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Niña, extranjera, sola: hijas del exilio inauguran muestra de arpilleras en el GAM CULTURA

Niña, extranjera, sola: hijas del exilio inauguran muestra de arpilleras en el GAM

Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Son obras de 21 mujeres, de Santiago y regiones, de diversas profesiones y orígenes, que participaron a lo largo del año en un taller realizado en el barrio Yungay, donde se conocieron, hallaron un espacio de contención y pudieron compartir historias comunes en el marco de una actividad de la ONG Hijas e Hijos del Exilio Chile. “Siento que nos falta exteriorizar nuestras vivencias. El exilio, en casi todas las experiencias compartidas, es un tema tabú. El negacionismo está presente en nosotras. Tratar de parecer chilenas, tratar de hablar y vernos normales es un trauma común. Entonces sentí que este espacio podría aportarnos a todas a seguir adelante con esta mochila del exilio, compartiendo la carga y las emociones”, comenta la escritora Silvia Mellado, una de las impulsoras, quien nació y se crió en Holanda. La exposición se inaugura este jueves a las 19:00 horas.


Una muestra de arpilleras realizadas por integrantes de la ONG Hijos del Exilio será inaugurada este jueves, a las 19:00 horas, en el tercer piso de la biblioteca del centro cultural Gabriela Mistral (Alameda 227, metro UC).

Son obras de 21 mujeres, de Santiago y regiones, de diversas profesiones y orígenes, que participaron a lo largo del año en un taller realizado en el barrio Yungay, donde se conocieron, hallaron un espacio de contención y pudieron compartir historias comunes.

“Me reconocí en cada relato de mis compañeras del taller que plasmaron sus experiencias, dolores y anhelos. Muchas veces sentí un enorme alivio hablar con ellas, pero también sus experiencias me quebraban y lloraba mucho tanto en el taller, que luego en casa ya no paraba de llorar. Tuve que ir a terapia otra vez”, cuenta Alejandra Torres, quien vivió el exilio en entre 1973 y 1985 en la ex República Democrática Alemana (RDA).

Como ella, sus compañeras vivieron el exilio en países tan disímiles como la República Federal Alemana (RFA), Bélgica, Francia, Venezuela, Cuba, Costa Rica, Argentina, Canadá, Finlandia y Suiza. Mujeres que siendo niñas salieron de manera forzada por causa del terrorismo de Estado hacia sus padres, madres o que nacieron en el país de acogida.

Sus historias son diversas: padres que estuvieron presos en campos de concentración, expulsados con prohibición de regresar al país; una crianza sin conocer a sus familias (primos, tíos, abuelos); entornos culturales completamente ajenos a la cultura chilena, con otros idiomas, donde sufrieron xenofobia y pobreza.  A ello se suma muchas veces un traumático retorno (o llegada) a Chile, donde no eran consideradas chilenas y las consideraban “bichos raros” por su acento o forma de pensar.

“Siento que nos falta exteriorizar nuestras vivencias. El exilio, en casi todas las experiencias compartidas, es un tema tabú. El negacionismo está presente en nosotras. Tratar de parecer chilenas, tratar de hablar y vernos normales es un trauma común. Entonces sentí que este espacio podría aportarnos a todas a seguir adelante con esta mochila del exilio, compartiendo la carga y las emociones”, comenta la escritora Silvia Mellado, quien nació y se crió en Holanda.

“Durante muchos años siempre sentí que era la única con esta pena. Que sólo me había pasado a mí, y si bien al entrar a la ONG conocí más hijos del exilio, al compartir cada sábado con estas hermanas exiliadas pude reencontrarme con esa niña que traté de esconder durante casi 40 años y con otras niñas también invisibilizadas. Cada sábado era reir y llorar, abrazarnos y contenernos. Compartir vivencias, pelar a los chilenos, reconocernos como hijas del exilio y víctimas del destierro de nuestros padres y madres”.

Un lugar especial

El GAM recibió esta propuesta el año pasado, en el contexto del proyecto de la remodelación San Borja y los inicios de la vivienda vertical en Chile, que derivó en un libro y una exposición que se realizó en GAM.

Fue en ese marco en que una de las arquitectas investigadoras, Amarí Peliowski, hija de exiliados, presentó a la ONG y el trabajo que venían realizando, cuentan desde el GAM.

