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¿Allende como Arbenz ?


Recuerdo que en los años ’60, al entrar a la militancia política entendida en aquella época como un compromiso social, entre las primeras enseñanzas respecto del tema USA v/s América Latina, se contaba casi como un mito el caso del derrocado y añorado Jacobo Arbenz, que en su patria guatemalteca trató de establecer un régimen progresista.



Se contaban atroces historias sobre la venganza de los militares y la derecha en contra de los indios mayas y los mestizos que habían sido partidarios. Famosa es la obra «Mamita Yunay…» que se refería a las brutalidades de la United Fruit en contra de los campesinos que entregaban su vida en las plantaciones de plátano y cacao.



Eran tales los horrores del relato que los militantes ideologizados preferíamos la manzana y el té en lugar de tan sangrientas mercancías.



Luego vino la etapa del antimperialismo militante, los discursos de Fidel Castro que aún para los que no éramos marxistas-leninistas eran motivos de erizamiento capilar, mezclados a sueños bolivarianos.



Ahora, después de haber vencido el muro enrarecido de la dirección de Televisión Nacional, aparece un completo reportaje acerca de la CIA en Chile, su rol en la preparación y ejecución del Golpe de Estado del ’73, más una serie de comentarios sobre el rol de la CNI -antes DINA- la muerte de Carlos Prats, el atentado contra Bernardo Leighton y, en modo especial, las posibles implicancias de los sistemas de seguridad en la muerte del asesinado Jaime Guzmán Errázuriz.



Fue como una ensalada que había que tragar apuradamente y que culminó con la sensación penosa de que tanto nuestra derecha política como los militares que usaron para asaltar el poder político, eran monigotes manejados y manipulados desde afuera por el gobierno de la más importante potencia de la Tierra, claro que liderado por un hombre que la propia Justicia de los EE.UU. determinó que era delincuente, o sea el famoso Richard Nixon.



Este da una lapidaria impresión del gobierno Pinochet muy parecida a la que antes hizo Roosvelt sobre Somoza, el dictador de Nicaragua «…sabemos que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta…».



¿Pero es posible que el descubrimiento de estas verdades se vaya a transformar en lo mismo que yo recuerdo de Jacobo Arbenz? Que después de saberse todas las atrocidades nadie reaccione para que estas nunca más vuelvan a repetirse. Tiene razón el vicepresidente de la República cuando alaba la transparencia de este tipo de mecanismos norteamericanos para dilucidar las cosas.



Pero eso no devuelve la dignidad a los torturados, ni la vida a los asesinados, ni la continuidad de vida a los exilados. Más aún, queda la impresión de que la democracia chilena sólo puede existir si es en acuerdo con nuestro gran vecino del norte y que cualquier contradicción puede significar el volcamiento de la mesa.



Un pacto de respeto mutuo y estabilidad democrática parece más que necesario.



Penosa ha sido la reacción de los personeros de la derecha que descubren el engaño sobre la muerte de Guzmán, líder para ellos venerado. Parecen incapaces de pensar más allá de su contradicción con el oficialismo y, como los merovingios, están dispuestos a quemar lo adorado y adorar lo quemado, sólo para cuidar el caudal electoral que han conquistado en nombre de la intolerancia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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