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Ä„A celebrar las derrotas!


El problema de la selección chilena no es tanto cómo enfrentarse con los equipos rivales, sino con su propia hinchada. Cuando llegaron del Uruguay hubo toda una operación de escape desde el aeropuerto. Después dieron una conferencia de prensa llena de caras compungidas. Acosta se chupaba el dedo y hacía pucheros. Fue como cuando el marido es sorprendido en malos pasos, y prefiere dilatar el momento de encontrarse con la furibunda esposa.

El gran desafío del fútbol chileno en este momento no es ganar, porque ya está más que claro que eso es imposible, sino en administrar con eficacia las derrotas. Tal vez valdría la pena reivindicar al Cóndor Rojas que fue un verdadero pionero en la búsqueda creativa de modos de salir bien parados de la cancha, sin ganar.

Lo que hizo el Cóndor fue escenificar una derrota desigual. Cuando representó el papel del héroe que cae malherido, víctima del abuso de un enemigo abrumadoramente superior, estaba invocando a todos los mártires de nuestra historia. El único problema fue que le falló un detalle escenográfico y en los videos se vio que transgredía todas las leyes de la causalidad al caer antes de que la bengala estallara. Pero la intención es lo que vale y con un poco más de ensayo podría intentarse la reedición del show del Cóndor. Algunos actores profesionales podrían ser llamados a integrar la selección para hacer más convincente el momento en que reciban los proyectiles del enemigo y caen retorciéndose, ensangrentados en el pasto.

Hay, desde luego, recursos menos histriónicos. Uno de ellos es el de trabajar no con la selección -que puede que ya no tenga remedio- sino con la hinchada, tratando de revertir esa conducta caprichosa de exigir triunfos que no se le pueden dar.

¿Por qué no celebrar las derrotas? Mal que mal esa cultura exitista es una de las tantas modas impuestas desde el extranjero y ajenas a nuestra idiosincrasia.

Como más de una vez se ha hecho notar, una de las tradiciones nacionales es la celebración de las derrotas históricas: el desastre de Rancagua, el Combate Naval de Iquique, la batalla de la Concepción, etc.

Trasladar esta práctica al fútbol sería coherente con nuestra manera de ser y evitaría una cantidad de frustraciones, de lesiones a la autoestima nacional, y de odios y bajos instintos que casi siempre se dirigen contra el chivo expiatorio que es el entrenador.

Habría que hacer una campaña publicitaria para crear conciencia que ganar es de mal gusto, es una ordinariez propia de pechadores, de trepadores y de oportunistas. La derrota, en cambio, confiere al que la sufre una tremenda dignidad. Estamos seguros que el país será sensible a este llamado y la próxima vez que pierda la selección la Plaza Italia se desbordará de hinchas eufóricos que agitarán el tricolor, y de vehículos que tocarán sus bocinas hasta dejarlas afónicas, mientras el aire de la ciudad se llenará con el olor de los incontables asados con que celebraremos la derrota.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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