“Desde fines de 2022 estábamos buscando un espacio para exponer nuestras arpilleras, consultamos con el Museo de la Memoria, pero lamentablemente no fue posible. Sin embargo, en GAM nos recibieron con las manos abiertas desde el primer día, ha sido un agrado trabajar con ellos en la exposición”, señala Carmen Muñoz, periodista y presidenta de la ONG Hijos e Hijas del Exilio Chile.

“Esta exposición va en línea con el trabajo comunitario que estamos realizando desde GAM, es decir, una muestra que surge desde una organización de la sociedad civil, como lo es la agrupación Hijas e hijos del exilio Chile. Nos interesa dar a conocer el testimonio de personas que no vivieron la dictadura en el país ni fueron ellas mismas exiliadas, pero que recibieron los efectos de las separaciones, las frustraciones y dolores familiares siendo pequeñas y pequeños. Las arpilleras siempre han tenido un lugar especial en GAM con diversos talleres, creaciones colectivas, murales y con la recuperación del gran lienzo hecho por las Bordadoras de Isla Negra”, comenta por su parte Felipe Mella, director ejecutivo del GAM.

Para Mella, esta exposición no solo evidencia el trabajo y reflexión que realizan las organizaciones de la sociedad civil, sino que también pone en valor la mirada de niñas y niños en un contexto de exilio.

“Como GAM nos parece relevante visibilizar esas voces y experiencias como parte de la construcción de la memoria en torno al golpe de Estado, que además es uno de nuestros ejes programáticos de 2023. A 50 años del golpe, esta muestra busca visibilizar la historia de estas personas, incluirla dentro del relato oficial sobre la dictadura chilena, y abrir el diálogo sobre las secuelas transgeneracionales que tuvieron los eventos traumáticos del golpe y la dictadura. Además, conversará con la exposición que tendremos junto al Museo de la Solidaridad Salvador Allende que vuelve al presente las obras que estuvieron expuestas en el edificio de la UNCTAD y que desaparecieron tras el golpe”, comenta.

Origen

La presidenta de la ONG nació en Buenos Aires y llegó a Chile a los 18 años. Su padre era militante comunista y trabajaba en el Complejo Maderero Panguipulli durante la Unidad Popular, y debió huir a pie a Argentina tras el golpe de Estado de 1973. Parte de su familia sigue viviendo en el país vecino: la separación de padres y hermanos es otra de las consecuencias del exilio, presente hasta hoy.

Ella cuenta que la idea de las arpilleras surgió en una reunión de la organización de fines de 2021, donde Mellado, quien es la persona que maneja el oficio del bordado en arpillera, propuso realizar un taller de arpilleras. “Y le fuimos dando forma, hasta que lo vinculamos con la reconstrucción de memorias del exilio y del retorno, en un espacio colectivo y seguro, que nos permitió contar nuestras historias, escribirlas y plasmarlas en una arpillera”, dice Muñoz.

La escritora hizo cuatro arpilleras en total. Tres de ellas son imágenes de Países Bajos, donde vivió hasta 1984, cuando llegó a Chile.

“Son coloridas, bellas, llenas de luz y emociones, tres durante el exilio de mis papás y otra con mi retorno después de 29 años. Cuando pienso en mi infancia robada de Ámsterdam veo eso, muchos colores es todo hermoso. Es sólo alegría y lindos recuerdos. De cierta forma las telas y hebras que escojo representan esas sensaciones Hice una también de mi segunda infancia, en Chile, que retrata el miedo que sentía de vivir en dictadura con un país militarizado. Es una imagen de noche, como la noche oscura que hubo acá por 17 años”.

Otra participante es Alejandra Torres, quien vivió el exilio en Alemania. Ella conocía las arpilleras de su vida en el exilio, donde eran comunes en las casas de los chilenos.

