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El precio de la verticalidad en las ciudades contemporáneas

Romina Álvarez y Miguel Espinosa
Por : Romina Álvarez y Miguel Espinosa Periodista y arquitecto, respectivamente.
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La magia pareciera estar en que las problemáticas urbanas en nuestro país aparecen -o más bien se visibilizan- de manera inesperada por autoridades de distintos sectores y colores políticos que se muestran sorprendidos ante supuestas develaciones de la ciudad. Sin embargo, poco se habla de aquellos fenómenos previos que las han encubado, factores que las posibilitaron y estrategias que las promovieron. Poco se habla de un mercado a simple vista exitoso, cuyo modelo de vivienda es ampliamente criticado.

Hace unos meses la contingencia noticiosa referida a lo urbano se centró en la polémica generada a partir de las declaraciones del intendente Claudio Orrego, quien denominó como «gueto vertical» al edificio Alameda Urbano de la comuna de Estación Central. Esta denominación, según la autoridad, se debía  a los espacios reducidos de los departamentos y a la escasa infraestructura para los residentes, todas características atribuibles a esta condición de gueto. A partir de estos dichos,  distintos actores, especialistas  y no, alzaron la voz, incluyendo a los habitantes del mismo edificio, quienes se sintieron denigrados y estigmatizados bajo esta denominación.

Dicho esto, lo interesante entonces sería abrir el debate hacia qué se les prometió a estos habitantes, cuáles fueron las promesas incumplidas, tanto de este proyecto urbano como de otros similares, porque de adquirir una vivienda con plusvalía y conectividad ahora pasaban a ser los habitantes de un gueto. Muchas preguntas y pocas respuestas a un fenómeno que no tiene nada de nuevo.

[cita tipo=»destaque»]Lo interesante entonces sería abrir el debate hacia qué se les prometió a estos habitantes, cuáles fueron las promesas incumplidas, tanto de este proyecto urbano como de otros similares, porque de adquirir una vivienda con plusvalía y conectividad ahora pasaban a ser los habitantes de un gueto. Muchas preguntas y pocas respuestas a un fenómeno que no tiene nada de nuevo.[/cita]

Las transformaciones urbanas que han afectado a nuestra ciudad han sido planificadas y desarrolladas en respuesta a estrategias que se diseñaron para convertir el centro de la ciudad en un espacio atractivo para la inversión. Así como también en un espacio residencial deseable para las clases medias y altas.  En este contexto, el proceso de repoblamiento de Santiago o Renovación Urbana, desde principio de los 90¨s  hasta la fecha, originó diversos cambios en materia habitacional, económica y social en su estructura urbana. Lo criticable es que a lo que se le llamó también “planificación urbana” no contempló nada del concepto de planificación y más bien se relacionó a un marco regulatorio que impuso reglas, en el que fueron y son las empresas privadas las encargadas de generar propuestas urbanas en los barrios.

Una de las consecuencias de lo anterior es que muchas viviendas antiguas fueron demolidas para construir mega proyectos habitacionales, no solo mermando la calidad de vida de los vecinos del sector, ya que sus viviendas colindaban con estos proyectos inmobiliarios, sino que también gran parte de los antiguos inmuebles históricos fueron demolidos, modificándose de esta manera la imagen de barrio histórico que poseía anteriormente.

Con esto, es posible afirmar que el repoblamiento que se originó en los sectores céntricos de Santiago no necesariamente ofreció una “renovación urbana”, sino más bien se trató de una acción inmobiliaria intensiva con fines netamente económicos y del que hoy podemos observar sus efectos. Entre ellos, consecuencias relacionadas a las estructuras viales internas que no contemplaban a esta gran cantidad de población de nuevos residentes, así como una explosión de grandes cadenas de supermercados que derechamente atentaron contra los conocidos negocios de barrios.

Ahora, la pregunta es, si consideramos los aspectos negativos de este devastador negocio inmobiliario, a qué se debe la exitosa demanda por este tipo de modelo de edificación. Nos referimos a complejos habitacionales en los que hay departamentos de incluso 30 mt2; que poseen una vista ciega, dando directamente hacia otro departamento; sin asolamiento, debido a que la altura del edificio no permite que llegue la luz directa del sol, afectando en aspectos térmicos la temperatura interior de ellos; sin privacidad, dada a la proximidad entre viviendas.

En esta idea, muchos proyectos inmobiliarios de similares características suman hasta 600 departamentos por edificio, por lo que muchas veces sus  residentes tiene que hacer  fila para por ocupar el ascensor,  debiendo esperar aproximadamente entre 15 a 20 minutos.

Entonces, también nos preguntamos qué les ofertó a estos nuevos habitantes la publicidad. Lo cierto es que la publicidad siempre nos va a mostrar el lado más brillante de cada realidad. Sin embargo, construir una realidad de este tipo no tarda meses, sino que años y décadas. De este modo, es posible constatar a través de la publicidad inmobiliaria en el tiempo que esta forma de habitar ha sido promovida intensamente por décadas y, justamente, con la implementación de los subsidios de renovación urbana que buscaban revitalizar el casco histórico de la ciudad atrayendo a nuevos habitantes, se intensificó. Esta publicidad buscaba atraer a nuevos compradores, ojalá profesionales, ojalá de clases emergentes, ojalá gente que le diera un “nuevo aire” al centro.

En este sentido, la publicidad inmobiliaria de este período intentó renovar  la imagen de un centro de Santiago que en otros tiempos había sido desvirtuada por esta misma  publicidad con el objetivo de promocionar proyectos inmobiliarios que se construían en las comunas periféricas. El problema fue que promocionó efusivamente las ventajas de volver a la ciudad central pero no nos advirtió en qué condiciones.

Así, es posible observar que la publicidad ha operado a favor de la ciudad vertical. Si vamos al caso antes descrito, en la publicidad del edificio de Alameda Urbano, que además tiene una segunda etapa, son aún promocionados por la inmobiliaria como exitosos proyectos que fueron  vendidos en su 100%, bajo la idea de “Un proyecto pensado para entregar conectividad, comodidad y bienestar”, y cuyo slogan fue: “Disfrute de vivir en una zona central, cercana a grandes avenidas, centros comerciales, supermercados y a la clínica Bicentenario”. El proyecto logró vender todos sus departamentos. Algo muy similar sucedió con el edificio de Alto Las Rejas, que también cuenta con una segunda etapa en el que ambos tienen unidades disponibles. Es publicitado a través del slogan “Descubre los beneficios de Alto Las Rejas, un edificio que está cerca de todo”. Nos referimos a una publicidad que prometió por sobre todo conexión y centralidad, espacios comunes y una posibilidad de habitar en una ciudad que ha sido por años negada para los habitantes de estratos medios y bajos. Entonces, la idea que construyó esta publicidad es la de OPORTUNIDAD. Tal vez les negó de golpe la posibilidad de acceder a confort y calidad de vida, pero sí promovió la intención de ACCESIBILIDAD a un mercado cuyo nicho, habitualmente, son los estratos emergentes con capacidad de compra.

Y será a partir de estas dos palabras claves –oportunidad y accesibilidad- que se fijará el discurso que las inmobiliarias ocuparán para construir su defensa cada vez que se les señale el tipo de vivienda que están ofertando. En consecuencia, es el mercado, bajo las condiciones que ellos indiquen como perfectas para su rentabilidad, las que decidirán cómo y para quién hacer ciudad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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