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Allende insurrecto Opinión

Allende insurrecto

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Me quedo, hoy, con el Allende insurrecto, un insurrecto legalista y democrático, él llegó electoralmente al poder y lo perdió como resultado de una violencia que venía a culminar un rudo proceso de desestabilización y caos artificial, cuyos actores y acciones conocemos hoy en detalle gracias a los documentos desclasificados de la administración Nixon.


Quisiera decir cosas simples y contundentes sobre Allende, pero todo lo que se me ocurre sobre él es complejo… en su personalidad poliédrica conviven muchos Allendes, el socialista, el revolucionario, el parlamentario, el hedonista, el bien vestido, el ético, el masón, el fracasado, el tenaz, el enamorado, el institucional, el nacionalista, el incorruptible… Nunca me he sentido cómodo con la más extendida, la del mártir que da la vida luchando por sus ideales y al que lloramos con pena, es que la pena no es para mí la emoción que corresponde ante alguien así, la pena se basa en la pérdida irremediable, y no veo a Allende realmente en eso, aunque nos quede aun mucho por entender y digerir de su, por lo demás, confusa o compleja manera de dejar este mundo.
Lo que me maravilla y me enciende de Allende es su rebeldía, él encabezó una insurrección de pobres contra ricos, de abusados contra abusadores, y en eso estoy orgulloso de haber contribuido desde mi formación más bien centrista o pequeñoburguesa, como nos llamaban despectivamente los camaradas de puño en alto, joven –en 1970 había cumplido 23– y en un rol de dibujante, diagramador, luego subdirector de revistas, entre ellas la heroica y nunca del todo funcional revista Ramona que dirigía Carlos Berger.
Donde hay abuso, dominación e intolerancia, suele haber insurrección, como la lava de un volcán o las erupciones cutáneas, la insurrección tiene que cursar, debe manifestarse, no puede vivir en la asfixia, y eso más allá de lo que pueda ocurrir después. Ocurrida la insurrección allendista, me vi del lado de los insurrectos, y eso que no me gustan las insurreciones, y tras el aplastamiento de la insurrección compartí la suerte de los aterrorizados, los fracasados, los castigados, los perdedores.
No fue lo de la Unidad Popular una revolución, sino más bien una insurrección. Aprovechando las mecánicas electorales, la coalición allendista logró conquistar la Presidencia de la República ante el pasmo del país y del mundo, es que en las elecciones la izquierda podía competir, pero no ganar, esa era la norma, así se habían bordado las reglas no escritas de nuestra democracia pendiente siempre del suspiro de los ricos y del respiro de los países que nos han dominado desde hace tanto tiempo. Hoy a los de izquierda los dejan ganar, pero no los dejan gobernar.
Los allendistas ganaron legalmente, limpiamente, electoralmente, con campañas y marchas pacíficas, organizándose a través de los partidos y sindicatos, dentro de la legalidad, sin dejarse provocar, sin romper un vidrio. Iban decididos a llevar adelante su programa.
¿Qué hacemos ahora?, comentó tras las elecciones un ministro de Frei, que aún gobernaba en los meses antes de asumir Allende. Ganaron, contestó el general Schneider que estaba en esa reunión: que gobiernen. A Schneider lo asesinaron unos días después de decir eso. Yo trabajaba entonces con Genaro Arriagada en una revista que se llamó Desfile y era propiedad de Domingo Santa María Santa Cruz, que había sido embajador de Frei en los Estados Unidos, y me consta que Genaro estaba conmovido, con el rostro que se dice demudado: es realmente el colmo lo que le han hecho a Allende, exclamó.
Allende siguió adelante con todas sus fuerzas, él encabezaba una insurrección, como lo hizo en su momento Espartaco –que en la película era Kirk Douglas con su hoyo en la barbilla–, y sublevó a los esclavos, después de los primeros éxitos se vio perseguido, lo fueron rodeando, hasta que terminó crucificado junto con seis mil de los suyos. Recuerdo esa escena final muy triste de miles de cruces, no sé si en la Vía Appia, indicando lo que les ocurre a los insurrectos.
En Chile hemos sido varias veces insurrectos. El estallido de hace tres años fue claramente una insurrección. Parte de los mapuche han tomado también ese camino. En Balmaceda no sé bien, es que mis conocimientos históricos son deficientes, si el insurrecto era él o el almirante Montt que le sublevó la escuadra, quizá ninguno de los dos. La guerra de la Independencia fue otra insurrección. No sé si fueron insurrectos los jefes de las Fuerzas Armadas que bombardearon La Moneda, diría que no, ahí se trata no de la gente o el pueblo estallando en contra de la injusticia o la opresión, sino del poder que retoma las riendas mediante un escarmiento, sofocando la insurrección.
En esa mañana del 11 es cuando Allende reconoce su derrota y se hunde en el fracaso, constata que la lucha de clases existe, que él se ha puesto del lado perdedor, y manifiesta su indignación moral ante quienes han traicionado su juramento… ¡ay, los juramentos!… y anuncia entonces su próxima muerte, tenía decidido suicidarse, no iba a renunciar, no sería un Presidente derrocado más, viviendo en unos exilios raros. Recomienda a sus partidarios no sacrificarse ni dejarse acribillar, sin entender quizá que ya era muy tarde para eso. Es que la brutalidad del golpe chileno, alimentado por el poder norteamericano y asesorado por militares brasileños, fue de una brutalidad que no tenía precedentes.
Me quedo, hoy, con el Allende insurrecto, un insurrecto legalista y democrático, él llegó electoralmente al poder y lo perdió como resultado de una violencia que venía a culminar un rudo proceso de desestabilización y caos artificial, cuyos actores y acciones conocemos hoy en detalle gracias a los documentos desclasificados de la administración Nixon. Ya está: a portarse bien.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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