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Tarantino: Cine de reescritura CULTURA|OPINIÓN

Tarantino: Cine de reescritura

Emilio Vilches Pino
Por : Emilio Vilches Pino Escritor y editor nacido en Santiago en 1984. Es autor de la novela Los muertos no escriben (Los perros románticos, 2021) y de los libros de crónica musical Ramones en 32 canciones (Santiago-Ander, 2022) y Disco Punk: Veinte postales de una discografía local (Santiago-Ander, 2020), este último en coautoría con Ricardo Vargas.
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Podremos entrar en cada una de las películas que dan forma a su catálogo, a su génesis y recepción, y también a la relación de cada una con el cine de género, sus conexiones con otras películas y a las marcas que hicieron de Tarantino un modelo a imitar, como el uso acertadísimo de la banda sonora.


El cine de Quentin Tarantino es un caso complejo de encasillar. No es habitual que un cineasta que cuenta con presupuestos multimillonarios, con elencos que incluyen a figuras de la talla de Brad Pitt, Leonardo DiCaprio y Margot Robbie, sea al mismo tiempo considerado un realizador de culto. La paradoja de llenar las salas de cine con grandes campañas publicitarias, y al mismo tiempo hacer películas que se regocijan en la incorrección política y los gustos personales de su realizador, es todo un fenómeno digno de analizarse. Las películas de Tarantino pueden gustar o no, pero siempre sabes que eso que está en la pantalla es Tarantino.

Tal como plantea el crítico de cine Hernán Schell (Argentina, Buenos Aires, 1982) en “Tarantino. Cine de reescritura”, recientemente publicado en Chile por Santiago-Ander Editorial, el director viene de una generación en que la autoría era muy importante. Una marca. Un derecho irrenunciable. Y Tarantino, a más de treinta años de su debut en la pantalla grande con la impagable Reservoir Dogs, nunca ha renunciado a su libertad creativa y a decir lo que le venga en gana. Y de paso, llenando salas de cine en todo el mundo. Como dijo en una entrevista hace un par de años: “Yo hago películas para mí, películas que me gustan a mí. Pero todos están invitados”.

La historia personal de Quentin Tarantino, nos cuenta este libro, siempre estuvo marcada por el cine. Hijo de padre ausente y poseedor de un C.I. altísimo, el pequeño Quentin, disfrazó todas sus taras sociales y sus manías con las imágenes y la creación de historias. Fanático del cine, comenzó a trabajar en un videoclub, donde se empapó de una cultura cinéfila pocas veces vista. Era capaz de recordar los nombres de productores, técnicos o camarógrafos de cualquier cinta que pasaba ante sus ojos.

Y es en este videoclub donde comienza a filmar sus primeras películas amateur, prácticamente sin presupuesto, con actores y actrices que eran sus amigos, y con él mismo como protagonista. My best friend’s birthday es la primera de esas películas que hoy podemos ver. Una cinta defectuosa, por supuesto, pero que ya muestra indicios de algunas de las marcas registradas de su creador, como el uso de la música, el humor negro, e incluso el fetichismo por los pies.

Hernán Schell nos cuenta en el libro que la historia de Quentin cambia para siempre cuando escribe Reservoir Dogs, una película que tenía presupuestado filmar con un presupuesto escuálido. Pero el mano en mano permitió que el guion llegara al consagrado Harvey Keitel, que no solo se ofreció para actuar en el film, sino que se sumó como productor y consiguió un elenco soñado para Tarantino.

La película se presentó en el festival de Sundance, donde hasta la víspera Tarantino se paseaba por la ciudad como un completo desconocido. Al día siguiente de su proyección ya era una estrella. Así que simple. El éxito fulgurante del director le dio pie para comenzar a desarrollar su creatividad en distintos proyectos, como guionista, como actor, productor y, por supuesto, como director. Así fue como llegó su segunda película, considerada por muchos, y me incluyo, como su obra maestra: Pulp Fiction.

Pulp Fiction es un buen resumen de lo que es el cine de Tarantino. El género pulp, o las pulp fictions, eran revistas baratas donde se incluían historias policiales o del género negro en general, llenas de personajes tipo (el delincuente común, el mafioso, el policía corrupto, etc.) y de discutible calidad literaria, pero con un nivel de ventas y masividad impresionantes. Tarantino toma este género despreciado por la academia y crea, a partir de él, un puñado de personajes entrañables que quedarán grabados en la memoria de la cultura popular no por su originalidad, sino por su innegable carisma y estilo.

Tarantino no busca hacernos creer que estamos viendo realidad; es más, se regocija en recordarnos que esto es una ficción, como en la escena en que Butch (Bruce Willis) viaja en taxi luego de ganar la pelea (y de paso, matar) al hombre de Marcellus Wallace, y donde el fondo que podemos ver en el parabrisas trasero es a todas luces un efecto. O cuando el mismo Butch va conduciendo su auto y se detiene en una esquina, justo cuando Wallace va cruzando la calle. Referencia obvia a Psicosis de Hitchcock, que acá toma otro sentido cuando Butch acelera y atropella a su jefe, dando inicio a una cadena de hechos tan violentos como hilarantes.

La reescritura que Tarantino hace del género pulp es similar a la que hace del género conocido como blaxplotation en Jackie Brown, de las películas de kung fu en Kill Bill, del slasher o del cine de explotación de automóviles en Death Proof, o del western en Django Unchained y The Hateful Eight. El autor Hernán Schell se detiene en cada una de estas películas, analizando su relación con el género de referencia y proponiendo una lectura completa de hasta dónde el director estadounidense toma elementos cliché para construir una nueva obra fresca y estimulante.

Porque lo que se le critica más a menudo a Tarantino es, paradójicamente, su mejor arma: la reescritura. Él no se queda en el plano de la imitación, tomando elementos cómodos para construir una narración correcta, sino que parte de un género establecido y una serie de referentes para construir una obra propia, divertida e incorrecta. Y esto es lo que lo aleja, es más, lo contrapone, a lo kitsch y al pastiche: las películas de Tarantino son originales. Y aquí una nueva paradoja, pues la evidente firma de su director se hace presente en cada escena de cualquier película suya que veamos, su sello autoral es indiscutible, pero está ciertamente basado en la cineteca mental que el director no se avergüenza en citar cada vez que le da la gana.

A más de treinta años de meteórico su ascenso a la fama con Reservoir Dogs, Tarantino está cerca de estrenar su décima y última película. Hoy es considerado uno de los cineastas más importantes del cine moderno, se dedica a escribir libros y ve el retiro como una forma de dar un cierre digno a una carrera impecable.

En “Tarantino: Cine de reescritura” podremos entrar en cada una de las películas que dan forma a su catálogo, a su génesis y recepción, y también a la relación de cada una con el cine de género, sus conexiones con otras películas y a las marcas que hicieron de Tarantino un modelo a imitar, como el uso acertadísimo de la banda sonora, el rescate de antiguos actores y actrices que han resurgido en sus films, y a la siempre presente discusión acerca de la supuesta banalización de la violencia que Quentin Tarantino expresaría en sus obras.

Un libro que además cuenta con hermosas ilustraciones a todo color de la artista chilena Fa Casol y que es un imperdible para los fans de Tarantino y del cine en general.

Ficha técnica:
Tarantino: Cine de reescritura
Hernán Schell
ISBN: 9789569921384
234 págs.
Año 2023

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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