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El lucro y el sexo

Patricio Navia
Por : Patricio Navia Académico Facultad Ciencias Sociales e Historia UDP
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Aceptar que el sexo y el lucro son inevitables y que en el mejor de los casos podemos regularlos marginalmente –restricciones al lucro en ciertos ámbitos de la educación superior, regulaciones al lucro en otras actividades económicas, criminalización de la pedofilia y zoofilia, o prohibición al sexo en lugares públicos– nos ayudará a encontrar el lugar adecuado para esas actividades intrínsecas, naturales u opcionales en nuestra sociedad.


Así como el sexo es una palabra prohibida que refleja para los más conservadores todo lo que está mal en la sociedad, para una parte de la izquierda, el lucro es la palabra que representa todo lo que está mal en Chile hoy. La izquierda antilucro y la derecha antisexo comparten la fútil creencia de que basta con que el Estado lo prohíba para que mágicamente se terminen esas deleznables prácticas.

Tanto derechistas como izquierdistas conservadores reaccionarán a esta provocación diciendo que ellos no están contra el sexo o contra el lucro. Dirán que ellos sí se oponen a estas malas prácticas sólo bajo ciertas condiciones. Los conservadores dirán que el Estado no debería andar promoviendo el sexo entre adolescentes. Por eso no debiera haber educación sexual en las escuelas, distribución gratuita de condones o acceso a la píldora del día después. Los izquierdistas dirán que el lucro se debe prohibir en la educación o, incluso, en cualquier actividad que implique recursos públicos. Los conservadores dirán que la gente puede hacer en privado lo que quiera, pero aquellos hombres que practican sexo con otros hombres (o mujeres con mujeres) están en la antesala de la poligamia, la zoofilia o, peor aún, la pedofilia. A su vez, algunos izquierdistas parecen convencidos de que cualquier espacio para el lucro, por más regulado que esté, inevitablemente lleva al abuso, a la desigualdad y al capitalismo salvaje.

[cita]Aceptar que el sexo y el lucro son inevitables y que en el mejor de los casos podemos regularlos marginalmente –restricciones al lucro en ciertos ámbitos de la educación superior, regulaciones al lucro en otras actividades económicas, criminalización de la pedofilia y zoofilia, o prohibición al sexo en lugares públicos– nos ayudará a encontrar el lugar adecuado para esas actividades intrínsecas, naturales u opcionales en nuestra sociedad.[/cita]

Huelga decir que tanto el sexo como el lucro son parte esencial de la vida de las personas y constituyen un elemento imposible de eliminar de nuestras sociedades. Es más, en sociedades capitalistas modernas, el sexo y el lucro son esenciales para la preservación de la especie. Es cierto que muchos conservadores e izquierdistas dirán que es posible tener sociedades donde el sexo y el lucro estén tan controlados que ocupen un lugar sin importancia en la sociedad. Pudiera ser. Pero esas no serían sociedades libres, ni felices. Y probablemente tampoco lograrían controlar a, usando un término de Keynes, los espíritus animales.

Aceptar que el sexo y el lucro son inevitables y que en el mejor de los casos podemos regularlos marginalmente –restricciones al lucro en ciertos ámbitos de la educación superior, regulaciones al lucro en otras actividades económicas, criminalización de la pedofilia y zoofilia, o prohibición al sexo en lugares públicos– nos ayudará a encontrar el lugar adecuado para esas actividades intrínsecas, naturales u opcionales en nuestra sociedad.

En cambio, intentar prohibir esas prácticas, restringirlas en exceso, demonizarlas o declararlas contrarias a la civilización occidental, a la chilenidad o a las buenas costumbres, será un esfuerzo vano. En países donde los conservadores se han impuesto y han restringido el sexo, su derrota ha sido catastrófica. En Chile, algunos talibanes de la izquierda parecen determinados a prohibir el lucro. Su derrota será igualmente calamitosa.

Podemos y debemos regular el sexo y el lucro de forma tal que la gente tenga libertad para practicarlos sin excesiva intervención del Estado y sin molestar a otros. Podemos acotar sus alcances. Prohibirlos en determinadas circunstancias. Pero aquellos que aspiran a erradicar el sexo o el lucro de nuestra sociedad comparten la intolerancia. Peor aún, comparten la idiotez de creer que el Estado puede alterar el orden natural de la vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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