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La ciudad y la ternura


Pocas veces recuerda Santiago una convocatoria espontánea tan grande de gente ante un evento cultural, como ocurrió con La Pequeña Gigante. El entusiasmo por la actuación de la marioneta puso en evidencia la orfandad y pobreza del país en materia de ocio, recreación y cultura de masas.



La calidad teatral, la simbología y el relato que puso en movimiento esta intervención urbana, contrasta con la ciudad pánico, dominada por el desorden y el miedo, que llena los imaginarios de la política cotidiana.



Es un espectáculo netamente urbano e industrial, pues las decenas de partes y piezas que lo componen, constituyen una verdadera fábrica en movimiento. Su desplazamiento sólo puede producirse gracias a una multiplicidad de acciones en perfecta sincronía, una especie de cadena de montaje.



Pero la ternura que expresa el rostro de la marioneta en cada parpadeo y giro de su rostro, y la gestualidad gentil y cariñosa de su enorme cuerpo, nos habla de una ciudad integrada, donde es posible el esfuerzo no solo para producir, sino también para entretenerse y perseguir sueños.



El espectáculo organiza el ocio teniendo como escenario el lugar más despreciado y abandonado por el urbanismo productivista: la calle. Se la reivindica como un espacio para el trayecto entre el trabajo y las esperanzas, y un vínculo cotidiano igual para todos, cuyo orden depende en primer lugar de la propia gente y su respeto al otro.



De hecho, la obra convocó a cientos de miles de personas de toda condición social, especialmente niños, sin otro resultado molesto que una pequeña congestión, no diferente a cualquiera otra que produce una manifestación o el exceso de vehículos.

La búsqueda del rinoceronte es una hermosa metáfora acerca de la posibilidad de actuar con respeto por la gente aunque nos movamos en medio de las dificultades o los requerimientos de la modernidad. Una invitación a evitar que la modernidad exacerbada, contaminadora, fundada en la fuerza y el acero, representada en el rinoceronte, nos destruya.



El rinoceronte en la jaula no es una coerción de la libertad sino que representa el esfuerzo por evitar que un depredador, que es además un animal en extinción, quede librado a su sola fuerza y albedrío y destruya todo lo que hemos construido, incluido él mismo.



Cada cual puede soñar su sueño y, por lo tanto, interpretar el espectáculo de La Pequeña Gigante, con su propia mirada. En nuestro caso, además de una manifestación cultural grandiosa, vimos también una invitación a recobrar la mirada sobre una ciudad más integrada, que usa y cuida sus calles, que no discrimina socialmente ni contamina su medio ambiente, que vive lo público como el espacio de todos, y donde las demandas de bienestar y progreso, aunque sean gigantescas, pueden ser planteadas de manera respetuosa y recibir -al menos- una respuesta amable por parte de los gobernantes.




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