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El letal peligro de la ignorancia ecológica


En el contexto de la controversia sobre el falso dilema entre protección del medio ambiente y desarrollo he escuchado muchas veces de autoridades y personas influyentes del sector empresarial la frase: «Los seres humanos están primero». Vale la pena darle una vuelta a esta idea porque además de demagógica denota una letal ignorancia sobre la historia evolutiva de nuestro planeta y de la vida, y de la ciencia de la ecología.



Nos guste o no, la Naturaleza estuvo primero. Hace unos 4.600 millones de años se creó el planeta, supuestamente de los restos de una supernova; después, hace unos 3.000 millones de años fue el agua líquida; luego, laboriosa e incomprensiblemente, los microorganismos, bacterias y algas fotosintéticas. Y, en algún momento, emerge Gaia, esta forma de organización en la que se interconectan los procesos bio-físico-químicos y energéticos de toda la biosfera, de forma tal que ésta se transforma en un superorganismo que se auto-regula como un cuerpo. Luego aparecen las plantas, los animales, los dinosaurios y grandes reptiles y bastante después de la extinción de estos últimos, hace 65 millones de años, florecen los mamíferos, y, hace unos pocos millones de años, los homínidos. Los humanos modernos surgen hace apenas unas decenas de miles de años.



Sin duda, somos absolutamente los recién llegados; aparecemos cuando la naturaleza desarrolla las condiciones precisas, después de la extinción de los dinosaurios, para que esto pueda suceder. La actual biosfera que nos sustenta es ‘nuestra’ biosfera, pero no en el sentido de que nos pertenezca a nosotros, sino, muy por el contrario, de que nosotros pertenecemos a ella. Dependemos al 100%, de la biosfera; podemos hacerla colapsar, de hecho, estamos febrilmente empeñados en hacerlo, pero, afortunadamente no podemos destruir a Gaia mientras haya sol con la luminosidad adecuada, y agua líquida, carbono y los otros elementos vitales. Gaia ya se ha extinguido casi totalmente varias veces y ha vuelto a renacer con un nuevo ensamblaje biótico, con una nueva comunidad biótica. En cambio nosotros, no solamente dependemos absolutamente de Gaia, sino también de su estado, de su ‘salud’.



Entonces descubrimos que esta biosfera literalmente es nuestro hogar, como sugiere apropiadamente la palabra ecología (el prefijo ‘eco’ proviene del griego oikos que significa hogar); un hogar fuerte y frágil a la vez.



Hemos perdido totalmente de vista el hecho que son los ecosistemas y la biosfera los que sustentan nuestras sociedades y economías, y que no son, en absoluto, nuestras sociedades y economías las que sustentan los ecosistemas y la biosfera.



El aire que respiramos y el mantenimiento de su precisa composición (el milagroso 21% de O2), el agua dulce, la salinidad (6%) y pH de los océanos, claves para su salud ecosistémica y productividad, la regulación del clima planetario y de las temperaturas globales, los alimentos, etc., son ‘donaciones’ de la naturaleza y ocurren y se dan sin que nos percatemos de ello, tal como late nuestro corazón sin que tengamos una participación consciente en ello.



Es por estos motivos que en gran parte de la ‘civilización’ y sus áreas de influencia, salvo excepciones en sectores-islas en los países más ricos, se está viviendo cada día peor, porque para lograr el supuesto ‘desarrollo’ se propicia un crecimiento económico basado en la conversión ilimitada y descontrolada de capital natural en capital monetario. Este ‘progreso’ es una ilusión, no se puede alcanzar nunca, porque estamos degradando y destruyendo masivamente la naturaleza, la única organización, que nos puede dar calidad de vida, si es que entendemos sus directrices y las acatamos.



Es evidente que debemos encarar con urgencia el desarrollo energético y el crecimiento económico de una forma radicalmente diferente a la que ha adoptado hasta hoy esta jovencísima civilización urbana-industrial-tecnológica-militar, hoy globalizada, porque lo que hemos hecho durante este último par de siglos, y particularmente en estos últimos 50 años, nos está costando la vida y llevando al colapso a la biosfera que nos cobija. Otros pueblos en el pasado, a muy menor escala, también han causado el colapso de sus ecosistemas, de su entorno, y en algunos casos se han extinguido. Los Maya y los Pascuenses son ejemplos dramáticos de esto.



Tenemos que tomar muy en serio la segunda ley de la termodinámica y desplegar una campaña de la máxima intensidad para disminuir la entropía de todos nuestros procesos productivos, para lo cual algunos debieran ser reducidos significativamente de escala o simplemente erradicados. Es interesante que en la teoría de la informática la ignorancia sea considerada una forma de entropía: el ‘conócete a ti mismo’ hoy debe complementarse con ‘y conoce muy bien tus ecosistemas y tu biosfera’. La ignorancia ecológica lleva a la muerte. Esto es obvio, pero, a pesar de su obviedad no está internalizado a nivel de modelos de desarrollo ni de comportamientos societales ni individuales. No es algo que hayamos transformado en un conocimiento ‘normativo’ que nos permita establecer normas y fijar límites al comportamiento individual y social.



Es importante que como sociedad reflexionemos sobre este punto crucial. El sentido de estas líneas es poner en el tapete el peligro letal que entraña el que las autoridades y empresarios sean ignorantes de las directrices más elementales que han establecido claramente, tanto la ciencia de la ecología, como la sabiduría tradicional de muchos pueblos arraigados. «Como es arriba es abajo»: si las autoridades y otros líderes de opinión no se cultivan y capacitan qué esperanza queda para los menos privilegiados que en Chile son la absoluta mayoría.



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Juan Pablo Orrego, Ecosistemas


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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