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La Iglesia chilena y los abusos sexuales

Los católicos debemos entender de verdad que la Iglesia no necesita de estrategias comunicacionales, ni asesores para líneas argumentales. La Iglesia -si tenemos visión sobrenatural- se defiende sola por la acción del Espíritu Santo. No debemos temer a que la búsqueda de la verdad pueda destruirla.


La Iglesia chilena está pasando por un momento de crisis. Golpeada por la opinión pública, mirada con recelo por sus propios fieles y, lo más increíble de todo, atacada por algunos de sus propios sacerdotes, que hablan como si vinieran llegando recién a la Iglesia e intentando sacar una pequeña ventaja para ideas trasnochadas de los años sesenta.

No pretendo dar lecciones a la Iglesia Católica de cómo enfrentar las denuncias sobre abusos sexuales en contra de algunos sacerdotes, pero como católico, considero especialmente importante señalar algunas cosas.

Esta crisis no es la primera y tampoco será la última. La Iglesia siempre estará sujeta a errores y horrores que algunos de sus miembros puedan cometer, por la sencilla razón de que está compuesta por hombres y éstos siempre son libres de elegir entre el bien y el mal, por muy bien formados que estén en la fe cristiana. La libertad para elegir el mal no se pierde jamás.

Basta recordar que el primer escándalo que sacudió a la Iglesia fue obra ni más ni menos que de uno de los propios apóstoles (Judas), que habiendo estado con Jesús cara a cara, escuchándolo en primera persona y siendo testigo directo de sus milagros, fue capaz de traicionarlo. Con Judas, Dios quiso advertir que la capacidad de elegir el mal y la traición a Cristo, será siempre una posibilidad, incluso –y especialmente- para los miembros de la propia Iglesia.

Así, la historia de la Iglesia -como la de todos los hombres- estará siempre marcada por una lucha constante en reconvertirse y purificarse de sus faltas y pecados, una lucha que siempre tendrá como norte el intentar cumplir en cada época y lugar su verdadera vocación sobrenatural, a pesar de todas sus imperfecciones humanas.

[cita]Existe una responsabilidad también en los fieles laicos, al vivir en muchos casos una fe “infantil o inmadura” atribuyendo realidades casi milagrosas a personas de carne y hueso y entregando el propio juicio y valoración de su relación  personal con Dios a otros.[/cita]

En la actual crisis por las denuncias de abuso sexual es necesario, por tanto, mirar y analizar cómo la Iglesia ha superado sus anteriores crisis, tanto o incluso más graves que la actual. Si nos fijamos en esa historia, nos encontraremos que la superación de estos duros momentos ha pasado siempre y en primer lugar por reconocer y asumir la cuota de responsabilidad que corresponde a todos los miembros de la Iglesia, sacerdotes y laicos. Para ello, se requiere coraje, determinación y mucha humildad.

Por eso, el Papa Benedicto XVI ha señalado enfáticamente que es necesario examinar muy bien los factores que han ayudado a generar esta crisis, a saber:

1° Procedimientos inadecuados para seleccionar a los aspirantes al sacerdocio y la vida religiosa y débil formación en los Seminarios.

2° Una preocupación totalmente fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por ende la tendencia a evitar escándalos mediante la ocultación de hechos graves.

3° Una tendencia de la sociedad de favorecer al clero y otras autoridades.

Los dos primeros son de directa responsabilidad de la Iglesia. La selección y formación de los futuros sacerdotes es, sin duda, un factor determinante. La vocación religiosa debe, a la luz de estos hechos, purificarse y no servir de refugio o vía de escape para otras intenciones.

Así también, es responsabilidad de la Iglesia lo que Benedicto XVI llama “una preocupación totalmente fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia”. Los católicos debemos entender de verdad que la Iglesia no necesita de estrategias comunicacionales, ni asesores para líneas argumentales. La Iglesia -si tenemos visión sobrenatural- se defiende sola por la acción del Espíritu Santo. No debemos temer a que la búsqueda de la verdad pueda destruirla. La verdad sólo puede, una vez más, purificarla.

Por último, existe una responsabilidad también en los fieles laicos, al vivir en muchos casos una fe “infantil o inmadura” atribuyendo realidades casi milagrosas a personas de carne y hueso y entregando el propio juicio y valoración de su relación  personal con Dios a otros. La relación con Dios es siempre personal y el ver a los intermediarios (por muy necesarios y buenos que sean para algunos aspectos) como fin último de la fe y no a Dios mismo, es una deficiencia de los fieles que debería ser corregida desde la primera formación en la fe.

Esta crisis por tanto, requiere de transformaciones importantes, tanto de parte de la Iglesia como de los fieles. Los fieles también tienen la responsabilidad de que sus pastores no se apartan del camino señalado por la Iglesia y deben tomar parte activa en esa misión. Una Iglesia que descansa sólo en los sacerdotes y que tiene como meros sujetos pasivos a los fieles está condenada a caer una y otra vez.

Asimismo, y para lograr superar realmente la actual situación, debe existir un punto de inicio básico, que pasa necesariamente por reconstruir las confianzas y establecer absolutamente toda la verdad de lo sucedido.

La Iglesia debe asumir una conciencia total de que la única forma de que salga algo bueno de esta tragedia que enluta no sólo a la Iglesia chilena, sino a la Iglesia Universal, es que ésta sirva para purificarla en sus procedimientos y en algunos de sus miembros, que no deberían encontrar nunca un espacio o refugio en la vida consagrada.

Entre todas las soluciones que se han escuchado en el último tiempo para superar la crisis -las que van desde el término del celibato y que los sacerdotes se puedan casar; pasando por el fin de la confesión y la dirección espiritual; o modificar profundamente la figura del sacerdocio, o peor aún, como insinúan algunos sacerdotes, regresar a la supuesta “época gloriosa” de los curas de patilla larga y puño en alto-, lo único que realmente va a lograr que la Iglesia supere esta crisis es la verdad y la reconversión.

Como lo ha señalado el propio Papa Benedicto XVI: “Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y un llamado a la renovación. Sólo la verdad salva».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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