Publicidad

El nacionalismo indígena

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más


La nueva variable de la política latinoamericana es el nacionalismo indígena. El corazón de este movimiento se ubica en las fronteras de Chile, en Bolivia y Perú, y su evolución será gravitante para la política vecinal de nuestro país en las próximas décadas.

Hasta ahora, el movimiento indígena en Sudamérica se había mantenido en ámbitos reivindicativos parciales como la lucha por la identidad cultural, por la propiedad de la tierra, contra la discriminación o por condiciones de vida digna. Su participación en política había estado acotada a ser una fuerza de apoyo -muchas veces manipulada desde fuera de su organización- a coaliciones políticas mayores, dominadas por otros intereses.

La novedad es que hoy emerge hacia la política, en términos generales, con una visión de mayoría social que no desea ser intermediada en su acción por nadie. Detrás del triunfo de Evo Morales en Bolivia, hay un pensamiento muy articulado y de largo plazo acerca del Estado y el ejercicio del gobierno, que convoca desde el movimiento indígena a las otras fuerzas políticas. Los comentarios simplistas sobre su triunfo, plagados de prejuicios racistas o conclusiones apresuradas acerca de su viabilidad, constituyen un error, y no ayudan a comprender el nuevo escenario que se está forjando en el mundo indígena latinoamericano.

Es efectivo que existen enormes diferencias de articulación y maduración política entre los diferentes movimientos indígenas de la región, y que el denominado nacionalismo indígena debe ser caracterizado con mucho cuidado. Sin embargo, expresa una fuerza nueva, hasta ahora inédita en sus formas más maduras como la boliviana, y que tiene sistemas de referencia política diferente a las tradicionales. Entre ellas su visión acerca de los ámbitos territoriales de la identidad cultural autóctona.

El movimiento ecuatoriano, cuyas primeras movilizaciones propiamente políticas datan de comienzos de la década de los 90, ha pasado por diferentes etapas que incluyen participación prominente en diferentes gobiernos. Pero nunca ha tenido un proyecto nacional propio que articule al resto de las fuerzas sociales y políticas, aunque si la fuerza social suficiente para bloquear a los gobiernos.

En cambio el movimiento actual de Bolivia sí tiene proyecto propio, y ha sido ampliamente teorizado desde el año 2000 hacia acá por el actual Vicepresidente de la República, Alvaro García Linera. Sobre todo en su dimensión de movimiento social opositor a la tradicional ingeniería electoral y política de Bolivia.

Bajo ninguna circunstancia es la simple expresión de los intereses del mundo campesino cocalero. Su visión política es más compleja y radical que la simple ampliación democrática, característica de las propuestas que siguieron a la revolución de 1952. Concibe una República comunitaria, con autonomías departamentales y un pacto institucional que «descolonice el Estado» y de cabida a las fuerzas mayoritarias del mundo indígena, largamente postergadas en los bienes materiales y simbólicos que distribuye el Estado. La nacionalización de los hidrocarburos, no es expropiación ni estatización según sus dirigentes, sino la apropiación de un mecanismo que redistribuya bienestar de manera igualitaria en la sociedad. Para que todos los mundos sociales y productivos, incluidos el indígena y el del capitalismo andino, se reproduzcan de manera articulada y sana sin dejar de ser lo que hoy son.

En el caso del Perú, el movimiento indígena hasta ahora nunca ha sido un actor político directo, a excepción de la época de Sendero Luminoso en que se transformó en una variable de la gobernabilidad del país. El etnocacerismo de los Humala, padre y hermanos, tampoco es un nacionalismo indígena, sino un movimiento antisistema. Recurre a la simbología indígena, pero que en lo esencial sigue una línea de pensamiento estrechamente vinculada al desarrollo del estado nacional peruano, con fuertes elementos militaristas y antichilenos, mezclados con una retórica socialista y popular. El Mariscal Santa Cruz, Avelino Cáceres y Velasco Alvarado son parte de su iconografía.

Las disputas al interior de la propia familia Humala, especialmente entre el padre, Isaac Humala, antiguo militante comunista, y su hijo Ollanta, militar en retiro y con altas probabilidades de ser electo Presidente de la República el 2006, son un indicativo de que la situación es muy fluida, y en algún momento, la fuerza de lo indígena podría adquirir autonomía propia.

Es un error considerar que este escenario está inducido por un eje populista que pasa por Brasilia y Caracas. Es el resultado de complejas realidades sociales que vinculan de manera explosiva la pobreza, la marginalidad y el fracaso de la política tradicional para articular soluciones estables y legítimas para las mayorías.

Peor error sería dejarse seducir por la simple especulación y la geopolítica del interés comercial, propia de un pasado que dejó dolorosas consecuencias en la región en los años setenta y ochenta del siglo pasado, o recurrir a los inútiles mecanismos de la presión o el aislamiento. Lo esencial es que esas nuevas mayorías puedan ejercer sin obstrucciones sus gobiernos, alcanzados en elecciones transparentes y legítimas.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias