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A propósito del cine Las Lilas y dos torres en construcción


Los vecinos del ya cerrado cine Las Lilas lamentan no solo la desaparición de la sala sino el impacto que, alegan, tendrá la construcción de dos torres de departamentos que albergarán a más de doscientas familias nuevas en el sector de Pedro de Valdivia con Bilbao.



En carta publicada por La Nación hace un tiempo, el arquitecto Víctor García Pavón afirmaba que se trata de un terreno de más de 4 mil metros cuadrados, con una superficie total aprobada para edificar de más de 16 mil metros cuadrados. El arquitecto, además, calculaba que se requerirán unos 241 estacionamientos.



A pesar de lo contundente de las cifras, un televidente desprevenido que ve en el matinal las quejas de los ciudadanos y las explicaciones de los representantes de la inmobiliaria podría decir «qué egoístas. Qué más les dará 20, 30 ó 100 vecinos más. Es un buen barrio, tranquilo, de plusvalía elevada», razonarán. «¿Por qué reservarlo para unos pocos?» O, quizás, pensarán que los meses que demora una constructora en parar una torre de departamentos no es tanto, considerando que siempre prometen dejar todo tal cual lo encontraron e incluso mejor.



Eso puede decirlo alguien al que no le ha tocado ser vecino de lunes a lunes de una, dos y hasta tres construcciones de edificios de departamentos que los expertos leen como uno de los signos de la recuperación económica.



En mi barrio, en Ñuñoa, hay una torre de constructora Almagro que están terminando justo al lado del edificio de cuatro pisos donde vivo desde hace dos años y medio. Detrás, ya hay movimiento de tierra en otro lugar donde se adivina una torre de departamentos-todo-incluido. Cruzando la calle, había una casona en venta hace años: tenía muros de piedra, con chimenea y uno adivinaba un subterráneo. La propiedad y otras dos más aledañas cayeron en manos de inmobiliaria Security que promete departamentos de 1, 2, 3 y 4 dormitorios. El sueño del departemento propio en una calle tranquila, con poco tráfico y un barrio a mano de todo, con precios que, en el sector, no bajan de las UF 2.500. Si nos aventuramos por José Domingo Cañas, en dos cuadras hay tres edificios recién estrenados y otros dos por inaugurar.



Todas los días, durante meses, toca pelearse con el jefe de obra del edificio que construye Almagro para sacar los autos de los estacionamientos o solicitar que los clientes interesados en encalillarse en alguno de sus departamentos no estacionen delante de nuestro edificio o que las faenas no salpiquen material hacia nuestros patios del primer piso. Todos los días, a toda hora, hay camiones o camionetas del proyecto de inmobiliaria Security bloqueando el tránsito frente a mi edificio.



Una mañana nos colmaron la paciencia: un camión en pana clausuraba nuestra salida y la de un vecino. Mi marido se hartó. Así, perdimos varias horas de la mañana queriendo estampar nuestra queja en las instancias pertinentes. Pero hasta para esto -quejarse- hay trabas burocráticas y tercermundistas que no se condicen con esta apariencia de recuperación económica a la que contribuye la proliferación de proyectos inmobiliarios costosos en barrios como el que elegimos para vivir.



El chofer del camión nos dice «está en pana». El jefe de obras no abre la boca, el coordinador de los camiones dice que no tiene dónde estacionar así que estaciona donde puede. O sea, frente a la casa de los vecinos. Que se jodan, ¿no?



En la inmobiliaria Security, responsable del entuerto (perdón, del proyecto), una grabación advierte que aun no están atendiendo público, a pesar de que son más de las 9 de la mañana.



Si usted llama al departamento de Obras de la Municipalidad de Ñuñoa, uno intuye que el funcionario al otro lado de la línea se encoge de hombros cuando dice «no tenemos la capacidad de fiscalizar. Lo hacemos en la medida que la gente presenta sus reclamos. Le vamos a avisar a un inspector para que se pegue una vuelta».



Si usted llama a Carabineros, que son los ministros de fe por excelencia, lo dejan esperando en línea y luego toman sus datos con la promesa de que «va personal en camino»Â… pero no dicen en camino a qué ni aventuran tiempo de llegada.



Finalmente, una hora después, los ocupantes de una patrulla, en principio, nos pidieron paciencia para que el mecánico terminara de reparar el camión. Buena onda que le duró hasta que mi marido le explicó el largo camino antes de llamar a Carabineros: chofer, jefe de obra, coordinador de camiones, dirección de Obras de la Municipalidad, inmobiliariaÂ… eso, sin contar los pormenores de molestias diarias e incumplimientos por parte de los encargados de las obras que nos tocaron en el vecindario sin que nadie nos preguntara. Hasta ahí le duró la paciencia al oficial.



Sin embargo, las multas son bajas. La capacidad fiscalizadora municipal, de la fuerza pública y de los organismos que tienen obligaciones sobre estas materias es escasa. ¿Cuántos son los ingresos de un municipio por concepto de permisos de edificación? ¿Cómo se traduce eso en ampliar y mejorar las capacidades fiscalizadoras pensando en los vecinos que, mal que mal, son contribuyentes y ciudadanos de este pedazo de tierra?



¿Dónde está el beneficio para todos y todas en este aparente boom inmobiliario y, por extensión, económico? No tenemos vecinos cool ni artistas ni políticos que escenifiquen el reclamo. A veces, unos vecinos llaman a Carabineros o a la grúa para que se lleven automóviles que se estacionan sin que a sus choferes les importe bloquear la salida a sus conciudadanos. En ocasiones, nuestros vecinos o nosotros nos peleamos con los encargados de las obras o de las oficinas de las inmobiliarias aledañas por las numerosas molestias que acarrean. Es verdad que falta organización social para fiscalizar, pero también es cierto que no hay respeto ni cumplimiento de la ley por parte de los privados encargados de las obras ni de las autoridades comunales obligadas a fiscalizar.



Así, los escasos segundos que los matinales le dan a los vecinos de barrios impactados también por «el progreso» no dan el ancho para entender la densidad del problema. No es un asunto de egoísmo. Es un déficit, nuevamente, de democracia e institucionalidad.



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Claudia Lagos Lira es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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