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¿La Concertación frente a su última chance democratizadora? (Parte I)


«La democracia no puede ser un punto de llegada, ella es sobre todo un punto de partida.» Así respondió el Nobel José Saramago al ser interrogado sobre el estado de occidente. Más adelante señaló que ésta -la Democracia- no puede sino consistir en una lucha permanente y sistemática por… la Democracia.



Bajo el cristal de esta tautología esencial podríamos mirar lo que han sido las dos últimas décadas de vida política y social en nuestro país y reflexionar sobre el momento actual.



Es probable incluso -y es tan sólo un comentario introductorio y una especulación postrera- que «casos» como el de las indemnizaciones no hubieran existido, si, por ejemplo, los gobiernos concertacionistas se hubieran obligado a cumplir, aunque fuera en parte, una de las cuestiones básicas que se señalaba en el programa que votamos el 89: revisar y revocar las privatizaciones de la dictadura. Cuando el decir obliga al hacer, la transparencia y la probidad resultan mucho más naturales.



Pero en estos 10 años se guardaron las grandes promesas, se olvidaron los compromisos y en la trastienda se fueron durmiendo los valores que tan caros resultaron para unirse y luchar contra la dictadura. Se desmovilizaron, desanimaron y desargumentaron las esperanzas, los deseos y las necesidades.



Por eso, tenemos derecho a decir que un Cristián Larroulet no sería esencialmente diferente de un Nicolás Eyzaguirre. Pero aún así afirmar que la Concertación y la Derecha son exactamente lo mismo -por más esfuerzos que hagan- es una visión muy estrecha y alejada de la realidad. Es necesario reconocer que aún son esperables variadas diferencias en temas valórico-culturales y en cuestiones políticas esenciales. La pregunta de fondo es si se desea hacer algo con tales diferencias.



Por eso, la actitud resignada de altos líderes de la Concertación en orden a dejar el ejecutivo el 2005 a favor de una «sana» alternancia, representa un intento de dar triste corolario a los escamoteos y abandonos ante aquellos mandatos que en algún momento dieron vida, fuerza y sentido a la coalición que ya inició su tercer gobierno. Esperanzas y mandatos que, dicho sea de paso, fueron reiterados en las urnas el pasado 16 de enero, y sin los cuales Lagos no sería hoy presidente de Chile.



Sin embargo, y a pesar de lo decepcionante que es ver cómo en la coalición de gobierno pareciera haber más espacio para alabar la disciplina electoral de la derecha que para las cuestiones prácticas y concretas de orden programático fundamental, es innegable que dichas posiciones no representan a todo el conglomerado. Menos aún a la totalidad de sus votantes y ni siquiera a la mayoría de los líderes y personalidades de la misma. Pero ojo, situaciones similares en que lo que sienten «las bases» y no pocas figuras emblemáticas no es lo que resulta ser finalmente hecho, ya las hemos visto antes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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