran métodos similares a los de Rojo.



Pero, volviendo a Rojo: mientras nuestros gobernantes se preguntaban qué hacer con la drogadicción y la delincuencia juvenil y gastaban millones en campañas abortadas para llamarlos a votar, los directores de Rojo, pacientemente siguieron educando a los jóvenes participantes en su relación con los más pobres, los discapacitados, la importancia de la humildad. Incorporándolos a campañas como la del Hogar de Cristo, la canonización de Alberto Hurtado. Enseñándoles la necesidad de estudiar, el orgullo de sus orígenes, incluso el respeto a sus hermanos extranjeros. En el plano inmediato el programa ha inspirado a cientos de niños chilenos a ingresar a academias de música y danza.



En este contexto, los éxitos de una niñita de 13 años, la menor del programa inicial, con un padre afectado por una difícil enfermedad, caracterizada por su ternura y humildad renovaron en muchos la capacidad de soñar. María José constituyó un símbolo de esperanza, el ejemplo que muchos niños siguieron, con aquella lejana convicción, que algún día tuvimos con Gabriela y Pablo, y luego con Violeta, de que todos, viniéramos de donde viniéramos, podíamos triunfar. Podíamos dedicarnos a nuestro arte, podíamos comunicar algo a los demás. Podíamos ser importantes.



El mensaje de Alberto Hurtado se encarnaba en María José y así lo sintió el sacerdote Renato Poblete cuando le comunicó al país que ella era la elegida para cantarle en Roma. Y muchos jóvenes y niños se sintieron también elegidos.



Pero la selección también se debió a su voz maravillosa, a que había trabajado y puesto su fama al servicio de la campaña. Había cantado para el Hogar de Cristo. Había vendido miles de copias del disco. Había logrado, gracias a Rojo, que el sacerdote chileno Alberto Hurtado y su canonización identificara a los latinoamericanos que participan diariamente en el programa. Una actividad de nuestro país convocaba a otros pueblos, más allá de las relaciones diplomáticas y los negocios.



Pero María José no cantará, se enteró de ello por los diarios. Era soñar demasiado.



La codicia de las dinastías es insaciable y no se puede esperar de ellas que ni siquiera por pudor puedan demostrar bonhomía. Ellas también cantarán en Roma a la pobreza.



Ojalá que los jóvenes de Rojo no cambien, que no pierdan su capacidad de soñar y entregar sueños, pero por sobre todo que jamás hagan suya la consigna de las dinastías: APROPIARSE Y CONTROLAR HASTA QUE DUELA.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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