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Aborto: matar a un ruiseñor

¿Qué los diferencia a unos y a otros? El alma, me contestaría un creyente. El habla, me respondería otro. Son iguales, diría un tercero. Todos tienen razón. Esta gran mayoría de diletantes caza animales, consume carne de vacuno y jabalíes. Se vanagloria de observar una cacería de ciervos para endulzar el paladar y servírselos después acompañados con buen vino.


Probablemente el título nada tiene que ver con el tema que aborda esta reflexión. Todo depende de cómo usted lo perciba.

Mientras sigo el debate sobre defender la vida o no, refiriéndose al proyecto de ley sobre despenalización del aborto que la Presidente Bachelet enviará próximamente al Congreso, me pregunto: ¿qué es vida?

El concepto de vida puede ser definido desde diversos enfoques. La noción más habitual está vinculada a la biología, que sostiene que la vida es la capacidad de nacer, crecer, reproducirse y morir. En este sentido, la vida es aquello que distingue a hombres, animales y plantas, por ejemplo, de los objetos como una roca o una mesa.

Las cuestiones religiosas se mezclan con la ciencia para afirmar (o negar) que la vida comienza desde el primer momento de la fecundación, lo que equivaldría a afirmar que el aborto es indefectiblemente un asesinato (se termina con una vida). Otras posturas sostienen que el feto en sus primeras etapas no puede ser considerado un ser vivo.

[cita]¿Qué los diferencia a unos y a otros? El alma, me contestaría un creyente. El habla, me respondería otro. Son iguales, diría un tercero. Todos tienen razón. Esta gran mayoría de diletantes caza animales, consume carne de vacuno y jabalíes. Se vanagloria de observar una cacería de ciervos para endulzar el paladar y servírselos después acompañados con buen vino.[/cita]

La discusión es milenaria. En los últimos años del Imperio Bizantino los “iluminados”, aquellos señores encerrados en sus monasterios, discutían si los ángeles tenían sexo o no. Mientras debatían tamaño tema, los otomanos tocaron las puertas del Imperio, arrasaron con todo y se quedaron allí casi 500 años. No respetaron nada.

Sobre el tema que nos preocupa hoy se podrá discutir una eternidad y nadie llegará a acuerdo alguno sobre si hay vida o no al momento de la fecundación Para algunos el ser concebido tiene alma a partir de la concepción. Para otros, no.

El problema que divide es ético y moral, no es fisiológico ni biológico.

Y frente a esto, el gobierno debe preocuparse por algo que va más allá de lo religioso o moral: simplemente debe velar por la salud tanto física como psíquica de quien sufre un embarazo indeseable o inviable.

Creo que esta discusión es realmente hipócrita y se ajusta más a resguardar posturas religiosas que a mirar los hechos con frialdad y realidad. Porque, si de defender la vida se trata, nadie mataría a un ruiseñor.

Todo lo que palpita en nuestro alrededor es vida. Si tanto la amamos, defendamos el derecho de todos a vivir. Protejamos al jabalí, permitamos al ciervo correr por las praderas, el derecho de los elefantes a multiplicarse, el de los pájaros a volar.

Monseñor Ezzati comparaba a las mujeres y sus hijos por nacer con las mascotas. Una triste referencia que no es digna de un obispo, que debería conducir una Iglesia de la cual todos nos enorgullecimos en el pasado.

Habría que invitar a este obispo a que observe en un ecógrafo a una perrita embarazada y a sus crías por nacer. Estos se mueven al igual que el feto en el vientre de una madre. Desde el punto de vista de “vientres”, perritos y fetos, concebidos en buenas condiciones, son vida. En las religiones orientales los animales tienen alma. Entonces se niegan a liquidarlos para consumirlos.

¿Qué los diferencia a unos y a otros? El alma, me contestaría un creyente. El habla, me respondería otro. Son iguales, diría un tercero. Todos tienen razón.

Esta gran mayoría de diletantes caza animales, consume carne de vacuno y jabalíes. Se vanagloria de observar una cacería de ciervos para endulzar el paladar y servírselos después acompañados con buen vino.

Entonces, pónganse de acuerdo. Defiendan la vida. Pero defiendan la vida de todos y no nos obliguen a caer en las discusiones bizantinas para dirimir cuándo se es vida o cuándo no. Porque tanto el religioso como el ateo tienen sus razones y las defenderán por siglos. Sin embargo, el Gobierno debe legislar para hoy y no mañana.

Matar a un Ruiseñor, escrito por Harper Lee (1960), es uno de los libros mas leídos en el mundo y dio tres premios Oscar a la película protagonizada por Gregory Peck en su rol del abogado Atticus Finch. Trataba el caso real de un afroamericano condenado a muerte por un delito que no cometió; violar a una blanca. El abogado comprobó el tinte racista del pueblo donde vivía, pero el jurado falla ciegamente en contra del hombre de color. Nada importaba si este hombre era inocente. Había que matarlo.

Los cardenales no pensaron en la vida cuando se asesinó en la Inquisición, Y hubo millones que defendieron holocaustos, guerras, actos de terrorismo de Estado, matanzas en dictaduras o bajo las doctrinas terminadas en “ismos” defendidas ciegamente.

Siempre hubo defensores de la Muerte más que la vida, incluyendo a la Iglesia. Seamos serios entonces. Defendamos la vida. Pero todo tipo de vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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