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“Aunque sea chico, feo y tonto”: la crisis total de la derecha Opinión

“Aunque sea chico, feo y tonto”: la crisis total de la derecha

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El quiebre fue tan profundo en la derecha, que incluso se llegó a descalificar a los trece disidentes usando juicios duros y hasta crueles por parte de gente de su propio sector, incluyendo argumentos de clase social. Los contrastes también se agudizaron, cuando una cada vez más dura Marcela Cubillos planteó que se deberían revisar los criterios para llevar a algunos candidatos al Parlamento, a propósito de Erika Olviera, la exmaratonista que relató su propia experiencia de vida, con humildad, para justificar su voto. Sutil de la CPC perdió la compostura empresarial y calificó a este Congreso como el peor de la historia y, claro, faltaba el remate de Carlos Larraín, esa especie de bufón, que sigue hablando como un dueño de fundo del siglo XIX, quien afirmó que había que apoyar al Presidente aunque “uno lo encuentre feo, chico y tonto”.


La semana pasada debe haber sido una de las peores para el Gobierno, desde el 18 de octubre en adelante, es decir, en estos largos nueve meses en que hemos vivido en modo crisis. Una derrota estrepitosa, no solo por la votación en la Cámara, sino también porque fue una estocada profunda al corazón del llamado “modelo”, ese invento de José Piñera que ha quedado tambaleando en el Gobierno de su hermano –qué paradoja– cuarenta años después. Un episodio que dejó a una derecha partida en dos, a La Moneda en shock y, por supuesto, en una pésima e incómoda posición al Presidente, en medio de una pandemia que no cede y un ministro de Salud que no ha podido cumplir con las expectativas que generó.

Lo ocurrido el miércoles fue una derrota ideológica. De esas que dividían antes a izquierdas y derechas en los años setenta. Si bien, desde el estallido social, el oficialismo tuvo que ceder en múltiples oportunidades –en proyectos que se alejaban de sus posiciones clásicas–, lo hizo porque el pragmatismo fue más fuerte y el olfato político les indicó que votar en contra podía tener costos para sus futuras reelecciones. Eso de achicar el Estado y que cada uno se las arregle con el mercado, se fue cayendo de manera gradual hasta llegar a pedir fijación de precios.

Lo habían tolerado todo, incluso soportar a regañadientes un plebiscito que cuestionaba el origen de la Constitución de Pinochet. Votaron a favor de los subsidios propuestos, del congelamiento de las tarifas de la electricidad y las autopistas concesionadas. Hasta llegaron a aprobar una nueva reforma tributaria que les subió los impuestos a los super ricos, a los llamados creadores de empleo y crecimiento.

Pero cuando se empezó a hablar de la opción de que la gente pudiera retirar el 10% de sus propios ahorros previsionales, no como un capricho y menos para “derrocharlo” –como advirtió el nuevo referente de la derecha dura, Andrés Allamand–, se encendieron todas las alarmas. La UDI planteó que con esto se ponía en riesgo todo, solo faltó decir que la democracia, lo que se vería muy feo, ya que la memoria colectiva de los chilenos entiende lo que significa esa amenaza. Entraron en pánico los empresarios, Marcela Cubillos, La Moneda, Juan Sutil, los inversionistas y los ministros. Volvieron a la carga los viejos tercios como Longueira o Carlos Larraín. Horror, miedo. Pero la sorpresa sería mayor cuando los dirigentes de Chile Vamos descubrieron que varios de los suyos estaban detrás de la idea. Desesperación, angustia. Ni siquiera comparable con la Plaza Italia tomada por meses.

El tardío plan de apoyo a la clase media por parte de La Moneda –olvidaron que es un grupo clave a la hora de las elecciones–, sumado al deterioro que viene sufriendo el sector con peleas y recriminaciones entre los partidos que componen la coalición, hacían prever un quiebre inminente. RN, dividido entre un Desbordes que ha mostrado una cara más moderna de la derecha y que ha abierto espacios para llegar a acuerdos amplios, versus un grupo que pareciera sentirse más cerca del Partido Republicano. La UDI tratando de sacar a Blumel, responsabilizándolo de ser el autor intelectual de la decisión de no haber vetado la ley de reelección. Evópoli que se acomodó, gradualmente, más a la derecha, para consolidarse como el partido regalón del Mandatario. Los presidentes de la UDI y RN quitándose el saludo y dándose con todo por los medios, simulando una verdadera pelea de casados al borde del divorcio.

