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Kast: la hora del conservadurismo libidinal Opinión

Kast: la hora del conservadurismo libidinal

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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El discurso de Acción Republicana solo es posible cuando el goce de la «violencia institucionalizada» no da abasto para restituir una «figura de autoridad» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que aparezca un Kast, doloroso y gozoso, ante la masificación del abuso.


En los últimos días el líder del Partido Republicano ha sido enfático en restituir el agotado «principio de autoridad» que ha envilecido a nuestras instituciones, elites y la clase política en general. Pues bien, mediante un rudo expediente que entremezcla gestualidad y argumentos –»sin fisuras», como dijo una diputada del Frente Amplio– y a nombre del goce que provee el orden, Kast reparte azotes sin miramientos de credos ni colores políticos.

De un lado, la intención de J.A. Kast ha consistido en interpelar a los sectores que rechazan nuestra modernización, pero que han profitado vorazmente de la misma durante casi tres decenios (progresismo) y, de otro, fustiga duramente a los mentores de la misma por cuanto han corrompido la probidad institucional (élites de curules).

En suma, frente al «decadentismo» no basta con un tropel de modernizaciones, sino con un crecimiento aleccionado (PIB) que, mediante la promesa del castigo, nos conduzca a la expiación de cuerpos herejes, luego de un tiempo de travesías licenciosas. Todo ello en medio de una trama mordaz digna de audiencias que degustan el placer de la toxina verbal.

Hace un par semanas, en un programa de TV, donde el progresismo padeció un silencio bochornoso, Kast marcó la pauta y deslizó algunas imputaciones sobre el carácter populista del alcalde Joaquín Lavín, cuestión que obligó a Gonzalo «Pollo» Müller a abandonar su rol de panelista y a ubicarse como escudero pro tempore del exabandero de la Alianza por Chile. El edificio de la Rotonda Atenas sería el error de hacer política con la excepcionalidad, cuestión reprochable, según el líder de Acción Republicana.

A no dudar, el candidato del aliancismo-bacheletismo (que hereda el Jaime Guzmán de la liberalización transicional) tendrá que tolerar los espolonazos de un Kast incontinente y sin concesiones a la hora de soltar dardos contra aquel populismo que habría desdibujado las bases doctrinales de la UDI.

Pues bien, tras la publicación de la encuesta CEP, quedó al descubierto que nuestras elites están absolutamente jugadas por Joaquín Lavín y ello también cuenta con la obsecuencia del «progresismo neoliberal» –al menos de un sector– que, aunque toma distancias de los gobiernos de derecha, y sus chascarros, entiende que una izquierda –de labios difuntos– se encuentra impedida de generar los «mínimos de gobernabilidad».

Sin embargo, el quid no es que Kast se convierta en una amenaza presidencial, aunque nada es descartable, sino la kastización de los contenidos conceptuales e ideológicos.

Si bien el presidente del Partido Republicano ha tenido una destreza felina para imponer una «gramática fuerte» que viene a marcar la pauta del debate práctico –con un alto nivel de rechazo–, allí el alcalde de Las Condes podría correr con ventaja, pues aparece como el «tío sonrisas» y con mayor «cultura transicional» y más devoto del Guzmán transicional. No es una ficción sugerir que el año 2022 –en segunda vuelta– la izquierda, producto de su «presente afásico», termine susurrando la necesidad de un voto de «mal menor» (Lavín) frente a la agenda conservadora (Kast). Tal escenario, aunque improbable, tampoco se puede descartar de plano.

Por fin, «modernización, orden y autoridad» es el lema de Acción Republicana. De paso, Kast ha sentenciado a las «élites de curules», emplazando a los grupos de poder apotingados en oficinas y círculos elitarios. Y emulando un gesto que hizo recordar el proyecto fundacional de la UDI popular –liderada por Jaime Guzmán–, llamó a ir a terreno. La consigna aquí es: ¡mientras ustedes discuten temas valóricos, yo estoy en la calle, en el territorio!

Pues bien, en algún sentido Kast representa el fin de la transición para la derecha. Ergo, el líder de Acción Republicana imputa frontalmente el pacto transicional, restituyendo la autenticidad del «milagro chileno» cincelado en los años 80, bajo las coordenadas genuinas del verdadero testamento de Guzmán. Aquí el sujeto de marras deja offside a la derecha transitológica, la misma que cayó en el lagrimeo con el final del laguismo.

En suma, ha sonado la campana de la última hora y ya es inadmisible una modernización sin «freno de mano» para consumar cualquier política neoliberal. No habrá segunda modernización si la libido no se somete al orden. Sin duda, la kastización de la política tiene una dimensión erotizante donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial. Pero aquí también irrumpe la parte masoquista del deseo: «¡Todos deseamos un Kast!». Y a no dudar; ¡qué chileno endeudado, abusado por las instituciones crediticias, o bajo la amenaza de narcos en el vecindario, no reclama su José Antonio! Por su parte, un segmento de la izquierda siniestrada insistirá: ¿y qué alemán endeudado en 1923 con el capitalismo bancario no esperaba su Reich? En fin…

En medio del carnaval consumista, Kast ha logrado generar un «efecto de identificación» con la cólera del «chileno medio» y con la «rabia autoritaria» de la población que ha padecido los procesos inestables de la modernización y su presentismo agobiante, esto es, capital productivo, financiero o de servicios.

Por fin una somera aproximación psicoanalítica nos dice que aquí es donde víctima y victimario finalmente son el drama de una relación masoquista. De otro modo, el masoquista se proyecta en el objeto del sadismo higenizante para reencontrar placer en su acción.

Un placer en el dolor del «otro» que posee un efecto restitutivo. ¡El «superyó» hace una promesa de goce al «yo»; debes renunciar a tu placer inmediato y después tendrás más y mejor! Por ello las víctimas, los angustiados, los endeudados, los depresivos y todos los vulnerables del mercado laboral, buscan placer en una retórica de la «limpieza étnica». Limpieza que obra en los límites de la institucionalidad. Placer que detiene la aniquilación propia. Mediante este mecanismo de transferencia se puede pasar de ser víctima a victimario.

Finalmente, el discurso de Acción Republicana solo es posible cuando el goce de la «violencia institucionalizada» no da abasto para restituir una «figura de autoridad» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que aparezca un Kast, doloroso y gozoso, ante la masificación del abuso. Una vez destruidas las leyes del obrar humano aparece el Dios de nuestra época. Un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «Sin autoridad no hay modernización posible».

A la luz de un presente hereje, solo resta agregar una ancestral leyenda: «Mía es la vergüenza: yo daré el pago merecido» (Nuevo testamento, Rom. 12, 19).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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