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El cocinero de Ajoblanco viene a dar su receta

Ayer y hoy día en el Centro Cultural de España, el fundador de la publicación más influyente de la transición española estará contando la historia de una revista ondera y autogestionada que llegó a vender 100 mil ejemplares riéndose de todos los poderes instalados en esa sociedad. Su época de oro duró casi cinco años, lo suficiente para dejar una marca a fuego en una España que comenzaba a cambiar de piel para siempre.


Por Felipe Saleh



El 13 de septiembre de 1973 un grupo de universitarios se juntan en el restaurante Putxet de Barcelona. La excusa es celebrar a los tres que están de cumpleaños en septiembre. Pero José Ribas, uno de los festejados, se ha guardado para este día una sorpresa. Todos forman parte del colectivo Nabuco, uno de los tantos grupos "libertarios", medio anarquistas, que agitan España y presionan por democracia en los últimos años del franquismo. Ninguno de los presentes tiene más de 25 años.
A manera de regalo, la dueña del restaurante prepara un plato típico de su pueblo: Ajoblanco. Una sopa tradicional de Andalucía a base de almendras, ajo, vinagre y granos de uva. La sopa es picante. Ribas se inspira y lanza la propuesta que hasta ese momento mantenía en secreto. "Voy a montar una revista de arte y cultura con quien quiera seguirme fuera de los círculos de la facultad, es necesario dar voz a esa juventud que está harta de lo que hay, , y que necesita expresar lo que siente y verlo escrito en papel impreso".
Este episodio lo cuenta José Ribas en "Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad", una autobiografía de 597 páginas que cuenta la historia de la que mucha gente identifica como "la revista alternativa española más influyente de los últimos 30 años", según la describe El País.
La revista salió recién el 1 de octubre de 1974. Ribas tenía 22 años y su edad generó descrédito entre los encargados de la censura, quienes la autorizaron sin saber que la publicación sería un dolor de cabeza.



Sexo drogas y ecología



Colocaban temas que no estaban registrados por la prensa convencional, ni siquiera progresista, como El Pais. Reflejaba una España más liberal que subyacía. Tenía una visión desmitificadora de las tradiciones españolas", explica el periodista español Rafael Otano, quien por esos días vivía en el barrio madrileño de Malasaña y recuerda que la revista "interpretaba muy bien un estado de ánimo igualitario, fresco y de movida que se vivía en el barrio".
En el primer número, por ejemplo, un grupo encabezado por el ahora famoso escritor catalán Quim Mozó escribió un artículo riéndose de la censura. Sugerían finales alternativos para "El último Tango en París" y "La Naranja Mecánica", para que pudieran pasar la prohibición. Entonces María Schneider no mataba a Marlon Brando y en cambio se iba a confesar a un convento. Mientras Alex de Large, el protagonista de La Naranja Mecánica, se iba a Belfast a luchar contra el IRA.



Abriendo camino



Era la primera vez que se mezclaba en un especial de marihuana, una entrevista seria a un siquiatra hablando de los usos medicinales del ayahuasca. A partir de Ajoblanco hubo otras revistas como "El Viejo Topo", más intelectual, que empezaron a incluir temas de ecología, urbanismo, arte callejero y sexo. Además se nutría de los temas enviados o sugeridos por los propios lectores. Tal vez esa sea una de las claves de la sintonía que hizo trascender a la publicación.



Entre 1974 y 1977, la revista llegó a vender 100 mil ejemplares y a calcular unos dos millones de lectores. Hasta ese momento sus estructuras eran "amateur". La redacción no era jerarquizada y la distribución se hacía a través de activistas a lo largo del país que conectaban con las universidades y los quioscos.



Anarquismo editorial



En 1976, apareció un artículo burlándose de las "Fallas de Valencia", una fiesta en honor a San José que se celebra quemando grandes estructuras de madera. La revista le atribuía un origen pagano, en honor a Dionisio y la diosa Démeter. La polémica fue gigante. Se clausuró la revista durante cuatro meses y se les impuso una multa de 250.000 pesetas, que nunca pagaron. "Esta fue la mejor campaña publicitaria", cuenta Ribas en su libro, editado el año pasado.



Es fácil aterrizar una publicación como ésta a algunas de las que salieron en Chile durante la dictadura como La Bicicleta o Página Abierta o Apsi y otras que han venido después como Rocinante. Pero ninguna ha tenido el impacto masivo de ajoblanco. "En Chile el lugar común sería compararla con The Clinic, o con Apsi, pero no es igual, la gente se mojaba de verdad", dice Otano. A pesar se su desparpajo, la revista siempre tuvo un tinte intelectual que la hizo diferente de cualquier "pasquín".



Ajoblanco primero fue contra el franquismo y después contra el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), contra la derecha y los comunistas. Sus fundadores se declaraban anarquistas y tenían la suerte de no necesitar más financiamiento que el de los propios lectores.



Aunque en una de sus etapas (de 1996 a 1999) se asoció con la empresa editora del diario El Mundo, cercano al derechista Partido Popular. El esplendor duró hasta 1980, dos años ante Ribas deja la revista por problemas financieros y con el resto de los redactores. Curiosamente la revista no sobrevivió cuando la democracia que pregonaba estuvo instalada. La última versión apareció en 2004, pero ya no era lo mismo. La cita de hoy comienza a las 10:00 y se extiende hasta las 13:00 en el Centro Cultural de España.




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