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Editorial: Precariedad energética


Desde la primera crisis energética a mediados del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, el país ha escuchado la categórica promesa de las autoridades de que no faltará energía en los hogares chilenos. La instalación de la red gasífera abastecida desde Argentina era parte importante de la satisfacción de la promesa. Una década después es parte del problema.



Sin embargo, lo más relevante no consiste en determinar las causas de la falta de energía en el país o referirse a los constantes cortes de abastecimiento desde Argentina, sino establecer por qué, después de todo el tiempo transcurrido y de que el problema pasara a ser el centro de la debilidad estratégica del país, la solución de largo plazo resulta tan poco clara para la ciudadanía.



Es indudable que lo más vistoso y urgente, desde el punto de vista de la opinión pública y la popularidad política, es el abastecimiento de gas a los hogares. Pero lo más clave es el impacto que la crisis energética tiene en toda la economía del país, principalmente por los desgastes productivos, las alzas de precios, los retrocesos ambientales y las incertidumbres que genera.



De ahí que si bien es entendible que las autoridades del sector adopten actitudes muy similares a las de un gerente comercial para tranquilizar a la ciudadanía, en términos estratégicos resulta francamente preocupante escuchar enfoques de contingencia como si se tratara de un episodio climático más.



Más aún, que las referencias a cambios en la matriz de consumo energético, que deberían haberse iniciado hace años y que tardarán muchos más en madurar dependiendo de su complejidad técnica, se vean mezcladas con argumentos sobre la voluntad política y la integración, en un idealismo de estado que contrasta abiertamente con la realidad.



El atraso estratégico del país salta a la vista en medio de un contexto regional que desde hace años exhibe un crecimiento de las fuentes de energía. Según la Organización Latinoamericana de Energía (Olade), las reservas probadas de petróleo han crecido a un ritmo de 2,06% anual desde 2004. Lo que ha descendido es la producción, que ha retrocedido en promedio 1,16%, afectada directamente por los descensos en Perú, Chile y Argentina.



Cuando se firmaron los acuerdos gasíferos con Argentina ya existía una relativa certidumbre de que un crecimiento acelerado de la economía de ese país absorbería la mayor parte del gas que se producía en ese momento, generando un riesgo para las importaciones chilenas. Pero la razón de mercado, no regulado por lo demás, fue más fuerte que la previsión estratégica y el movimiento hacia el gas trasandino fue determinado por los grandes compradores eléctricos exclusivamente en razón de su precio.



Chile importa desde Argentina en tiempos normales unos 22 millones de metros cúbicos de gas que abastecen, principalmente, a plantas generadoras térmicas de electricidad y a industrias, cifra que el último año solo ha sido cubierta apenas entre 70% y 80%. Del total de las importaciones, solo 1,8 millones de metros cúbicos se destinan a consumo domiciliario.



En ese contexto, hace apenas diez días el secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Energía (CNE), Rodrigo Iglesias, declaró que los chilenos debían prepararse para "recortes más profundos". Jorge Lapeña, presidente del Instituto Argentino de la Energía "General Mosconi", señaló que "los yacimientos han llegado a un máximo de su capacidad productiva" y que la industria es incapaz de abastecer su propio mercado. Hace demasiado rato que está claro que la relación energética con Argentina no tiene contenido estratégico.



Es indudable que la situación coyuntural será dominada. Sin embargo, los inexorables impactos que el tema va teniendo en toda nuestra economía horadan estratégicamente al país. En lo inmediato, los generadores y distribuidores de electricidad ya han empezado a hablar de "alzas marginales de precios", mientras el costo ambiental ha aumentado de manera dramática en todo el país. Pero lo más importante es que aceleradamente está en curso una geopolítica de la energía, donde todavía Sudamérica es una zona virgen.

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