Lo ocurrido el 8 de julio dejó en evidencia que Chile Vamos se terminó como proyecto. Podrán sacar las declaraciones que quieran diciendo que trabajarán por “la unidad” y recuperar las confianzas, pero sabemos que no será sincero. A partir de ese momento, la coalición comenzó a desangrarse de manera dramática. Los conservadores de RN se retiraron de la bancada del partido, Blumel dijo que el conglomerado ahora sería más pequeño, varios dirigentes señalaron que quienes cruzaron el puente debían pagar las consecuencias. Quizás, Piñera fue el más claro: “La situación de Chile Vamos no da para más”. La derrota ideológica no tiene vuelta, aunque el proyecto no pase en el Senado, la derecha chilena quedó al borde del abismo, defendiendo la política del “chorreo” por sobre las personas de carne y hueso que hoy sufren.

El quiebre fue tan profundo, que incluso se llegó a descalificar a los trece disidentes usando juicios duros y hasta crueles por parte de gente de su propio sector, incluyendo argumentos de clase social. Los contrastes también se agudizaron, cuando una cada vez más dura Marcela Cubillos planteó que se deberían revisar los criterios para llevar a algunos candidatos al Parlamento, a propósito de Erika Olviera, la exmaratonista que relató su propia experiencia de vida, con humildad, para justificar su voto. Sutil de la CPC perdió la compostura empresarial y calificó a este Congreso como el peor de la historia y, claro, faltaba el remate de Carlos Larraín, esa especie de bufón, que sigue hablando como un dueño de fundo del siglo XIX quien afirmó que había que apoyar al Presidente, aunque “uno lo encuentre feo, chico y tonto”.

Me imagino que Larraín, a quien cada cierto tiempo la prensa entrevista entre medio de sus ovejas en la hacienda que posee, hablaba en términos figurativos acerca de Sebastián Piñera. Sin embargo, su frase es muy representativa del sentir de un porcentaje muy alto de la dirigencia de Chile Vamos. La UDI ha dicho que se desafectaron hace rato. La directiva de Renovación Nacional tiene más afinidad con la DC o el PPD que con La Moneda y el PRI no existe. Tal vez, Evópoli es el único partido que podría declararse “oficialista”, porque los republicanos –aunque no están en la coalición– se autodefinieron como opositores hace rato. Porque no hay nada peor para un grupo que está en el poder, que su propia gente reconozca que no les gusta nada del Gobierno y el Presidente que lo encabeza

Lo claro es que ahora que se aproxima un período largo de elecciones de todo tipo, partiendo por el plebiscito, si el COVID-19 lo permite. Entonces, el llamado “populismo”, denunciado por la derecha y auspiciado por sus propios parlamentarios, irá aumentando en tiempos de crisis social y económica, y los partidos intentarán alejarse lo más posible de la figura del Mandatario –que viene nuevamente a la baja en las encuestas– para evitar ser salpicados en la campaña. También veremos un reordenamiento del cuadro político, donde, de seguro, los Desbordes tenderán a estar más hacia el centro y los duros intentarán ver quién le quita los seguidores a JA Kast, que parece ser el objetivo de la dupla Allamand-Cubillos.

Y en esas paradojas de la política, Chile Vamos seguirá el mismo camino de la otrora Nueva Mayoría, después de haberse burlado hasta el cansancio de ellos en la campaña de 2017. Dos experimentos de corto aliento que indican que el sistema político y sus partidos requieren una revisión y cambio profundos. Pero el episodio del proyecto de retiro de fondos también deja dos aprendizajes grandes: no hay dogmas eternos y el plebiscito –tan criticado por los duros– cobra más sentido que nunca a propósito de estos temas estructurales para la sociedad. Y, por supuesto, deja a un Gobierno a dos años de su término completamente debilitado y sin adhesión de los propios. Imaginemos cómo sería el cuadro para La Moneda si, además, existiera una oposición a la altura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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