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Arpegio


Qué suerte tienen algunos que hasta los fenómenos de la naturaleza les acompañan mientras tratan de enmascarar sus propios descalabros urbi et orbe. Nadando en petróleo ajeno con quienes igualmente esperan verse sumergidos y rebautizados en los pozos de oro negro, se les ha olvidado incluso mentir con donaire.

Resulta que ahora, cuando Irán peligra, cuando Irak sangrante, vive una guerra civil provocada e inventada; ahora, precisamente ahora, aparece Ernesto. Y por desgracia no se refiere al que se apellidaba Guevara. O Cardenal. O Hemingway. Ni tiene el más leve parecido con La importancia de llamarse Ernesto.



No. Ahora se trata de un huracán que poco a poco va derivando en tormenta tropical pero que ha hecho su aparición en escena con un timing made in Hollywood.



De modo que Ernesto nos despista bastante a la hora de las noticias. Barre con la masacre en el Líbano. Y eso no es moco de pavo. Por si no bastara ya con las huracanadas de rigor.

Y entonces qué. ¿Vamos a hablar de tamaño escarnio en esta esplendorosa mañana de finales de verano en Montreal, con aroma de primavera en Chile?



¿Insistiremos en el tema sabiendo que somos bobilongos mutantes y que mas pronto que tarde nos convertiremos en un tropel de híbridos con derecho a voto a merced de la chulería y la prepotencia de los jinetes texanos, mis vecinos del Sur?



¿Continuaremos aplaudiendo los discursos y los trinos de Boy George?



¿Escucharemos el clamor reverberante del desierto?

¿Seguiremos preguntándonos a punto de sucumbir, cómo, cuándo y por donde nos ha arrastrado la ola de fondo?



¿Pretenderemos ignorar que un tercio de los habitantes de este planeta vivimos y vivimos muy bien porque la inmensa mayoría de nuestros semejantes mueren de primermunditis?



¿Creemos en serio que somos Los Elegidos?



¿Negaremos el fuego mientras nos estamos achicharrando?



Por mi, preferiría sin duda confesar susurrando, la sensación casi orgásmica de dejarse abrazar por las miles y miles de hojas danzantes del otoño quebecuá y de quedarse envuelta en colores infinitos mirando al cielo entre la luz y la sombra del atardecer, cuando el crujido calido de las hojas semisecas alrededor del cuerpo, cobija contra todo mal.



Solo ha sido un lapsus.



Para distraer al respetable del presente desconcertado, la orden del día en el mundo es otra. No la mía. De momento tengo que olvidar mis temas preferidos, en las antípodas de la realidad desafinada.

Desde que empezó el conflicto en el Líbano, emerge de las profundidades más oscuras un tal John Mark Karr. Muy blanco, muy relamido. A primera vista pareciera un doncel pasmado. Después la cámara se acerca a los ojos. Su mirada destempla.
Consumidor de pornografía infantil de profesión, padre de tres hijos, y maestro de escuela por añadidura.



Vivía en Tailandia. Enseñando, dice.

Como si fuera el tesoro de la corona, le han traído a USA, para interrogarle. Cómodamente sentado, exquisitamente atendido.
Por algo en USA todo ciudadano detenido es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Cuenta la leyenda. Excepto los prisioneros políticos de Guantánamo Bay que sin proceso alguno, ni juicio ni sentencia, han sido declarados en sotto voce, claro está, malos malísimos, terroristas y criminales por el intocable Maese R. con la venia de Maese G. Llevan años metidos en jaulas, enceguecidos por los focos que no se apagan nunca, torturados. Tienen por ende que demostrar su inocencia. Ahí es nada. Socarrón sois, Señor.

Otras minorías étnicas, también son culpables. Por definición.
God Save America!

Lapsus secundo.



A propósito de órdenes desde la cúpula, y de pendencias, estaba comentando tecla en tensión, acerca de J.M.K., que se confiesa autor de un crimen horrendo en Baulder, Colorado. El de una niña llamada JonBenet Ramsey, violada y estrangulada, hace diez años cuando ella apenas había cumplido seis.



Y así la noticia se convierte en primera página de todos los periódicos y programas en USA durante quince hermosos días, para casi inmediatamente, apenas cuarenta y ocho horas mas tarde, las pruebas excluyentes de ADN liberan de toda culpa, a Mr. Karr. Así le nombran.



Su ADN no coincide con el que se encontró en la ropa interior de JonBenet el 26 de Diciembre de 1996.



Algunos psiquiatras concluyen que todo ha sido lucubración de una mente distorsionada. Incluso los más explícitos y perturbadores detalles de la agresión sexual y del crimen se han quedado en agua de borrajas.



John Mark Karr ha resultado ser un inocente palomo.



Legalmente, solo tiene que defenderse por una peccata minuta de
Posesión de pornografía infantil en 2001.



Qué bobada, ¿no?



Tal vez el buen hombre tenga que explicar con más precisión el cómo y el por qué sabe tantos detalles sobre la muerte de JonBenet. Dicen que solamente el informe forense, guardado bajo siete llaves, contiene la verdad de esa muerte. No se explica porqué este amante de la infancia, la sabe.



El caso es que el honorable ciudadano Karr, de ojos azules y tez clara coincidentemente, y pelo liso remilgado, es un hombre libre al que probablemente pedirán perdón las autoridades pertinentes. Luego escribirá un libro, harán una película sobre su delirante vida, con happy end. Por supuesto cobrará un pastón y vivirá feliz lleno de fama y dinero por los siglos de los siglos.



Pero el crimen de Baulder sigue siendo un enigma. El depredador, o depredadores buscan en total impunidad, su próxima victima.



Desconfío mucho de un país que siempre encuentra cabezas para la guillotina fuera de sus fronteras.

Desconfío del Menú a la Carta que nos presentan de desayuno, almuerzo y cena, que incluye huracanes, guerras y Criminales, Sociedad Anónima.



Desconfío porque conozco asesinos que juraron inmortalidad.
Y por lo que se ve, cumplieron.



Desconfío al mirar al lado, y no saber qué máscara nos estará observando.



Desconfío de sentir a veces, más de las que quisiera, que el mundo es una bomba de tiempo en manos de un puñado de corruptos.



Mientras no se demuestre lo contrario, desconfío.



Desconfío del 11 de septiembre versión 2006 en USA. Reaparecerán en todas las pantallas del mundo las torres fantasmagóricas y en lugar de recordar a los inocentes que murieron allá, servirán una vez mas para aterrorizar y justificar otras guerras y otras victimas tan desoladoramente humanas y tan injustamente asesinadas como las de New York.



Prefiero, por aquello del sentimiento, quedarme con el recuerdo y con las palabras de un hombre que aun me conmueve 33 años más tarde, por su sentido del Honor, por su consecuencia, por su lealtad, por su coraje, por su caballerosidad, por su elegancia. Aquél que dijo al borde de la muerte,Â… y más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedasÂ…



Tenía un apellido vasco, Allende. El día del Golpe Militar en Chile, también se lloró en Euskadi. Y hubo paro. Y hubo luto. Franco aun vivía, pero no importó. Eran los tiempos de Fuenteovejuna. T.V.E. censuró las noticias.



Tampoco importó. La tristeza y la indignación ya estaban en la calle. Recuerdo que un entrañable amigo jesuita, Francisco Maria Altuna, dijo: Qué pena. Con Allende se ha ido la esperanza.



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Begoña Zabala es actriz y reside en Montreal, Québec.
















  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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