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Mito y realidad: Barack Obama Presidente

Pero quizás la más importante de las razones es la sensación mitológica acerca del triunfo del hombre sobre el destino que encarna el nuevo Presidente, y que recorre de manera larvada toda la historia de la campaña hasta estos días. Particularmente entre millones de norteamericanos de creen…


Por Santiago Escobar*

Extasis. Ese es el término que define la manera como vivió Estados Unidos la asunción presidencial de Barak H. Obama.

La potencia emotiva y comunicacional del acto traspasó largamente las fronteras estadounidenses para alojarse en la mente de millones de personas a lo largo y ancho de todo el planeta como un momento mitológico de la sociedad global. En el cual, por un instante, el imperium norteamericano se expresó más como un resultado de la fuerza de los valores y la imagen que encarna quien liderará su gobierno que de la realidad de sus acciones.

No es difícil desentrañar las razones políticas y culturales del éxtasis norteamericano. La más comentada es que en medio de una crisis global Obama no solo es el  primer presidente afroamericano de su historia, apenas sesenta años después de fuertes luchas y martirologios por los derechos civiles de los negros. Representa al mismo tiempo una llama de esperanza y renovación hacia una política de rostro humano, en un país golpeado en su bienestar por un neoliberalismo extremo.

Pero quizás la más importante de las razones es la sensación mitológica acerca del triunfo del hombre sobre el destino que encarna el nuevo Presidente, y que recorre de manera larvada toda la historia de la campaña hasta estos días. Particularmente entre millones de norteamericanos de creen firmemente que ella es una epopeya colectiva del pueblo.

Ello desde ya es un gran aporte de Barak Obama a la revitalización de la tradición política norteamericana, aún antes de gobernar. Porque fue su enorme carisma y capacidad discursiva lo que ha desatado una imagen universal renovada de la democracia norteamericana al momento de su asunción al poder, y de una libertad reinventada con la fuerza de la voluntad y la perseverancia al interior del sistema norteamericano al menos por ahora.

Pero es precisamente esta última razón la que junto con poner las condiciones del mito pone también los desafíos morales de la realidad. Entre ellos la paz, sobre todo en el Medio Oriente y Afganistán; la defensa de los derechos humanos de la cual Estados Unidos no solo se ha omitido de manera radical sino se ha transformado en infractor contumaz; y el multilateralismo como un requisito esencial de las nuevas relaciones internacionales y a lo cual Obama no dedicó ni una sola línea.

Frente a esos desafíos la lectura de su discurso requiere un tono de prudencia pues tiene un clivaje integrista y totalmente hacia adentro. Es verdad que no tiene ni la estridencia de la lucha antiterrorista global ni admoniciones o referencias a la guerra preventiva. Pero tiene una mezcla intensa de convicciones casi clericales sobre la voluntad y el destino que, unidas al despliegue real de los intereses norteamericanos en el mundo, deja poco espacio a la innovación y mucho a la inercia que es la que determina la política de los países.

De lo que no cabe duda es que el eje fundamental de su esfuerzo estará puesto en la tensión de la sociedad norteamericana y su capacidad para enfrentar una nueva era. Independientemente de lo que finalmente caracterice su gobierno, el representa una divisoria histórica para la sociedad norteamericana que no tiene vuelta atrás.

Para el resto de las cosas, ellas devienen importantes en la medida que afecten la política interna. Es bueno leerlo con sus propias frases: «No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no podéis perdurar más que nosotros, y os venceremos.»

 * Abogado y analista político y de defensa

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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