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USA: ¿un sistema de salud fallido? Opinión

USA: ¿un sistema de salud fallido?

Juan Carlos Said
Por : Juan Carlos Said Médico especialista en salud pública
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Gastar grandes sumas de dinero en tratamientos extremadamente costosos cuando las enfermedades ya están establecidas puede resultar atractivo, sin embargo, no es una solución sostenible en el tiempo, ni que permita mejorar globalmente los indicadores de salud de una población.


Una mujer en Nueva York acaba de ser la primera persona en recibir un corazón mecánico y, al mismo tiempo, un riñón de cerdo genéticamente modificado para tratar la insuficiencia cardíaca y renal en forma simultánea. El desarrollo, científicamente asombroso y muy esperanzador para millones de personas que necesitan trasplantes pero carecen de un donante, expone una vez más los inauditos contrastes del sistema de salud estadounidense. En él, algunas personas reciben tratamientos que parecen salidos de una película de ciencia ficción y otros pacientes, en tanto, carecen de medicamentos que aún en países como Chile son de rutinario acceso en un consultorio.

¿Ha fracasado el sistema de salud de USA? ¿A qué se debe eso y qué lecciones podemos sacar para el sistema de salud chileno? Veamos. El país del norte no solo es el más rico del mundo, sino también el que más gasta en salud, destinando 16.6% del PIB. En comparación, Alemania, el segundo país que más gasta, destina 12.9% del PIB. No obstante, y a pesar de milagros médicos como el recién mencionado trasplante, los indicadores en salud de USA son muy malos.

La expectativa de vida (76.6 años) es menor a la de Chile (81 años), menor al promedio OECD y similar a la de países mucho más pobres, como Colombia, Costa Rica o Argentina. La mortalidad por causas tratables –un indicador que nos habla de qué tan accesible es la atención médica en un país– es también mayor al promedio OECD y similar a la de un país mucho más pobre, como Perú (98/100.000 habitantes). Al mismo tiempo, duplica la de países como Australia, Corea o Japón. Por otra parte, la mortalidad materna en el parto o posparto es mayor a la de Chile y tres veces la de países tan diversos como Nueva Zelanda, Finlandia, Corea o Bulgaria.

Las razones de esto son varias y las lecciones que podemos sacar también. En primer lugar, políticas sociales que en Chile damos por obvias, no existen en USA y son esenciales para reducir mortalidad. Por ejemplo, según un reporte del prestigioso Commonwealth Fund, USA es el único país entre 10 de altos ingresos donde no existe ninguna semana de posnatal pagado garantizado para las madres. Esto, a su vez, lleva a menos adherencia a lactancia materna, que incide en la salud de los recién nacidos y dificulta la adherencia de madres a controles médicos. De hecho, la mitad de las mujeres que fallecen en USA en casos asociados a complicaciones del embarazo, lo hacen en el posparto. Sin embargo, mientras la Organización Mundial de la Salud recomienda cuatro controles en las primeras seis semanas posnacimiento, la mayoría de  las mujeres en el país del norte tiene apenas un control o ninguno.

En segundo lugar, no son grandes y costosas tecnologías las que generan los mayores progresos en salud, sino el acceso amplio a cosas básicas: tratamiento de la hipertensión y diabetes, exámenes preventivos para el cáncer o vacunas, entre otros. No obstante, a pesar de todo el gasto, en Estados Unidos existen 26 millones de personas que simplemente están fuera del sistema: no tienen ningún tipo de seguro de salud. Esto, a su vez, hace que no puedan acceder justamente a las terapias y exámenes preventivos más elementales, lo cual lleva a un diagnóstico tardío de enfermedades y mayor mortalidad.

A la falta de seguros médicos, hay que sumar un mercado de medicamentos pobremente regulado, lo cual ha llevado a que, por ejemplo, un millón de norteamericanos simplemente no pueda pagar la insulina que necesita para seguir viviendo.

El caso del país del norte debería encender las alarmas en Chile, no como el ejemplo a seguir, sino como el ejemplo a evitar. No es el garantizar drogas extremadamente caras o el invertir en tecnologías asombrosas, pero disponibles para unos pocos (como corazones mecánicos o riñones de cerdo), lo que nos va a permitir mejorar nuestros indicadores sanitarios.

Debemos, por el contrario, avanzar en que lo más eficiente y costo-efectivo esté disponible para todos. Debemos priorizar el acceso a  medicamentos de relativo bajo costo y alto impacto sanitario, hoy no disponibles en forma universal, como terapias para dejar de fumar.

Es clave también poner énfasis en el acceso regular y oportuno a los exámenes más efectivos para el diagnóstico precoz de enfermedades como el cáncer (por ejemplo, hoy garantizamos el acceso a tratamiento para el cáncer pulmonar, pero no damos ninguna garantía de acceso a un examen de screening para diagnóstico precoz). Es necesario también mejorar el control y seguimiento en la atención primaria y de las enfermedades crónicas que son responsables de la mayor mortalidad en el país, como hipertensión,  diabetes y obesidad.

Gastar grandes sumas de dinero en tratamientos extremadamente costosos cuando las enfermedades ya están establecidas puede resultar atractivo, sin embargo, no es una solución sostenible en el tiempo, ni que permita mejorar globalmente los indicadores de salud de una población. La lección parece obvia, pero USA la ha aprendido de la forma más difícil. No se trata simplemente de cuánto gastamos en salud, sino de cómo, cuándo y en qué. No reflexionar al respecto nos puede llevar a más gasto, con peores resultados. Igual que en Estados Unidos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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