Publicidad

¿La Concertación frente a su última chance democratizadora? (Parte II)


Por estos días y de varias maneras, algunos dirigentes sociales -Jorge Pávez en primer lugar- han formulado un llamado a todos los sectores democráticos del país dirigido a dar vida a un pacto electoral para la próxima coyuntura parlamentaria.



La idea no es nueva. Ya fue planteada por el PC en 1997. Sin embargo, en ese momento no tuvo mayor eco, y por desgracia, tampoco la necesaria instalación de ella en el más amplio arco social como una necesidad imperiosa que pone a prueba las voluntades democráticas. La sorda y no poco soberbia actitud del oficialismo cosechó en esas elecciones parlamentarias, entre otras, su más baja votación histórica y el mayor número de abstenciones y nulos.



Volviendo a la propuesta actual, se trata de un pacto de corte instrumental, pero que permita operar cambios democráticos, que aunque parciales, resultan hoy fundamentales para impedir la perpetuación de las políticas de derecha, así como el forzado avance electoral y cultural del derechismo y todo su aparejo privatizador, retrógrado y falsamente apolítico.



Considerando este llamado -al cual adherimos muchos- no es exagerado afirmar que esta chance sea probablemente la última oportunidad de la Concertación para no dejarnos presos a todos en una transición que finalmente nunca acabará. Sin embargo, y por ser esta una coyuntura definitoria, al mismo tiempo que abre expectativas de devolver a la política un dinamismo, una ética y una participación hasta hoy no vistos, también es dable decir que en ella se puede consagrar definitivamente el acomodo de la Concertación al binominalismo.



Es cierto que acabar con el binominalismo y dar paso a un sistema electoralmente justo es sólo una de las tantas necesidades de reformas sociales, económicas, culturales o políticas para abrazar un Chile más democrático. Pero no se puede desconocer que ella es básica. El sistema binominal -y sus aparejos- han sido y son hasta ahora la forma de articular la preeminencia de los poderes fácticos en nuestra vida política junto al desarme de la ciudadanía. Es el sello superestructural que mantiene sujetos todos los otros cabos. De ahí que el binominalismo sea sobre todo un problema valórico y de concepción democrática.



Hoy existe la posibilidad de promover y concretar un gran acuerdo político electoral democratizante entre la Concertación y los sectores de izquierda que están fuera de ella y cuyos porcentajes de apoyo electoral por escasos que se les quiera hacer aparecer, son indispensables -ya lo demostraron el 89 y el 2000- para abrir un cauce democrático en Chile. Cauce que aunque parcial debería convertirse en un gran punto de avance, generando entre otras, una motivación mínima para un importante segmento de no inscritos que pueden ser definitorios en devolverle dignidad a la política chilena.



Para ser alternativa a la derecha obviamente hay que dejar de hacer política de derecha, y estar por tanto dispuestos a abrir cauces de democratización efectiva -transparencia en el financiamiento electoral, proporcionalidad, acceso igualitario a los medios de comunicación, inscripción automática y voto voluntario, etc.-, mecanismos que le permitan a cada ciudadano sentirse parte plena del país, al menos, en una cuestión que es básica: la organización política de la sociedad.



Por incierta que sea la posibilidad de este acuerdo, éste es probablemente una de las pocas cosas que valen la pena por estos días en política. En caso contrario, seguiremos observando con tristeza como a 10 años de iniciada la transición sólo el 45% de los chilenos declara creer seriamente en la democracia (informe 2000, PNUD), como los no inscritos, en su mayoría jóvenes, se alzan sobre los dos millones y cómo la derecha, a punta de dinero, travestismos varios e influencia sin contrapeso en las comunicaciones y las (no) libertades culturales, legitima en las urnas el poder que hasta ahora sólo había sido capaz de arrebatar por la fuerza y el crimen.



¿Veremos a Cardemil -el mismo que ocultaba los resultados del No el año 88 para permitir las maniobras que por estos días han quedado al descubierto- administrando la «democracia» desde la Moneda?



Aunque hoy los horizontes sean más estrechos y las alamedas no estén a la vuelta de la esquina, la invitación, parafraseando a Saramago, no puede ser otra que a retomar y redoblar esa lucha por la democracia que es de todos los días y de todos los espacios y que es ante todo, una lucha por la civilización y la cultura humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias