Publicidad

ONU debte tomar nuevo protagonismo en Irak


Que después de cuatro años de la invasión estadounidense a Irak no haya atisbos de solución, es cada vez más evidente para el gobierno de Bush y hace peligrosamente angustiante la situación internacional.



A los enormes costos políticos, que se han reflejado en derrotas electorales para gobiernos europeos que fueron parte de la coalición, así como la constante baja de apoyo popular para George Bush, que le significó la pérdida de su mayoría parlamentaria a manos de los demócratas, se le suma la dolorosa y constante relación de bajas tanto militares como la de civiles inocentes.



El cúmulo de fracasos y corrupciones de la política global contra el terrorismo, quedará marcada con la huella indeleble de la violación de los derechos internacionales de los prisioneros de guerra, tanto en Abhu Graib como en Guantánamo, de la usura de las empresas privadas de mercenarios y de «reconstrucción» que han dilapidado enormes recursos que iban en beneficio del pueblo iraquí, de la escalada de violencia sectaria que ha generado más víctimas que todas las violaciones del propio Sadam Hussein, que ningún líder determinante del terrorismo islámico ha sido detenido y enjuiciado. Que han aflorado a luz pública, aunque tardíamente, los soterrados y viciosos argumentos que fueron presentados a la comunidad internacional como respaldo para el inicio de la invasión, demostrando una vez más, a los infames niveles que los poderes fácticos estadounidenses, dominados por una élite fuertemente integrista, pueden llevar la manipulación. Al menos, aunque sea en una ínfima proporción, la tenacidad del periodismo investigativo ha propiciado el desfile de algunos emblemáticos responsables por los tribunales de justicia y la ventilación pública.



Los planes militares, y el prestigio de varios generales, tampoco han quedado exentos de errores y de equivocadas apreciaciones sobre el carácter de este tipo de guerra, a la cual tan rápidamente se acomodaron las resistencias iraquíes, sin duda, apoyados por fuerzas externas, que sintieron aquí un nuevo campo de batalla entre el islamismo radical y el expansivo y agresivo occidente, encarnado en Estados Unidos.



Después de varios planes militares fracasados, sin poder asegurar una ocupación efectiva de todo el territorial nacional ni tampoco de la desarticulación de la resistencia armada, aparece como respuesta el viejo principio de la acumulación de masa, que se ha traducido en el aumento del contingente estadounidense en el país con el fin de, al menos, asegurar un perímetro capitalino que permita el funcionamiento institucional del gobierno local y los servicios básicos para la población.



El gobierno iraquí tampoco escapa a la lógica desintegradora y volátil de la realidad socio-política, y ha fracasado en sus objetivos por normalizar y dotarse de un nuevo proyecto de país, siendo parte del conflicto étnico religioso y de una administración deficiente y corrupta.



La permanencia del conflicto ha tenido repercusiones regionales, pues sigue siendo una zona altamente explosiva, con fuerte concentración armamentista e incluso con proyectos nucleares, una nueva fuente para el reclutamiento de milicias terroristas, con relaciones en la guerra del Líbano, y de la lucha palestino-israelí.



El conjunto de desaciertos y alevosías, producto de los intereses y su particular mirada de política internacional por parte de esta brigada de halcones de la política de Washington, ciertamente han generado una región y un mundo más expuesto a las inseguridades y con una gran incertidumbre sobre la evolución positiva de los acontecimientos, ya sea con la presencia norteamericana y aún más con el retiro de ellas.



Lamentablemente, no existe la posibilidad de la vuelta atrás, así como tampoco la de enajenarse de participar en la búsqueda de una solución racional y satisfactoria a este conflicto fragmentario y susceptible de escalar en profundidad y amplitud, que seguirá involucrando a inocentes. Solo bajo este criterio es posible aceptar la tesis de muchos líderes estadounidenses que remarcan el hecho que Irak es más que un problema de Estados Unidos, como recientemente lo planteara Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations y de entender la resolución de ONU del viernes recién pasado en torno a una nueva oportunidad multilateral.



Con respecto a la primera tendencia, continúa siendo fundamental encarar la total responsabilidad de la administración Bush en este nuevo y peligroso desorden, para no caer con facilidad en el olvido y la exculpación sobre una política altamente agresiva y autoritaria, manejada con hilos de intereses económicos y militares, tan propios de la élite del poder estadounidense. Ahora que el tiempo y los espectros de los muertos, junto a la dificultad de alternativas de solución han hecho evidente el desastre iraquí, no debemos dejar que resulte fácil el que voceros intenten traspasar responsabilidades a todos por igual (discurso bastante conocidos para los chilenos). Claramente no creemos que allí se esté jugando la democracia ni la libertad mundial y cualquier otra parafernalia ideológica, solo tiene que ver con los más estrechos intereses estadounidenses, que tampoco es el de todos nosotros.



En relación a la segunda tendencia, es bueno reivindicar el rol de Naciones Unidas y hacérselo saber en toda su magnitud a aquellos líderes norteamericanos que ironizaron sobre su vigencia y pertinencia. Los Perle, Wolfowitz, Rumsfeld y el propio Bush que establecieron la inutilidad del multilateralismo e irrelevancia del máximo organismo, deben ser los íconos de la soberbia y estupidez en política exterior. Las miradas de los que hoy claman por ayuda y compromiso internacional para resolver la catástrofe que desataron, deberán guardar en sus retinas las alocuciones desaforadas de estos ases del unilateralismo y de la guerra preventiva.



En esta dirección es importante fortalecer las decisiones recientemente asumidas y que tienen que ver con un papel más activo del enviado especial de ONU en un trabajo conjunto con el gobierno iraquí en materias políticas, económicas, constitucionales, refugiados y derechos humanos. Del mismo modo generar un interlocutor válido para las conversaciones con los distintos grupos étnicos y religiosos, así como del diálogo multilateral entre Irak y sus vecinos en ámbitos tan sensibles como la seguridad fronteriza, energía y refugiados, apuntando a políticas cooperativas y con énfasis en los derechos de las personas.



El camino viable para una salida al caos iraquí, ciertamente pasa por el retiro total de Estados Unidos y su coalición adhoc, el que deberá acompañarse de un plan estratégico de sustitución de la presencia autoritaria por uno cooperativo y solidario. El temor razonable a una descomposición mayor por un vacío de poder e insustancialidad de la autoridad, debe ser trocado por una visión más de conjunto con involucramiento de todos los interesados sub regionales.



La posibilidad de que esta participación signifique generar un espacio más auspicioso, en un horizonte mediano de resolución del conflicto, aparece como el único camino racional posible. Que el caos generado pueda paulatinamente tomar un curso equilibrado, pasa por actores renovados y legitimados. Es clave que la máxima lógica de la política se sobreponga a la de guerra, y entender que lo que no ha podido resolverse en el campo de batalla, deberá volver a los salones de la negociación.



Ahora el cuidado tiene que ver con que esta situación de excepcionalidad no se transforme en la norma, y termine en que Naciones Unidas sea el cuerpo de bomberos de los incendiarios del imperio del norte.



_____________



Carlos Gutiérrez P. Director Centro de Estudios Estratégicos (CEE-Chile). Miembro del Consejo de Populáricos

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias