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¿Por qué hemos de vivir en el temor, con la sombra de nuestros errores y no de nuestras virtudes? Opinión

¿Por qué hemos de vivir en el temor, con la sombra de nuestros errores y no de nuestras virtudes?

Aníbal Wilson Pizarro
Por : Aníbal Wilson Pizarro Periodista. Ex funcionario Banco de Chile, ex columnista Diario La Epoca.
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Sin salir aún del túnel, de ribetes económicos, sociales y políticos, actualmente hasta traumáticos, la pregunta que muchos nos hacemos –con angustia algunos, con pesimismo y desconfianza otros– sobre un incierto futuro de nuestro país, tiene afortunadamente en otros muchos chilenos una respuesta clara, optimista, plena de fe en nosotros mismos y en la capacidad de superar con éxito tantos mitos y mezquinos argumentos.


Hace casi exactamente dos años, escribí en este medio, y a propósito del mismo tema, lo que imagino hoy en día no solo oportuno, sino también ojalá concebido como un respetuoso recordatorio de la necesaria y urgente superación de nuestras peores divergencias, calamidades, antagonismos y conflictos varios, en fin, de todo aquello en que los chilenos ya somos peritos y capaces de salir, de remontar, con toda clase de dificultades, eso sí, pero exitosamente, del más turbio y revuelto de los pantanos.
Bastante agua ha pasado bajo los puentes, pero, increíblemente, seguimos estancados en la misma disyuntiva, aprobar o rechazar nada menos que nuestra carta de navegación, la que nos permitiría convenir y acordar democráticamente el camino a seguir.
Sin salir aún del túnel, de ribetes económicos, sociales y políticos, actualmente hasta traumáticos, la pregunta que muchos nos hacemos –con angustia algunos, con pesimismo y desconfianza otros– sobre un incierto futuro de nuestro país, tiene afortunadamente en otros muchos chilenos una respuesta clara, optimista, plena de fe en nosotros mismos y en la capacidad de superar con éxito tantos mitos y mezquinos argumentos.
¿Por qué no podemos nosotros, fieles a lo que hemos sido y somos, Consejo Constitucional y su aprobación de por medio, dar ante el mundo un testimonio de buen sentido, de equilibrio y generosidad ¿Por qué hemos de vivir en el temor, con la sombra de nuestros errores y no de nuestras virtudes?
Si de doctrinas se trata (que mucha falta nos hacen), a nadie bien inspirado debiera preocupar que dejemos de tener aquellas recetas mágicas con que las ideologías prometían la sociedad ideal, pero siempre y cuando tengamos, a cambio, valores profundos que respetar; firmes criterios de moralidad, y más compromiso con la libertad y justicia de todos los días.
Para decirlo claramente: se trata de esa olvidada y hasta menospreciada doctrina del humanismo cristiano, porque es aquí, en estos valores, criterios y compromisos, donde radica su gran fuerza; ahí está la razón de su vigencia permanente. Porque el humanismo cristiano no es una ideología, no es una fórmula para construir la sociedad ideal, no es una receta para manejar la economía. Es un compromiso concreto en el orden temporal para lograr transformaciones sustentadas en la solidaridad que los hombres se deben entre sí, como seres dotados de la misma dignidad.
Sobre este término, una breve digresión. La esencia básica de la explosión de octubre (y hablo de su esencia, de su justiciera motivación) quedó expresada en esta palabra poco usada por la ciencia política: DIGNIDAD, un concepto que resultó ser descartado del sistema económico neoliberal, motivando el regreso de las exigencias de justicia social. Dignidad por largas décadas aplastada, que explica, si bien no justifica, la violencia desatada.Volviendo al tema central, hay quienes creen que el mensaje del humanismo cristiano, en lo que respecta al orden político, es un mensaje cerrado, reducido al puro mundo de los creyentes, de los que tenemos fe y profesamos alguna religión. Ese es un error. También hay quienes olvidan que los chilenos, en su gran mayoría, somos cristianos.

Jacques Maritain postulaba, en su célebre Carta democrática, escrita pensando en la reconstrucción política y moral de Europa después de la ll Guerra Mundial, que los hombres, no obstante tener opiniones metafísicas y religiosas muy diferentes, incluso opuestas, puedan coincidir con tal que reverencien por igual, aunque quizá por razones distintas, la verdad y la inteligencia, la dignidad humana, la libertad, el amor fraternal y el valor absoluto del bien moral. Consecuentemente, el humanismo cristiano y el humanismo laico pueden darse la mano en una tarea en defensa del hombre, de su libertad, de la justicia y del progreso económico y social.

El futuro de Chile, por sobre cualquier ideologismo del pasado (es de esperar y ahora sí, con su “Buena y nueva Constitución” en plena vigencia) requiere de una cooperación nunca antes vista entre los empresarios, los trabajadores y el Estado, lo que además de ser un imperativo moral ineludible, es un desafío técnicamente factible y el único camino que permitirá una estabilidad política y social en nuestra patria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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