“Mi arpillera se llama ‘Círculo’. Es un texto que escribí hace muchos años sobre un hecho que pasó en nuestra familia, en donde mi madre, tras 10 años de exilio junto a los 10 años posteriores a su retorno -y mi exilio-, finalmente decide colgar unos cuadros de una amiga muy querida de mis padres y que con los años de su exilio perdió contacto con ella. La imagen retrata tan solo las paredes blancas sin otro elemento que ambientara un hogar. Es solo el teléfono y las paredes vacías y sin apropiarse del espacio, enmarcados apenas como el borde de los sobres de carta para envío aéreo, como único vínculo con el mundo. Esas paredes blancas muestran que mi madre no podía enraizarse en ningún lugar durante todos esos 20 años. Si bien aquí cuento la historia de mi madre y no la mía, me compete personalmente ante el hecho que uno se puede tomar años para volver querer sentirse perteneciente a un lugar y formar parte de él. Y de eso se trata el exilio para todos nosotros: el desarraigo crea conflictos irremediables, te relacionas de manera no muy fluida con el resto de la gente y las relaciones se tornan muy extrañas, pese a que puedas adaptarte apenas de manera funcional a tu entorno”.

En total se alcanzaron a realizar 27 arpilleras, “que relatan vivencias en el país de acogida cómo eran nuestras vidas, momentos muy emotivos que se vinculan con otros espacios y sociedades que nos recibieron y nos dieron seguridad”, dice Muñoz.

Son “vivencias que tienen relación con momentos de soledad, porque nuestros padres, madres no estaban bien, otras hablan de cómo nos relacionamos con comunidades y barrios, personas amorosas, vecinas y vecinos. Otras arpilleras, cuentan cómo fue venir a vivir a Chile, el retorno de nuestros padres, madres y nuestro exilio”, cuenta Muñoz.

Las arpilleras además ya tuvieron una exposición en el Reino Unido. Allí se encuentra Verónica Márquez, una de las participantes del taller, quien actualmente estudia en la Universidad de Edinburgo, y las presentó en junio en el marco de una escuela de verano.

“Fue una pequeña experiencia, pero muy fructífera, en el sentido de que otras sociedades tan diferente como la de Edimburgo, en un espacio académico multicultural, personas, estudiantes, jóvenes, académicos, pudieron apreciar las arpilleras y leer nuestros relatos, y desde tan lejos poder a través de nuestras arpilleras, ver Chile y cómo la memoria aún mantiene viva las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura cívico – militar”, comenta Muñoz.

Actividad autogestionada

Muñoz destaca que el taller ha sido una actividad autogestionada por la ONG, que ha tenido como objetivo aportar a la conmemoración de los 50 años del golpe cívico militar, desde la mirada de la niñez vulnerada que fuimos, por causa del terrorismo de Estado.

“Siendo muy pequeños nos tocó vivir junto a nuestros padres, salir a temprana edad junto a ellos, y en situaciones muy complejas e inseguras. Hubo muchos casos de papás, mamás que fueron liberados desde el centro de detención y tortura y eran subidos al avión con lo puesto, debiendo partir rápidamente del país con su familia, impidiendo a aquella niñez, el derecho a vivir de manera segura con su familia nuclear y extensiva en el país donde nació”, comenta.

“Mucha de esa niñez, tuvo prohibición de ingresar al país, marcando con una letra L, su pasaporte. Muchos otros niños y niñas nacieron en los países de acogida, no todos tuvieron derecho a la nacionalidad, siendo apátridas hasta la adolescencia, tampoco teniendo derecho a una familia extensa, a tener tíos, primos, abuelos. Creemos que con nuestras arpilleras, estamos aportando a visibilizar lo que significó el exilio en la niñez, que no fue fácil, con papás, mamás, que venían saliendo de la tortura y vejaciones impensadas, sin acceso a terapias, sin trabajo, y no siendo capaces por dichas condiciones, de ejercer la paternidad, maternidad en plenitud”, expresa.

Otra de las participantes fue la socióloga Claudia Barbaric. Sus padres vivían en Iquique durante la Unidad Popular. Su padre, docente, fue detenido tras el golpe y estuvo preso en el campo de concentración de Pisagua. Tras su liberación, fue enviado relegado a Castro, en Chiloé. En 1975, la familia se exilió en Winnipeg, Canadá, con prohibición de regresar al país. Allí Claudia vivió durante 18 años.

Su arpillera retrata su casa, humilde y de típica familia migrante, en el país norteamericano, donde nacieron sus dos hermanos.

