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Experto italiano en infancia asegura que los niños son la clave para crear ciudades seguras y amables Francesco Tonucci fue invitado por el Consejo de la infancia para dictar una charla en la UDP

Experto italiano en infancia asegura que los niños son la clave para crear ciudades seguras y amables

Tatiana Oliveros
Por : Tatiana Oliveros Artista, colaboradora de El Mostrador Cultura
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El especialista, autor del libro La ciudad de los niños: Un modo nuevo de pensar la ciudad opina que la ausencia de niños jugando en las calles y no tener buenas escuelas cercanas a sus hogares, ha contribuido de manera sustancial a tener ciudades o barrios hostiles. Para volver a concebir la calle como el espacio común –confía– hay que pensar la ciudad bajo la medida de los niños, permitiendo una mejor movilidad de los peatones y no educar en la desconfianza.


Imaginemos una ciudad sin niños. Sin chicos jugando en la calle, donde gran parte del día estén encerrados en el colegio o en las casas. Una ciudad en que los vehículos sean los únicos y exclusivos propietarios de la calles. Las veredas angostas y con poca sombra porque han talado los árboles. Una ciudad donde la desconfianza por el otro se ha llamado ‘seguridad’; un barrio gris, seco y vacío.

Esas ciudades ya no están en la imaginación. Su familiaridad nos golpea. Son nuestras ciudades de hoy, o lo que hemos dejado que sean.

Uno de los argumentos esgrimidos con mayor mayor fuerza para explicar la ausencia de niños en las calles es el riesgo, el peligro que corren en ella; la calle vista como una jungla en la que puedes ser devorado de un momento a otro; la inseguridad.

Para Francesco Tonucci –autor del libro La ciudad de los niños (editado por Losada y distribuido por Catalonia), que días atrás estuvo en Santiago dando una charla en el seminario Ciudad, Niñez y Derechos: Niños, Niñas y Adolescentes protagonistas de la Ciudad, organizado por el Consejo Nacional de la Infancia y la Universidad Diego Portales– el problema de la inseguridad se da por una concepción errónea de la ciudad. Para el director científico de un creativo proyecto urbanístico llamado «Fano, la ciudad de los niños», en Italia, que la ciudad sea insegura no es la razón de la ausencia de los niños en las calles, sino por el contrario: es la ausencia de estos la que hostiliza la ciudad y la convierte en insegura.

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«Cuando digo ‘los niños en la calle, hacen segura la calle’ puede parecer una paradoja, porque los adultos no dejamos que los niños estén en la calle porque es peligroso», advierte el especialista en infancia. «Mi opinión es que la calle es insegura porque no hay niños». Si hubiera –recalca– «los adultos se verían obligados a hacerse cargo de él. En un ambiente donde hay cuidado, donde hay control, ocupación del espacio de parte de las personas, es un ambiente muy incómodo para un delincuente».

Tal vez, esto podría servir en un pueblo, ¿pero qué pasa en una ciudad de millones de habitantes?

La respuesta de Tonucci es enfática. «No existen ciudades de millones de habitantes, existen de 20 o 30 mil habitantes, que son los barrios. Hay que trabajar a esta dimensión, sumando barrios que componen la gran ciudad. Hay que considerar que un gran porcentaje de la población está en su barrio mucho tiempo, los niños, las amas de casa, los ancianos, los minusválidos, ellos realizan la mayoría de sus actividades en el barrio, este es el lugar en que hay que trabajar para crear medidas de seguridad y movilidad tomando en cuenta la medida de los niños».

Según este especialista, que ha dedicado especial atención estos últimos años a las representaciones mentales de los niños, a la educación ambiental (entorno) y a las relaciones entre niño y ciudad, la primera medida de los niños, cuya externalidad positiva impacta directamente en la seguridad, es contar con una escuela que quede cerca del hogar.

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«Hay que afrontarlo de una manera racional», sostiene. «La única manera de hacer eso efectivo es que las escuelas sean buenas. Si se trabaja para garantizar una buena escuela en cada barrio, podría ser normal que las familias envíen a los niños solos al colegio más cercano a su casa», y solamente este hecho, explica, constituiría una medida central para recuperar la seguridad y la amabilidad de las ciudades. «Los niños en las calles, insisto, hacen la calle más segura».

Ahora bien, no se trata de que las ciudades se conviertan de la noche a la mañana en jardines del Edén, en esta concepción –explica Tonucci– de que es posible que el actual estado de las cosas cambie, también implica un cambio de actitud frente al riesgo.

En el mundo de hoy «los adultos acompañan a sus hijos para que no corran riesgos», asevera. «Pero el riesgo es un componente fundamental del desarrollo de los niños. Si los niños son acompañados en todo momento no encuentran el riesgo, y si no lo hacen, no pueden desarrollar actitudes y estrategias de defensa frente a la vida».

«Es importante considerar que los riesgos de un niño son pequeños, son a su tamaño, un niño nunca es un aspirante a suicida, por lo cual, para él, el riesgo es una fuente de placer si logra superarlo y doloroso si no lo consigue. Son dos sentimientos muy importantes para construir la personalidad y, si esto no es posible, los niños van cargándose de un deseo de riesgo y de transgresión que solo se va a expresar bastante más tarde en la adolescencia, cuando los jóvenes tienen ya la llave de casa en el bolsillo», sostiene.

