Publicidad

Un padre para Chile

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Ver Más

¿Todos los accidentados de Chile serán considerados, de ahora en adelante, como sus hijos adoptivos, o sólo los célebres 33? ¿Se da cuenta el Presidente que, sin quererlo, establece una condición discriminatoria para el actuar público en aras del melodrama discursivo?


A mis treinta y tantos años, aún no he experimentado la alegría de la paternidad. Tampoco la satisfacción de haber ocupado un cargo público, menos aún la primera magistratura (para la cual tampoco tengo edad). Pero aunque no he estado en los zapatos de un padre ni de un Presidente de la República, creo poder distinguir que se trata roles completamente distintos y que operan bajo lógicas no homologables. Cuando los chilenos elegimos a nuestro Presidente, no estamos escogiendo un padre putativo. Tengo serias dudas de la comprensión de esta diferencia en el discurso político de la centroderecha.

Hace algunos años, el entonces candidato Joaquín Lavín fue consultado por ciertas cuestiones “valóricas” de su programa, a lo que respondió que sólo quería para Chile lo que un buen padre querría para sus hijos. Pasó colado, a pesar de que constituía una reformulación de la vieja premisa tomista de que el soberano actúa como pastor para su rebaño. Tanto los hijos como las ovejas carecen de la racionalidad suficiente para decidir por sí mismos, por lo que requieren de un padre o un pastor, respectivamente, para ser conducidos por el buen camino. De Kant en adelante, todos los liberales han repugnado esta concepción paternalista del gobierno.

[cita] Ojalá se haya tratado de un irreflexivo recurso florido de la siempre generosa prosa del primer mandatario. La otra alternativa es que el Presidente Piñera, al igual que Joaquín Lavín, crea que el gobernante se asimila al buen padre de familia.[/cita]

Quizás porque creía que Sebastián Piñera era harina de otro costal, me llama tanto la atención que venga, desde hace varios días, utilizando la misma fórmula para referirse a los 33 mineros. “Tomamos la decisión de rescatarlos- dijo- como si fueran nuestros hijos”. Me asaltan múltiples dudas: ¿por qué no como ciudadanos y trabajadores, dignos de respeto y derechos? ¿O sólo porque accedieron (extraordinariamente) a la categoría de “hijos propios” del Presidente tuvieron el fenomenal despliegue que posibilitó su rescate? ¿Todos los accidentados de Chile serán considerados, de ahora en adelante, como sus hijos adoptivos, o sólo los célebres 33? ¿Se da cuenta el Presidente que, sin quererlo, establece una condición discriminatoria para el actuar público en aras del melodrama discursivo?

Lo más probable es que en La Moneda a nadie se le haya pasado por la cabeza este quisquilloso razonamiento. Ojalá se haya tratado de un irreflexivo recurso florido de la siempre generosa prosa del primer mandatario. La otra alternativa es que el Presidente Piñera, al igual que Joaquín Lavín, crea que el gobernante se asimila al buen padre de familia. Ese que reparte premios y sanciones de acuerdo a sus criterios particulares del bien (como bono de bodas de oro en un caso y multa a las parodias televisivas en el otro). Ha pasado mucha agua bajo el puente desde que en Chile un puñado de poderosos decidía qué tan maduros estaban sus compatriotas para ver una determinada película o para elegir a sus representantes en el Parlamento. Para bien o para mal, los chilenos ya alcanzamos la mayoría de edad y con ella la emancipación paterna.

No cabe duda que aquellas palabras de Lavín y las actuales de Piñera están cargadas de buena intención. Lo natural, normal o común es asumir que los padres quieren cosas buenas para sus hijos. También lo es añorar los mimos del hogar paterno. Cuando cunde la desorientación nos gustaría escuchar la orden perentoria (al estilo Lagos) o el consejo maternal (al estilo Bachelet). Pero no nos confundamos. Cada cuatro años elegimos Presidente para conducir los asuntos públicos y no para ser tratados como hijos. Los chilenos ya tenemos bastante que lidiar con nuestros padres biológicos como para sumarles a ellos uno con banda tricolor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias