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Allende en la memoria

Fue entonces que vi a Allende por primera vez, montado en los hombros de mi padre para ver sus gestos marcando un discurso que entendía poco, pero podía ver el entusiasmo y la pasión con que era seguido por la multitud en la Alameda.


Por Pepe Auth*



La memoria de Allende, es decir, el modo en que lo recordamos, está hecha de la superposición compleja de recuerdos autobiográficos, datos históricos y lecciones políticas. Aludiremos simétricamente a estos tres niveles que se entrecruzan para conformar los recuerdos que más importan, aquellos que proyectan al futuro.



Algunos recuerdos



1- Primavera de 1964. Tenía 7 años, madre comunista y padre independiente de izquierda, más bien allendista. Con mi pandilla, recorría las calles del barrio Plaza Egaña pegando autoadhesivos de Salvador Allende en los autos estacionados. Era su tercera candidatura presidencial, la primera fue testimonial contra la marea populista del General Ibáñez y en la segunda apenas fue superado por Jorge Alessandri. Fue entonces que vi a Allende por primera vez, montado en los hombros de mi padre para ver sus gestos marcando un discurso que entendía poco, pero podía ver el entusiasmo y la pasión con que era seguido por la multitud en la Alameda.



2- La noche del 4 de septiembre de 1970. Llegué esa noche frente a la sede de la FECH en Santa Lucía para escuchar de nuevo el discurso de Allende, esta vez en su calidad de presidente electo. Aunque había obtenido menos votos que en 1964, esta vez la derecha no plegó su candidatura como en 1964 detrás del candidato democratacristiano. Éramos miles, yo tenía 13 años pero el recuerdo permanece intacto: Allende llamaba a la calma, reafirmaba los compromisos de su programa y alertaba contra los formidables enemigos que se movilizarían contra su gobierno.



3- Octubre de 1972. El paro de los camioneros estaba en su apogeo. Tenía quince años y reclamaba junto a miles de partidarios de la Unidad Popular, el cierre de El Mercurio y la disolución definitiva del Parlamento, para que en su lugar se instalaran los órganos del poder popular. Escuché a Allende decirle con coraje a la multitud insatisfecha que él quería el socialismo con derechos democráticos y que no estaba disponible para terminar con la democracia representativa.



4- 11 de septiembre de 1973. Desde la azotea de mi liceo, el Internado Barros Arana, junto a un puñado de estudiantes y profesores, escuchamos el último discurso de Allende. Todos lloramos con su estremecedora despedida y su esperanza declarada de que «se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor». Luego, vino el ruido ensordecedor de los aviones, los destellos del bombardeo y una humareda interminable. Seguimos todo en silencio y con profunda tristeza. Sabíamos que el Presidente dejaría allí su vida, así lo había comprometido.



Algunas observaciones históricas



1- Poco antes de la elección presidencial del ’70, el Partido Socialista había abandonado la vía electoral como consecuencia del éxito de la Revolución Cubana y la influencia del Che Guevara en toda América Latina. Pocos recuerdan que la nominación de Allende como candidato del PS fue aprobada por la minoría de su Comité Central.



2- La izquierda chilena vivía en la paradoja de tener uno de los discursos más revolucionarios del continente, siendo la fuerza política más eficazmente reformista de toda América Latina, compenetrada con el movimiento sindical y con gran influencia intelectual, co-responsable, además, de importantes reformas económicas, sociales y políticas.



3- La convicción de Allende detrás de su proyecto de armonizar la lucha por el socialismo con la extensión de derechos democráticos para todos, en verdad no era una convicción compartida por la coalición política que lo sostenía ni por el partido al que pertenecía. La hegemonía del marxismo-leninismo en la Unidad Popular obstaculizaba en los hechos la puesta en práctica del proyecto allendista. Había claramente proyectos históricos diferentes, era evidente la convivencia contradictoria de dos estrategias de construcción socialista: una que preparaba la ruptura revolucionaria acumulando poder popular, y aquella que apostaba a la construcción de grandes mayorías político-electorales transfiriendo al pueblo derechos económicos, sociales y políticos que contribuyeran a romper sus cadenas de dominación.



4- Allende prefirió morir al mismo tiempo que moría su proyecto político. La muerte del presidente Allende contribuyó a preservar la experiencia del Socialismo con Vino Tinto y Empanadas como un sueño interrumpido. Si hubiera partido al exilio, como lo quisieron los organizadores del Golpe, es muy posible que los factores de nuestra responsabilidad en el fracaso de 1973 habrían aparecido aún más claros que la evidente acción golpista de la CIA, la derecha política y económica, y la traición de los generales.



Algunas lecciones



1- Quizás la principal lección política de la experiencia de la Unidad Popular es que, tanto más radical es el proyecto de cambio social y político que se emprenda, tanto más amplia debe ser la mayoría que lo sustenta. Como joven dirigente estudiantil bajo la dictadura, era difícil comprender por qué, a pesar de las sorprendentes similitudes de los programas de Allende y de Tomic, así como su llamado a la «unidad social y política del pueblo», no se pudo configurar un proyecto político compartido que representara a la inmensa mayoría del país, que estaba por cambios sociales de verdad.



2- Probablemente todo eso habría sido posible si la Constitución hubiera previsto segunda vuelta para dirimir en caso de que nadie consiguiera la mayoría absoluta de los votos. Ni Alessandri en 1958, ni Allende en 1970 habrían sido presidentes de Chile con las alianzas de minoría que los sustentaban, habrían tenido que buscar obligatoriamente otros apoyos políticos, seguramente más amplios y también más difíciles de derrotar. La exigencia de mayorías para acceder a la presidencia de la República define una estrategia de acción para toda fuerza política que aspire a gobernar el país.



3- La experiencia de la Unidad Popular y la de la Dictadura que le siguió, nos enseñó a todo un país que sufrió la pérdida de derechos elementales, que las luchas por la igualdad son absolutamente inseparables de las luchas por la libertad y por la democracia. Lejos se escuchan los ecos de un discurso de izquierda que despreciaba la democracia representativa, sus instituciones y sus derechos personales y colectivos asociados. Reímos para no indignarnos cuando recordamos que muchos dirigentes de la época nos enseñaban que era preferible el fascismo a la «democracia burguesa», porque así quedarían al desnudo las contradicciones, el pueblo tomaría conciencia y haría la revolución.



4- Finalmente, queda meridianamente claro lo decisivo que resulta ser la consistencia entre el proyecto histórico, el programa de gobierno, la estrategia y las alianzas políticas, si se quiere de veras tener éxito en cambiar la sociedad.



Corolario

Allende está inscrito a fuego en la biografía varias generaciones de chilenos. Naturalmente, de todas aquellas que esperaron décadas para adquirir sus derechos sociales y ciudadanos, de las que vivieron la experiencia de la movilización popular en los años ’70, de los que fuimos inspirados por las ideas y la conducta de Allende para luchar contra la dictadura y, finalmente, también para las nuevas generaciones políticas, que encuentran en Allende una fuerza cada vez más escasa en la política contemporánea, aquella que reposa en una ética y una convicción sin concesiones.



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*Pepe Auth es presidente del PPD

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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