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Gobernabilidad o cambio, he ahí el dilema

Entonces, es un personaje que en alguna medida nos permite reconocernos en él, cuestión que precisamente los otros candidatos no tienen; no alcanzan a constituirse en personajes para que otros puedan reconocerse en ellos, ni a ser elementos que inicien y aceleren algún tipo de reacción que…


Por Raúl Zarzuri*

Los ejes discursivos por los cuales comienzan a transitar las distintas candidaturas presidenciales, tienen hasta ahora dos referentes. El primero es el cambio, el segundo la gobernabilidad. Renovante el primero, tradicional el segundo.

El discurso tradicional todavía no ha captado que para la ciudadanía el tema central no es la estabilidad o la gobernabilidad. Es más, es posible decir que desde hace muchos años, el piloto automático de la conducción de nuestra sistema fue encendido y no hay ninguna posibilidad que alguien lo vaya a desconectar. Eso es precisamente lo que representan las candidaturas de Frei y Piñera en estos momentos: continuar con el piloto automático, metáfora de la continuidad.

El primero se cobija en el discurso de la gobernabilidad. El segundo recurre a la eficiencia como signo modernizador de una posible gestión, lo cual lo conecta necesariamente con la gobernabilidad a través de la eficiencia Ambos han realizado operaciones de maquillaje para verse más jóvenes, pero no han recurrido a cirugías. Así, han integrado a jóvenes en sus comandos para dar prueba de compromiso con el cambio, como si esto fuera suficiente. Hay que señalar que el maquillaje no basta, ya que es fácil y rápido de sacar, la cirugía no tanto. Entonces, necesitamos una cirugía y que sea profunda.

De ahí los llamados angustiantes desde la Concertación para integrar el llamado discurso del cambio a la candidatura de Frei, previendo que el encantamiento que ha surgido alrededor de Marco Enríquez-Ominami arrastre por lo menos en simpatía -y en votos-, a un componente significativo de la Concertación. Y es que también Enríquez-Ominami ha logrado atraer a aquellos que descontentos, desafectados y poco cariñosos con la actual forma de hacer política, ven en él una forma de protestar contra el secuestro de la política por parte del sistema, y también, en alguna medida, la posibilidad de soñar con un cambio en la forma de relacionarnos con la política y la administración a través del gobierno.

Entonces, no es que esta candidatura ofrezca sólo protesta y menos de esperanza como señalaba Jorge Correa Sutil en una columna. Evidentemente, es una candidatura que tiene que ver con el descontento cada vez mayor que tiene la ciudadanía con la forma de administrar y de hacer política, que se traduce en una protesta. Pero también -y creemos que es lo más relevante- tiene que ver con la capacidad de poder soñar algo distinto de lo que ahora tenemos y que ya no nos encanta. En ese factor precisamente radica la fuerza que ha tomado esta candidatura, la de encantar, cuestión que ninguna de las otras puede mostrar hasta el momento.

Así, la candidatura de Enríquez-Ominami es y será un catalizador del descontento, pero también de la renovación de la política y de la instalación del discurso del cambio. Si lo vemos químicamente, es el elemento que ha iniciado y acelerado una reacción química. Si lo vemos cinematográficamente, es el personaje que ha desatado la acción, y que apunta a la llegada al clímax.  Entonces, es un personaje que en alguna medida nos permite reconocernos en él, cuestión que precisamente los otros candidatos no tienen; no alcanzan a constituirse en personajes para que otros puedan reconocerse en ellos, ni a ser elementos que inicien y aceleren algún tipo de reacción que transforme lo que tenemos.

Por otro lado, la candidatura de Enríquez-Ominami nos permite interrogarnos y  cuestionarnos por lo menos sobre qué hemos hecho mal como sociedad respecto de la política. Y ya el sólo hecho de hacer surgir interrogaciones es algo de por si interesante, porque precisamente lo que más nos falta en estos momentos, es preguntarnos y preguntar.

Si estamos de acuerdo con Castoriadis, que el rasgo más significativo de la política actual es su insignificancia, más de lo mismo no ayudará a resignificar y a darle otro sentido a la política.

Entonces, frente a la disyuntiva de seguir gobernando y abandonar el cambio, porque no es posible obtener ambas cosas actualmente, quizás sea preferible el cambio y no continuar gobernando.

*Sociólogo y director del Centro de Estudios Socio-Culturales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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