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El desastre de los resultados TIMSS y la urgencia de innovar

Mirentxu Anaya y Loreto Jara
Por : Mirentxu Anaya y Loreto Jara Mirentxu Anaya, presidenta ejecutiva Educación 2020 y Loreto Jara, investigadora de política educativa Educación 2020.
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Recién salidos del horno, los datos que entrega el Estudio Internacional de Tendencias en Matemática y Ciencias (TIMSS), dejan mucho que desear.

Se mantienen brechas de género y nivel socioeconómico, en una deprimente diferencia entre hombres y mujeres y entre ricos y pobres. No es sencillo entender que después de años de aumentar el gasto en educación, mejorar infraestructura e implementar programas de fomento a la lectura y uso de TIC’s, apenas un 1% de nuestros estudiantes alcance nivel ‘avanzado’ y que entre un 15 y un 55% de estudiantes (según curso y área evaluada), no alcancen el umbral mínimo de aprendizaje (su puntaje no alcanza para estar en nivel ‘bajo’). En matemáticas 8vo, la brecha entre hombres y mujeres alcanza un 18% e indica que el 87% de los estudiantes más vulnerables no domina los conocimientos más básicos.

Es verdad que el contexto es ambicioso: en la evaluación participan 57 países, la mayoría desarrollados. Pero también es cierto que a estas alturas y con todos los esfuerzos hechos, nuestros avances tendrían que ser más significativos. Debiéramos escandalizarnos a nivel país frente a estos resultados. En la prensa y en el Congreso se siguió hablando de glosa para educación superior y los escasos titulares que hablan de este tema focalizaron en el aumento de Chile en los últimos años. Es grave que se destaque un avance que no asegura dignidad a nuestra infancia y juventud, sin poner foco y fuerza en lo que queda por hacer. No podemos naturalizar malos resultados.

“La letra con sangre entra”, dijeron a nuestros abuelos. Hoy sabemos que no, que el conocimiento se adquiere por interés y asombro, por encontrarle gusto y sentido al aprendizaje. Pocas veces se explica para qué sirve lo que se aprende. Por otra parte, históricamente se ha transmitido la idea de que las niñas deben ocuparse del orden y los niños de la exploración, se han regalado juegos de té a las niñas y bloques de construcción a los niños, se ha asumido que el don de la palabra es femenino y el pensamiento lógico masculino; ejemplos que dan cuenta de cómo relacionamos áreas de conocimiento con comportamientos esperables según se es hombre o mujer.

[cita tipo= «destaque»]“La letra con sangre entra”, dijeron a nuestros abuelos. Hoy sabemos que no, que el conocimiento se adquiere por interés y asombro, por encontrarle gusto y sentido al aprendizaje. Pocas veces se explica para qué sirve lo que se aprende.[/cita]

Las tendencias internacionales nos llaman a hacer las cosas de un modo distinto, a innovar para aprender. No se trata de inventar la rueda, sino de conectar mejor sus ejes. ¿Qué se necesita? Seguir avanzando en didáctica de las matemáticas y las ciencias, para que estas áreas no pongan los pelos de punta a quienes son (somos) incapaces de memorizar una fórmula. Ampliar el experimento del poroto en el algodón. Entender al entorno como un gran laboratorio y usar los laboratorios que hay (o debiera haber) en las escuelas, usar las pizarras digitales, las tablets y los celulares. Acercar las ciencias a los estudiantes con proyectos que les involucren en el mejoramiento de la comunidad o el territorio.

Necesitamos eliminar las barreras burocráticas que impiden el aprendizaje: que sacar cursos a explorar el barrio o el museo, no signifique un papeleo insufrible gestionado con meses de anticipación; que a la escuela no le caigan las penas del infierno si se atreve a juntar bloques horarios o a mezclar asignaturas; que ningún/a estudiante tenga que repetir un año entero si “falló” en dos materias.

Los cambios en educación son lentos, pero ya nos hemos tomado el tiempo suficiente: hay que imprimir velocidad a estos cambios que hoy, puntos más o puntos menos en una medición, de todas maneras resultan urgentes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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