“Mi padre y mi madre hacían su mejor esfuerzo, cada uno a su modo por darnos todo lo que podían para suplir todo lo que nos faltaba por culpa del exilio, por ejemplo, falta de primos y primos, abuelas y abuelos, etc., a través de la participación activa en la comunidad de chilenos en Winnipeg, comunidad que cumplía un poco ese rol. También trataban de dejar lindos recuerdos, nos llevaban de camping, a museos y festivales. Pero esa casita también fue testigo de la soledad y tristeza del exilio, cuando, por ejemplo, siempre éramos solo los 5 para las celebraciones de los cumpleaños, donde mi mamita nos hacia su tortita de nuez y manjar”, recuerda.

Se sintió sola muchos años, hasta que se enteró por Facebook de la existencia de la ONG.

“Debo admitir que realmente me emocioné al saber la existencia de esta agrupación y quise integrarme para sentir un poco de comunidad quizás, amistad con gente con un pasado similar al mío, no sentirme tan sola. Yo no conocía nadie en mi vida diaria que había vivido el exilio de sus padres, lo que le otorgaba a mi existencia en Chile una constante sensación de ser una especia de afuerina. Carmen, la presidenta del ONG, me invito a varias instancias de juntas, pero nunca coincidía por tiempo hasta que, en mayo del 2023, me llegó una invitación por correo para participar en este proyecto de taller de arpilleras y me comprometí de inmediato”.

Ella quiso participar en el taller por su “incesante búsqueda de sentido pertenencia en algún grupo, ya que como conté, a menudo me siento como bicho raro en estando donde estoy, sea Canadá, Chile, o cualquier lugar”.

“También me motivaba la idea que se tratara de una actividad de justicia social relacionado con la infancia en el exilio a través de las arpilleras, un arte potente que históricamente fue usado para denunciar las injusticias de los derechos humanos frente a la dictadura. Estaba muy curiosa de ver como se podrían relacionar estas dos cosas y estaba muy honrada aprender esta herramienta creada por mujeres de lucha en Chile. Claro no estaba ni cerca de dimensionar la magnitud en que me afectaría esta experiencia en mi vida”.

Al ser un taller colectivo, para ella compartir con otras hijas del exilio fue “una experiencia que pocas veces se me ha dado en la vida, una extraña mezcla de encontrar el sentido de lo familiar en un espacio nuevo con gente básicamente desconocidas”.

“Desde el primer día, se me develo un grupo de mujeres que eran espejos de mis vivencias tanto en el exilio como en Chile después del exilio. Por lo tanto, había tantas emociones, sensaciones, traumas y un sinfín de cosas más, que nos hacía eco a todas, también una especia de descanso porque podíamos ser libre se ser como somos, todas un poco afuerinas y nos aceptábamos tal cual, era innecesario explicarnos ya que nos comprendíamos. Esto, me llevó a una vinculación semejante a la sensación de vínculos que siento con mi propia familia nuclear, es decir mis padres y hermanos con quien yo crecí. Entonces, a pesar de estar con mujeres completamente desconocidas, que habían vivido en muchos otros países su infancias en el exilio y habían venido a chile en diferente etapas de sus vidas, yo sentí un acogimiento muy empático y cuidadoso, ya que mis compañeras comprendían mis dolores, frustraciones, nostalgias, rabias, etc y yo las de ellas. Yo diría entonces que el taller me ha significado un espacio de hermandad poderosa”.

Niñez y dictadura

En el marco de los 50 años del golpe de Estado, para la presidenta de la ONG, “es una obligación para mí y la organización que participo abrir, recordar, contar y memorizar para que no se olvide lo que ocurrió en Chile, y en particular a la niñez, por causa de la dictadura cívico militar”.

“A cientos de miles de personas, les fueron vulnerados sus derechos por la fuerza y el terror de quienes se apropiaron del país, entre 1973 y 1990”, subraya.

“Todos los días son 50 años, y es nuestro deber tener la memoria intacta, profundizarla y abrir nuevos espacios y convocatorias a los hijos e hijas del exilio, para participar, recordar, escribir y hacer acciones conjuntas que permitan seguir abriendo y resguardando memoria. Ese es nuestro camino desde la comunidad de hijas e hijos del exilio y del retorno que somos”, concluye.

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