Publicidad

Gabriela Mistral nos invita a amar a Chile

En tiempos que parecemos solo mirar nuestros problemas inmediatos y concretos, es bueno recordar este punto. O’Higgins no dudó en arriesgar todo por esta osada empresa. Lo hizo por amor a un ideal, pero también por una razón muy concreta: si la libertad del Perú no estaba garantizada, la independencia de Chile estaría siempre en entredicho.


En estos días aciagos me he encontrado con el libro de Jaime Quezada Escritos políticos de Gabriela Mistral. Invito a leerlo, sobre todo a los jóvenes, y particularmente a las jóvenes que aman la autonomía y la entrega a los demás.



En estos escritos, Gabriela Mistral se declaró hija de la democracia chilena. «A mí me gusta la historia de Chile, como un oficio de creación de la patria», afirmaba. Para ella el arcángel de la raza, -por qué no creer que cada uno lo tiene – «nos llamó a la prisa, a un ritmo benéfico que vale más que un mazo de doctrinas y también vale más que una tradición que se apoltrona».



Para ella, esa prisa se expresaba en el primer vagido de un recién nacido Chile independiente. Nada menos que partir a liberar el Perú: «Así es como se llama prisa la formación de la Primera Escuadra Libertadora del Perú, al día siguiente, como si dijéramos, de nuestra independencia. La hicimos improvisada en días de pobreza, con miras a afianzar la libertad recién nacida y con vistas a una política de unidad sudamericana».



En tiempos que parecemos solo mirar nuestros problemas inmediatos y concretos, es bueno recordar este punto. O’Higgins no dudó en arriesgar todo por esta osada empresa. Lo hizo por amor a un ideal, pero también por una razón muy concreta: si la libertad del Perú no estaba garantizada, la independencia de Chile estaría siempre en entredicho.



Para Gabriela el genio creador de la Patria también era espiritual. En efecto, «diligencia se llama, asimismo, la creación de un movimiento humanístico, desarrollado por don Andrés Bello en época y circunstancias prematuras, cuando la América Latina era todavía campo de guerrillas y no pensaba en velar por la herencia de una cultura latina llevada a tierras criollas».



Y, por cierto, para Gabriela la educación había sido motivo de la prisa creadora de la patria. «Se llama celeridad la ley de Instrucción Primaria Obligatoria, dictada y cumplida con el fin de liquidar el analfabetismo, y que llevó la escuela a la última quebrada o isla del territorio, triplicando el presupuesto».



Pero su amor por la patria no le impedía ver sus lados oscuros de militarismo y nacionalismo estrecho que la identificaba con la orden del Cóndor, el pico ganchudo y la garra metálica. Ella amaba más la orden del huemul, la de la hospitalidad y sensibilidad para todo compatriota y para todo extranjero.



Sabía ella el dolor de estar fuera de la patria o de no ser reconocida en sus méritos de mujer rebelde. Aunque reclamaba en el México de Vasconcelos que nunca hay destierro en nuestra América. Este secretario de instrucción pública la había invitado a participar en la tarea de inundar el país de libros.



Ella reclamaba con la estrechez de una patria que no acogía al campesinado, a los obreros y a los indígenas. De ello se declaraba culpable. Pues creyente que era, la comunión de los santos nos hacía crecer en las virtudes de otros. Y de igual forma todos somos culpables de no haber detenido la expoliación de los pobres y de los indígenas.



Por ello afirmaba que la última generación chilena quería «una economía del Estado, llena de sentido moral, que vaya de la creación de la riqueza al reparto honesto y acelerado de ella, para el bienestar afincado de una chilenidad que es exigidora por ser agudamente capaz».



El informe del PNUD del 2000 demostró que dos tercios de los chilenos creen que es más lo que nos divide que lo que nos une. La mayoría cree que no es bueno hablar del pasado. Un 36,1 por ciento declara derechamente que «mientras en mi casa los cosas anden bien, la situación del país me importa poco». Pues ingenuamente creen que «pueden cumplir sus metas independientemente de la situación del país».



Gabriela Mistral nos llamaría a cambiar y a participar en política, actividad que reclamaba como parte de su Chile natal. «País civilísimo del civis político y del civis social», como decía. «Voy convenciéndome de que caminan sobre la América vertiginosamente tiempos en que ya no digo las mujeres, sino los niños también, han de tener que hablar de política…» para combatir la injusticia social «que hace tanto bulto en el continente como la cordillera».



Por ello declaraba que «yo no tengo por mi pequeña obra literaria el interés quemante que me mueve por la suerte del pueblo. Hay en ello el corazón justiciero de la maestra que ha educado a los niños pobres y conocido la miseria obrera y campesina de nuestros países».



En tiempos en que la legítima autonomía personal se confunde con individualismo y la muchas veces razonable crítica a la política se transforma en desprecio a la participación, bien haríamos en recordar a esta Gabriela Mistral olvidada.





* Director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



___________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias