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Todos fuimos del Frente


En los años 80 todos fuimos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Aunque no compartiéramos sus métodos, aunque sospecháramos de su vocación democrática -eso de que nunca respondían claramente si su aporte con las armas a la lucha contra la dictadura era para reinstalar una democracia o, Ä„quién nos libre!, crear una dictadura del proletariado-, aunque intuyéramos que finalmente terminarían por ser mayoritariamente digeridos por el Partido Comunista, al Frente se le daba el aval por los tiempos que corrían: la dictadura estaba ahí y la adhesión o la oposición a ella marcaba una distinción que no era ideológica, sino que ética.



Muchos creen que hay una maniobra política de alto o bajo vuelo tras las acusaciones de vínculos pretéritos de la Ministra de Defensa, Michelle Bachelet, con el FPMR. No sé. Lo que sí es que me empuja a recordar esos tiempos en que la vivencia política -que afortunadamente no tiene por qué tener que ver con la militancia- tenía condimentos de ética y no de arreglines, coimas o esta sucia conformidad que ronda a tantos y que, creo, ha sido el mejor caldo de cultivo de la corrupción.



Hoy, cuando la derecha alza la voz y pide que se aclare el asunto de la Bachelet, «para que se conozca la verdad», como dijo Sebastián Piñera, no olvido que fue la derecha -y Piñera estaba ahí, ¿o no?- la que impuso que la verdad -la dura, la de los años de represión y muerte, la de las privatizaciones sin transparencia, la de las empresas fiscales sin fiscalización alguna- no pudiese ser revisada.



El diputado Maximiano Errázuriz, que cada cierto tiempo, con esa voz como quebradiza, dice un par de verdades, señaló en La Radio que no había que prestarle atención al cuento de Bachelet porque, por ejemplo, dirigentes de la UDI tienen un pasado muy «discutido».



O, en su defecto, habría que prestarle atención y, si se aguanta, llegar a la verdad, pero a toda la verdad. Cuando se menciona como al pasar, y a estas alturas hasta con pudor, que en la derecha hubo colaboradores de la dictadura, lo que se está expresando es que allí hubo sujetos que avalaron las violaciones a los derechos humanos -y, tememos, que algunos las volverían a justificar o las siguen justificando- y que, por los entuertos propios de esta transición tan puta y engreída, ahora sienten que son los llamados a definir quiénes son los demócratas y quiénes no.



Yo me niego a eso. Sé que la política se ha convertido en buena parte en una chacota, pero a ese triciclo no me subo. Soy parte de una generación que tuvo que hacer su aprendizaje político desde lo mínimo: valorando esas libertades imprescindibles que aquí estaban canceladas, asimilando que nadie puede arrogarse el derecho sobre la vida de otro, porque eso obliga al otro a defenderse y a no cancelar el matar de entre sus posibilidades. Escribí bien: obliga.



Por eso, en esos momentos, todos fuimos del Frente: a los que se opusieron contra el nazismo, incluso con las bombas, nadie les puede reprochar su elección. Su elección de entonces, que no la de ahora.



Los que quieren hacernos creer que era peor combatir la dictadura que la dictadura misma tal vez solamente están exhibiendo parte de su prontuario (y tienen esa reconfortante seguridad de saber que aquí el consenso se edificó sobre la injusticia).



Por otro lado, los nostálgicos de esa retórica revolucionaria que era digerible sólo por las circunstancias apremiantes de esos tiempos son, probablemente, víctimas y victimarios a la vez. Víctimas, porque la experiencia los tiene encarcelados en su retórica antigua. Victimarios porque ellos mismos han incorporado una dureza que no se compadece con la experiencia que vivieron (piénsese en lo que el PC le ha hecho a Jorge Pavez, que, en todo caso, no me cae bien; o no me cae, porque poco lo conozco).



El domingo por la noche, por ejemplo, soporté durante largos cinco minutos la Entrevista del Domingo, en TVN, a Gladys Marín. Su defensa del régimen cubano, sin matiz alguno, me recordó a Francisco Javier Cuadra cuando defendía, como Ministro Secretario General de Gobierno, a la dictadura de Pinochet: ligera excitación, asertividad, algo de coquetería, pleno manejo de las cámaras y, sobre todo, impermeabilidad ante los argumentos contrarios.



Seguramente saldrá algún ocurrente que me acuse de liberal y pretenda ubicarme al lado esos prohombres como Schaulsohn, Halpern, Allamand, o «los chicos risueños de la derechización de la Concertación» (los de Expansiva, que tan bien han sabido aprovechar en el sector privado la beca que les dio el Estado enseñándoles cuando los reclutó en el aparto estatal) u otros. A ellos les repito: yo no soy liberal, soy libertario.



* Jefe de Prensa de Radio Bío Bío de Santiago.



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