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Por mi culpa, por mi culpa…


En estos tiempos tan azarosos para el personal y de tanta irresponsabilidad para quienes manejan la manija, la Iglesia Católica puso de moda la «repentencia» cuya noción, según el diccionario, mezcla el doloroso arrepentimiento que se tiene de sus pecados y el deseo de hacerse perdonar.



Justo para dar un ejemplo, refiriéndose a la Inquisición, Juan Pablo II se refirió a los «errores de exceso» y condenó en varias ocasiones el uso de «la intolerancia y hasta la violencia en el servicio de la verdad» de los inquisidores… Ä„en 1982! o sea con un retraso de unos tres siglos con relación a sus desmanes y crímenes.



El mismo Juan Pablo II rehabilitó con tres siglos de retraso a Galileo Galilei, pero no tuvo el coraje de hacer lo propio con Giordano Bruno, torturado durante años por la Inquisición y luego quemado vivo el 17 de febrero del año de gracia de 1600 por orden expresa del Papa Clemente VIII.



Se ve que la «repentencia» es como el advenimiento del crecimiento con equidad y la obtención del salario ético: no sólo lleva mucho, mucho tiempo, sino que también es un proceso difícil y doloroso, sobre todo para quienes esperan los resultados.



Gracias a Chirac, el Estado francés terminó por reconocer su responsabilidad en la razzia de decenas de miles de ciudadanos judíos que fueron entregados a los nazis, enviados a los campos de concentración y asesinados salvajemente. Tal «repentencia» solo tomó 60 años.



De ahí que uno no entienda la vox populi santiaguina que considera -masivamente-, las excusas de Ricardo Lagos a propósito del Transantiago como tardías.



Porque ya puestos a hilar fino, uno pudiese subrayar el carácter mediotintero de las excusas de Su Poquedad, muy en su línea «de la medida de lo posible» y de las «reparaciones simbólicas», ofreciendo disculpas que le dejan la principal responsabilidad a su sucesora, culpable entre líneas de «la forma en que se implementan las cosas».



Cargándole el muerto a un «soporte tecnológico» inexistente el 10 de febrero, fecha del inicio de la catástrofe, Su Poquedad declara desde lo alto de su suficiencia: «No sé qué habría hecho yo si hubiera estado sentado donde está la Presidenta».



Lo que sí sabemos es lo que hizo y hace sentado en otro tipo de trono: echarle la culpa a Michelle.



Hernán Larraín, quien se descubre una vena de profesor de «caballerosidad» y probablemente de hijo putativo del Quijote, tilda esta actitud de «poco caballerosa». Pobre Hernán, siendo quien es y estando donde está hace como si no supiera que todo esto no tiene nada de personal, que se trata sólo de negocios… El personaje de Don
Corleone tenía al menos el mérito de la franqueza.



Que uno sepa ni Hernán Larraín ni sus amigos de la UDI se han decidido aun a hacer acto de «repentencia» por los crímenes cometidos durante la dictadura con su anuencia, silencio y entusiasta apoyo. Puede que imitando a Juan Pablo II lo tengan programado para dentro de tres siglos. Pos bueno, pos fale, pos m’alegro, en todo caso no tienen para qué agregarle la infamia a la hipocresía.



Volviendo a Ricardo Lagos, y siempre en la tesitura de hilar fino olvidando lo tardío de sus hipócritas excusas, uno pudiese refrescarle la memoria a propósito de las «repentencias» que le quedan por hacer: el lobby para la liberación de Pinochet, la inauguración del trencito Victoria – Puerto Montt, la EFE, Chiledeportes, los jarrones de la Corfo, el affaire GATE, los sobresueldos, la distribución del ingreso (que la iglesia y hasta su propio ministro de hacienda califican de «vergonzosa»), la miserable calidad de la educación dejada como una bomba de tiempo…



En fin, que si se trata «repentencia», o sea de mezclar el doloroso arrepentimiento que se tiene de sus pecados y el deseo de hacerse perdonar, Su Poquedad tiene laburo para rato entonando la conocida plegaria que dice: «Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…»



Luis Casado es ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI, Paris, Francia), profesor del Institut National de Télécommunications (INT) y miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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