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Una Solución Propiamente Chilena


El respaldo con fórceps del gobierno a la intendenta, dado a conocer por el brazo derecho del gobernante (o izquierdo, porque este último es zurdo), brazo que está donde está justamente para dar a conocer cosas que el gobernante no quiere aparecer haciendo él mismo, porque no ayudan en las encuestas, ha sido una solución perfectamente adecuada y propiamente chilena.

La intendenta fue sorprendida proponiendo faltar a la verdad para obtener subsidios en favor de personas muy pobres, que viven en condiciones más precarias que los destinatarios legítimos de los subsidios. Fue una propuesta estilo «Robin Hood».

La intendenta es muy popular en su región, pues sirve muy bien a la gente, cosa que tiene desesperado al senador chavista Alejandro Navarro, porque si ella se presenta de candidata a senadora en 2013 seguramente terminará con el doblaje de que goza allí la Concertación, y sin éste lo más probable es que Navarro deje de ser senador.

Si la UDI no respaldaba a la intendenta habría sufrido un daño electoral irreversible en la VIII región. Por eso presionó al gobernante para mantenerla en el cargo.

Además, en Chile faltar a la verdad es menos grave que en otras partes. Conozco gente muy honorable que lo hace frecuentemente y que ha estructurado toda una retórica para defender su proceder, descrito como «uso de convenciones para solucionar problemas». Acá ha habido mentiras atroces que «la izquierda y la derecha unidas», que «jamás serán vencidas», según nos enseñó Nicanor Parra, se pusieron de acuerdo para perdonar y olvidar. Fue el caso de los «sobres con billetes» descubiertos durante el gobierno de Ricardo Lagos, cuando su ministro de OO. PP. faltó de una manera imperdonable a la discreción acerca de las «convenciones» del régimen y declaró paladinamente, en entrevista a «El Mercurio», que él recibía mensualmente un sobre con un millón ochocientos mil pesos en efectivo de otro ministerio, por encima de su sueldo legal.

Recuérdese que en ese tiempo el problema se solucionó mediante una ley, que aumentó los sueldos de los ministros y del presidente en el mismo monto de los «sobres con billetes», al tiempo que incrementó la dieta parlamentaria en el equivalente. Pero como esto último era de muy fea presentación pública, porque los parlamentarios que perdonaban aparecían beneficiándose, acordaron disminuirse otros emolumentos distintos de la dieta en el mismo monto en que aumentaba ésta. Pero esto tuvo una consecuencia muy molesta, pues había no pocos parlamentarios que debían pagar pensiones a las cónyuges de las cuales estaban separados, y como éstas se calculaban sólo sobre la dieta y no sobre los restantes emolumentos, resultó que las pensiones fueron imprevistamente incrementadas, para enorme malestar de quienes las debían pagar y regocijo de quienes las recibían.

Todo el episodio estaba construido a partir de una red de mentiras, pues no era verdad que los ministros y el presidente ganaran el sueldo que decían ganar, sino que clandestinamente se lo aumentaban; no era verdad que los gastos reservados fueran a fines propios de sus funciones, como debía ser, sino que el contenido de los sobres se lo llevaban para la casa, así como no era verdad que los emolumentos de los parlamentarios fueran sólo equivalentes a su dieta.

Pero el país entero aceptó que, una vez todos «pillados» (porque el problema en Chile no es el de que la gente falte a la verdad, sino el de que a uno lo pillen en eso) se dictara una ley que saneó todo, lo perdonó, lo olvidó y dejó moralmente indemne a todo el mundo.

Por eso un feligrés de la columna que yo tenía en ese tiempo en «El Mercurio» me dijo que el refrán tradicional, «hecha la ley, hecha la trampa», acá debía modificarse y decir «hecha la trampa, hecha la ley».

Bueno, en un blog anterior recapitulé sobre otras mentiras ejecutivas y judiciales (estas últimas las más atroces de todas, por supuesto, pero ampliamente toleradas por la mayoría). Entonces, la única solución propiamente chilena posible era la que se adoptó: respaldar a la intendenta.

Y esa solución ha puesto en evidencia la catadura moral de los chilenos, que no necesariamente es peor que la de muchos otros pueblos, pero que no es la de los mejores pueblos.

No resisto terminar sin referir una historia real de hace, posiblemente, más de 40 años, que conocí a través del relato de un testigo abonado. Un distinguido empresario de la época hizo un viaje de negocios a los EE. UU., en una época en que las visitas a ese país y a Europa por parte de los chilenos eran poco frecuentes. Conoció a varios empresarios norteamericanos y simpatizó con uno de ellos, que vivía en un pueblo suburbano de Nueva York y convidó al chileno a almorzar a su casa en el fin de semana siguiente, distinción que los norteamericanos disciernen muy rara vez, en particular a sus vecinos al sur del Río Grande.

Pero en el tráfago de sus actividades al chileno se le olvidó la invitación y, simplemente, no llegó a almorzar donde su anfitrión, que se había preparado especialmente para recibirlo. Éste, entonces, lo llamó por teléfono a su hotel insistentemente, hasta que lo encontró, y le dijo que lo había quedado esperando con el almuerzo. Entonces el chileno recurrió a la herramienta que acá manejamos con más maestría y le dijo: «Pero si yo le mandé un telegrama ayer, avisándole que no podía ir». Lo cual, por supuesto, no era verdad. Si hubiera estado en Chile la excusa habría sido aceptada por el invitante, sabiendo, por supuesto, que no era verdad, pero acá eso se deja pasar. Allá, en cambio, la ética es diferente: el norteamericano se lo creyó todo y se enfureció con el correo por no haberle hecho llegar el telegrama; el correo insistió en que eso no podía ser e investigó el caso, hasta que llegó un agente donde el chileno a exigirle que diera pruebas de haber mandado el telegrama. Entonces el chileno tuvo que confesar la verdad, pero el correo no aceptó eso y formuló una denuncia ante la justicia por haber sido denigrado como institución. Al final, el chileno tuvo un tremendo lío, del cual salió muy mal parado y patrimonialmente disminuido.

Es que en otras partes faltar a la verdad tiene consecuencias. Entre nosotros no tiene casi ninguna. Eso está incorporado en el ADN de nuestro pueblo. Y por eso habría sido una gran injusticia castigar a la intendenta por algo que hacen todos, comenzando por los demás titulares de los poderes públicos. El único pecado de ella es que la pillaron. Pero en los casos en que a los otros los han pillado, los han perdonado. Entonces ¿cómo la iban a castigar sólo a ella?

Por eso sostengo que la solución alcanzada es justa y propiamente chilena.

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