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De calefont, tinas y celulosas

Sebastián Bowen
Por : Sebastián Bowen Director ejecutivo Déficit Cero.
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Debo reconocer que me produce inquietud leer que una minera, una celulosa o una famosa tienda de retail se harán cargo de la reconstrucción de distintas ciudades.


Un día me tocó conocer el caso de una comunidad que vivía en un campamento de Santiago con quienes estábamos trabajando en el proceso de erradicación. Al momento en que los arquitectos que trabajaban con nosotros diseñaron las casas, se percataron que cada baño podía contar con un calefont, el dinero del subsidio y el ahorro alcanzaría para ello. Sin embargo, la decisión de las familias fue agrandar el baño, y preferir una tina con el mismo dinero del calefont. El raciocinio era lógico: las familias toda su vida habían calentado el agua sin calefont, pero nunca habían tenido el gusto de darse un baño de tina en su casa. La carga simbólica de dignidad para la dueña de casa de darse un baño de espuma hablaba de sus anhelos y preferencias más profundas.

El resultado de estas casas entregadas el año 2008 fue rotundo en materia comunitaria, la participación y organización de las familias en el diseño y construcción de las casas produjo que el cambio del campamento al barrio se transforme en un salto cualitativo en la calidad de vida y proyección social. Las viviendas fueron expresión de los anhelos de las familias aterrizados a la realidad.

[cita]Debo reconocer que me produce inquietud leer que una minera, una celulosa o una famosa tienda de retail se harán cargo de la reconstrucción de distintas ciudades.[/cita]

Este exitoso ejemplo dista mucho de otros. También conocí muchas familias que al momento de erradicarse no pasaban más que semanas o meses en sus nuevas casas y decidían volver a los campamentos donde antes vivían. ¿Qué les hacía preferir la precariedad e informalidad de los campamentos por sobre  los baños, los 45 mts2 y regularización de las villas? La respuesta se encontraba en el proceso más que en el resultado: los campamentos eran suyos. Ellos eran dueños de lo que había y lo que no había, de los costos que significaban y los beneficios conseguidos, del esfuerzo entregado en la histórica toma y la construcción improvisada de sus casas invierno tras invierno. Las decisiones que habían construido su vida en el campamento, al igual que el ejemplo del calefont y la tina, eran expresión de sus valores y, finalmente, reflejaban no solo su historia (de por sí suficiente razón) sino también su espíritu.

Y es que todo proceso de construcción lleva consigo un valor comunitario (sea de una familia, de una comunidad vecinal, de una sociedad) que al soslayarlo se pierde el sentido, ya que también fracasa el objetivo para el cual fue construido.  La participación comunitaria funciona, de esta manera, como un aval al momento de asegurar el éxito de una obra.

Una casa entregada sin participación, será incapaz de transformarse en hogar. Cualquier problema de la casa sería una perfecta razón para criticar la entrega, al fin y al cabo quienes la habitan no son responsables de su existencia, por tanto, de su éxito y destino tampoco.

Hemos visto en este último tiempo una verdadera fiebre por la reconstrucción, y en este proceso podemos seguir el patrón del primer ejemplo o podemos cometer los mismos errores de construir casas, barrios, y ciudades que serán deshabitados en el mediano plazo, o lo que es peor, habitados sin identidad.

Debo reconocer que me produce inquietud leer que una minera, una celulosa o una famosa tienda de retail se harán cargo de la reconstrucción de distintas ciudades. Tiendo a preguntarme qué sucede con las organizaciones vecinales, con las autoridades locales, con los movimientos ciudadanos, quienes en este proceso deben actuar como canalizadores del criterio comunitario sobre el que debe estar inspirada la reconstrucción y no el criterio de mercado.

Este último y las empresas podrán encontrarse al servicio de los intereses y decisiones ciudadanas, es más, el aporte del sector privado es algo que debemos promover en este sentido, pero en ningún caso reemplazar el liderazgo comunitario. El gobierno, por su parte, le cabe un rol de garante de la ciudadanía en esta fiscalización antes que transformarse en un simple promotor del aporte empresarial.  Si no mezclamos la eficiencia y los recursos con la participación y la organización, puede suceder que por muy caras y rápidas que se construyan las cosas, el escenario donde habite la gente sean las carpas y calles que cada día se visten de definitivas y comunitarias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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