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Editorial: Elecciones y desarrollo democrático en América Latina


Los resultados ampliamente favorables a fuerzas emergentes de izquierda en la apretada agenda electoral de 2006 en América Latina anticipan cambios tanto al interior de los propios países como en el juego de las relaciones internacionales de la región.



Lo primero, porque el gran motor de esa movilización electoral fue el lema de nuevos liderazgos, con formas diferentes de hacer política, más cerca de la gente, que permita terminar con el voto inútil psicológico, es decir, la percepción ciudadana de que las elecciones no cambian nada.



Lo segundo, porque el gran perdedor es Estados Unidos, cuyo descuido de su política latinoamericana -manifestado en clichés y preconceptos propios de la guerra fría- ha terminado por limar su capacidad de imperio y lo ha puesto en situación de conspirador frente a algunos gobiernos democráticamente elegidos.



Si bien cada situación nacional tiene sus particularidades, se pueden reconocer en todas ellas elementos comunes: una mirada crítica a la globalización puramente corporativa impulsada por el FMI, una revalorización de los recursos naturales asociada a la creación de alianzas heterodoxas que faciliten una mejor inserción internacional y la búsqueda de reformas institucionales que superen la fatiga de los viejos instrumentos de la política.



Es verdad que no se puede hablar de la aparición de nuevos modelos políticos, internos o de integración regional. Pero se hace evidente la instalación de nuevas alianzas y una discusión profunda acerca del papel de los parlamentos, los derechos sociales, el pacto fiscal, el desarrollo y la justicia social, el medioambiente y la seguridad en la sociedad global.



Es común también el agotamiento de las formas tradicionales de representación política, poniéndose en crisis instituciones tradicionales de la democracia y haciendo emerger rasgos nuevos, especialmente en los liderazgos y en la manera como se manifiesta la confianza de los ciudadanos hacia la política.



En muchas partes se ha desactivado la barrera, práctica y psicológica, de que nada cambia ni puede cambiar con una elección, surgiendo o reavivando la conciencia de que el voto puede efectivamente cambiar el curso de la política.



Ello tiene el aspecto muy positivo de profundizar las adhesiones democráticas, y viene a demostrar que tanto la democracia como sus instituciones son creaciones históricas, ligadas también a perfeccionamientos de los cuales los ciudadanos pueden ser los sujetos históricos.



Pero, por otro lado, este proceso también genera un conjunto de tensiones políticas significativas que deben conjurarse, so riesgo de llegarse a un extremo antisistémico, que ponga en riesgo la estabilidad democrática. Se vuelve más complejo el asunto si se considera la creciente tensión en materia de geopolítica de los energéticos, en la cual el papel de Venezuela, Bolivia y México es relevante, en su calidad de productores.

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