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La danza de los trillones

Estos irresponsables quieren hacer creer que junto con hipotecar el conjunto de naciones y sus Estados en favor de la riqueza de unos pocos, son ellos los llamados a darles transparencia a los mercados financieros, para que el cuento no se repita. Sin embargo, paralelo al show de las grandes…


Por Alexander Schubert* 

 
Se sigue insistiendo en que han sido unos pocos irresponsables los causantes del desastre actual de la economía mundial. Sin embargo, los 7.700 millardos (o 7,7 trillones, como le dicen en inglés) de dólares que tan sólo en EE.UU. se han destinado hasta ahora para enfrentar el derrumbe financiero en curso, están sirviendo precisamente para salvar la riqueza de esos irresponsables. Mientras tanto, la economía mundial va de mal en peor, y nada hace suponer que la danza de los trillones vaya a cambiarle de rumbo.

Las sumas proporcionadas para salvar bancos, seguros, fondos y otras instituciones del régimen capitalista globalizado representan algo así como el 20 por ciento del producto interno mundial anual, y algo menos del total de las inversiones mundiales anuales. Más aun, representan los ingresos anuales de varios miles de millones de familias, que con un subsidio de esta naturaleza, podrían haber mejorado sustancialmente tanto su potencial productivo como su nivel de vida inmediato. Pero como ha pasado ser la regla, se pretende hacer creer que es necesario salvar la riqueza de los ricos para salvar también las plazas de trabajo de la población en general. Aparentemente hay que salvar la riqueza de los pocos irresponsables para que la gran mayoría pueda seguir subsistiendo.

Por eso, fuera de los irresponsables económicos, es necesario identificar también a los irresponsables políticos. Entre ellos, en primer lugar, a los gobiernos que desoyeron todas las advertencias sobre la magnitud de los desajustes mundiales que se avecinaban, dejándolos crecer con la más imperturbable pasividad. Y que, incluso, los promovieron con el argumento de la modernidad globalizante y la libertad de los mercados, afirmando además, que precisamente esos desajustes dejaban a sus naciones en mejor condición que otras para enfrentar posibles crisis.

Ahora, estos irresponsables quieren hacer creer que junto con hipotecar el conjunto de naciones y sus Estados en favor de la riqueza de unos pocos, son ellos los llamados a darles transparencia a los mercados financieros, para que el cuento no se repita. Sin embargo, paralelo al show de las grandes conferencias internacionales en las que se promete controlar mejor el uso del crédito, los recursos públicos se están distribuyendo de la forma más oscura imaginable. Pues si se supiera a quien van destinados, afirmó el Presidente de la Reserva Federal de los EE.UU., se sabría cuán mal andan los negocios de sus receptores, aumentando aun más la desconfianza en los bancos y demás instituciones financieras.

Los irresponsables de ayer se arrogan hoy la autoridad para aumentar y distribuir el crédito público a su antojo, sin control de ninguna especie, a vista a paciencia de un sistema parlamentario completamente despojado de cualquier autoridad, para qué hablar del control judicial, que no se siente ni siquiera llamado a intervenir, porque no entiende nada de lo que está pasando.

No se requiere de matemáticas complejas para calcular que mucho antes de quedar en evidencia que los esfuerzos por salvar los bancos e instituciones financieras privadas manifiestamente quebradas fueron inútiles, el endeudamiento público habrá de explosionar mundialmente como callampa atómica. Hasta entonces, la contracción de la actividad económica y del comercio mundial, tendrá efectos devastadores. No sólo para países como Chile, altamente dependientes de las exportaciones, sino también para las grandes potencias económicas mundiales. Cuando la «toxicidad» de los papeles que representan la riqueza financiera mundial alcance la montaña de deudas públicas y contamine a estas peor que los desechos atómicos al medio ambiente, la economía mundial se encontrará en uno de sus peores momentos.

Lamentablemente, y como se percibe en la composición del equipo económico que acompañará al nuevo presidente de los EE.UU., los pocos irresponsables de siempre no habrán sido desplazados hasta entonces. Habrá que aprontarse, pues, a que la danza de los trillones continúe, y con ello los riesgos crediticios asumidos por los Estados, hasta que se venga abajo por completo el sistema cambiario y financiero mundial. Será el momento en que no quede ya nada de lo que hoy se conoce por economía global.  
  
*Alexander Schubert es economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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