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De acuerdo a la experiencia común de los jóvenes en muchos países, «los problemas que nosotros consideramos como los dramas de la adolescencia, como el abuso de alcohol, drogas, los accidentes de autos o motos, vandalismo, una sexualidad precoz, hasta los suicidios juveniles, creo que tiene mucho que ver con esto: que los niños no pueden vivir la tontería en el momento que lo necesitan y retrasan todo. Esa es una de las razones del por qué estamos proponiendo desde hace un tiempo la experiencia de ir a la escuela solo. Para recuperar esa autonomía».

Esa autonomía o la pérdida de ella, siguiendo la reflexión de Tonucci, es la primera gran diferencia entre la infancia de hace algunos años y la actual. «En mi infancia era totalmente natural salir de casa y vivir la vida afuera, porque todo estaba fuera, afuera estaban los amigos, las posibilidades de diversión, los deportes, los libros. La casa casi no tenía nada, era un lugar donde se vivía el afecto de los parientes, pero la rutina era, principalmente, comer, tareas y fuera…»

Ahora, en cambio –repara el psicopedagogo–, se ha dado vuelta eso. «Ahora todo esta dentro de casa. La casa es riquísima en oportunidades, hay libros, hay música, hay cine, hay mucha comida –conservada por meses–, por lo cual la casa ha asumido las características de la ciudad. Ahora no vemos la hora de volver a casa, hoy la casa tiene capacidad de entretener a los niños por mucho tiempo, con las nuevas tecnologías, televisión, internet, videojuegos, por tanto, la diferencia principal es que nosotros salíamos, los niños de hoy no salen y, si salen, lo hacen acompañados por un adulto y esto cambia mucho la relación de un niño con el mundo, porque para nosotros el mundo era algo que podíamos descubrir, un niño de hoy esto no puede hacerlo personalmente, tiene que hacerlo virtualmente o acompañado por adultos».

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Que un chico no quiera o no pueda salir de su casa genera consecuencias negativas. La primera de ellas, explica este profesor que se encuentra trabajando actualmente en el Museo de los Niños, en Roma, «es que si un niño no sale solo de casa no puede jugar regularmente» y esto –a su juicio– es  muy grave, «porque el desarrollo más importante de toda la vida ocurre en los primeros años de vida y esto se debe al juego. También es importante porque si un niño no sale solo y regularmente de casa, no puede descargar las energías físicas como lo necesita; los países occidentales tenemos un problema muy grave de obesidad infantil, que es un drama, un drama que vamos a pagar carísimo en los próximos años. Esto tiene mucho que ver con que los niños de hoy pueden hacer cursos de deporte después de clases , pero no pueden jugar, es decir, no pueden correr, pelearse, trepar, ensuciarse así como lo necesitan, cada niño sabe cuánta energía tiene para descargar y solo lo puede hacer si tiene un momento de libertad y no bajo control», expresa convencido.

Uno de los factores –explica el especialista– más gravitantes a la hora de entender por qué se prohíbe a los chicos jugar en la calle, tiene que ver con el miedo y las estrategias políticas de la defensa. «La política (o los políticos) aprovechan el miedo para tomar consenso prometiendo resolver el problema», explica. «Normalmente, las soluciones de la política son en términos de defensa, es decir, frente al peligro vamos a aumentar la defensa, que finalmente es una respuesta a la inseguridad que deja mucha dudas, porque la defensa –además de ser costosa– produce un aumento del miedo. Si aumentas la defensa, la gente siente que está aumentando el peligro».

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Uno de los mecanismos políticos que propone el especialista para dar mayor seguridad en las calles no tiene que ver con el aumento de la dotación policial ni los objetos de control, como cámaras de televigilancia, sino con cambiar las reglas de la movilidad, privilegiando a los peatones. «Uno de los principales elementos a los cuales le teme la gente es al tráfico. Esto se podría solucionar ampliando veredas, reduciendo las calles, y reduciendo los estacionamientos. En definitiva, haciendo un poco más complicada la vida a los autos, para hacer más fácil la vida a los peatones».

Lo anterior, de acuerdo al modo de pensar de Tonucci, no implica una negación de la violencia sino reconocer que los mayores grados de violencia se viven al interior de las casas. «Un porcentaje, que casi supera el 90%, de la violencia contra niños o mujeres se desarrolla en las casas y es causado por sus padres, parientes cercanos o educadores. Esta es una realidad, por lo que hay que ayudar a la gente a entender que educar a los niños en la desconfianza a los demás es una doble violencia, porque no corresponde a la verdad y les quita a los niños la posibilidad de disfrutar de la tranquilidad. Tener confianza en los demás es un elemento educativo fundamental», asegura.

En esta ciudad, que se erige según la medida de los niños, los adultos mayores también son indispensables para hacerla más amable. «Desde siempre una de las relaciones más fuertes que establecen los niños es con sus abuelos, por muchas razones. Una de ellas es que los abuelos muchas veces tiene más tiempo que los padres para quedarse con los nietos, en muchas ocasiones cumplen la función de cuidadores. Y lo que no se debería hacer –y que normalmente se hace– es poner a los ancianos juntos, en hogares generalmente en contra de los anhelos de los ancianos».

Mantener a los abuelos al interior de la familia, en el espacio común –asegura Tonucci–, ayuda a crear una sociedad más justa para los menores, y también para los abuelos, «ya que cuesta menos, y vale mucho más para ellos. Un anciano sacado de su contexto familiar y puesto en una institución cae en una depresión y su vida tiene una mala calidad y termina con mayor rapidez».

«Hay que hacer todo lo que se pueda hacer para mantener una estructura familiar en donde varias generaciones se apoyen. Eso beneficia a la sociedad completa», remata el observador de la infancia.

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