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Los Centros de Madres en Chile: de agentes de transformación a la apropiación de la dictadura BRAGA

Los Centros de Madres en Chile: de agentes de transformación a la apropiación de la dictadura

Hacia 1930, el Estado, la Iglesia Católica y distintas organizaciones privadas promovieron la emergencia de Centros de Madres, que fueron pensados como espacios para la promoción de “principios civilizadores” en familias vulnerables. ¿El propósito? entregar a las mujeres “conocimientos indispensables” para la “buena” crianza, la organización de la casa y consolidación de un hogar católico. Durante los 60 y 70, la revolución social y política los transformó en espacios de formación y empoderamiento de la mujer como sujeto político y en 1974 la dictadura los nombró en Fundación CEMA-Chile, institución privada dirigida por Lucía Hiriart que recuperó el rol paternalista y machista de origen.


De acuerdo con documentos del Archivo Nacional, hacia 1930 los esfuerzos del Estado, la Iglesia Católica y distintas organizaciones privadas se aunaron para fomentar “instancias instructivas” para mejorar la realidad material y “moral” de las familias, cuyo pilar eran las mujeres: “de la buena madre y esposa dependía la formación de una familia bien constituida”.

Los Centros de Madres nacieron así con el fin de entregar a las madres, aquellos “conocimientos indispensables para la buena crianza de los hijos, para la organización de la casa y de su familia, y para la consolidación de un hogar devoto que siguiese la moral católica”.

A partir de la década de 1960, ya contando con el derecho al sufragio presidencial y con varias experiencias políticas de organización femenina en pleno contexto social y político del reconocimiento de las mujeres como sujetos de derecho, las mismas mujeres propusieron la creación de Centros de Madres más dinámicos en sus enseñanzas y objetivos.

En 1962, por ejemplo, la sección femenina del Partido Demócrata Cristiano (PCD), propuso que los nuevos espacios estuvieran relacionados con los ideales de transformación social planteados por este partido, iniciativa que fue tomada por el entonces candidato Eduardo Frei Montalva, ya que vio una oportunidad para atraer el voto femenino.

Presidente Eduardo Frei Montalva saludando a las asistentes del Primer Encuentro Nacional de Dirigentes de Centros de Madres, 1969. | Biblioteca Nacional de Chile

Ese impulso político de los Centros de Madres logró posicionarlos como promotores del cambio social, razón por la cual desde 1964 contaron con una coordinadora estatal llamada Central Relacionadora de Centros de Madres (CEMA), dependiente de la Conserjería Nacional de Promoción Popular. A partir de allí fueron impulsados, sistematizados y financiados formalmente desde el Estado, dejando atrás su carácter privado, y abarcaron un número cada vez mayor de mujeres a través de organizaciones urbanas y rurales.

Aunque no lograron dejar de lado la formación maternal y doméstica, en los centros las mujeres se elevaron como destacadas actores en la lucha política y recibieron la validación en un espacio considerado como instancia legítima de participación social y de formulación de reivindicaciones y demandas: según el Archivo Nacional, en 1966 había 3.000 centros en Santiago y 2.500 en provincias, cifra que ascendió a 6.072 centros en 1969.

Mujeres del Centro de Madres Juanita Salgado trabajando en sus máquinas de coser, Conchalí (Santiago), 1965. | Biblioteca Nacional de Chile

Durante el gobierno de Salvador Allende, los Centros de Madres crecieron hasta llegar a unos 10.000 distribuidos por todo Chile y, junto a nuevas orientaciones políticas, empujaron la reorganización del CEMA en otra central llamada Coordinadora de los Centros de Madres (COCEMA), encabezada por la Primera Dama, Hortensia Bussi, blanco político de la oposición a la Unidad Popular.

En 1974 a través del Decreto N° 226 se creó la Fundación CEMA-Chile, transformándose en una institución privada presidida por Lucía Hiriart. Las colaboradoras de CEMA-Chile se denominaban “voluntariado” y estaba constituido mayoritariamente por esposas de militares y de autoridades del régimen.

Con un clima asistencialista, paternalista y vigilante hacia las “socias”, es decir, las pobladoras, el renovado espacio se convirtió en una fábrica de mujeres cuya única misión y función era la formación para la “buena crianza” y el quehacer de un hogar obediente y católico. Las irregularidades en la administración de la fundación y sus recursos, mermaron sustancialmente el apoyo de la ciudadanía a estas organizaciones, que se fueron debilitando hasta perder el protagonismo que tuvieron desde sus orígenes.

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