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Al parecer las cosas pueden empeorar antes de empezar a mejorar


Bush y los republicanos han ganado las elecciones en los EE.UU.. Esta vez han ganado estrechamente la votación popular, además del colegio electoral. No tuvieron que recurrir nuevamente al fraude refrendado por una Corte Suprema conservadora, como la otra vez, aunque algo tenían preparado en Florida nuevamente al parecer, por si las moscas. Han ganado además las elecciones al Congreso, aumentando levemente la mayoría de un voto que tenían en el Senado, y de una veintena que tenían en la Cámara de Representantes. Puesto que Bush debe nominar al menos tres jueces a la Corte Suprema durante su segundo mandato, lo probable es que se refuerce allí también la mayoría conservadora ya existente.



El mapa electoral de los EE.UU. no cambió fundamentalmente, e incluso el estado de Nueva Hampshire que votó por Bush el 2000 ahora lo hizo por Kerry. Sin embargo, ambas elecciones fueron fundamentalmente diferentes, por dos motivos a lo menos. La elección del 2000 la perdió estrechamente un Bush relativamente desconocido y con un programa centrista. Esta elección la ganaron un Bush y un Partido Republicano que mostraron bien a las claras su feo rostro fundamentalista, neoconservador y agresivo. En segundo lugar, la otra elección la perdió Bush estrechamente, contra una opinión pública democrática desmovilizada y en parte dividida. Esta vez, en cambio, Bush ganó la elección asimismo en forma estrecha, pero contra una opinión pública estadounidense democrática unida y completamente volcada en su contra con todas sus fuerzas, que son considerables.



Nadie en los EE.UU. consciente del peligro que significan Bush y los neoconservadores dejó de movilizarse activamente en esta elección. Se movilizaron millones de personas, artistas, intelectuales, jóvenes, organizaciones sindicales, ambientalistas, feministas, gay, y en general todas las organizaciones y que persiguen objetivos progresistas, compasivos, y sensatos.



La prensa se pronunció en lo fundamental abiertamente en contra de Bush. El Partido Demócrata realizó un esfuerzo de campaña extraordinario, recaudando centenares de millones de dólares y movilizando a más de un millón de voluntarios. Hubo varias manifestaciones gigantescas, de centenares de miles de personas, a favor de las principales causas progresistas, principalmente contra la guerra de Irak, y todas ellas fervorosamente en contra de Bush. Se lograron evitar todas las provocaciones y el movimiento contra Bush fue de extraordinaria amplitud y pacífico.



El número de votantes en esta elección fue extraordinario, y una mayoría clara de los nuevos votantes lo hicieron en contra de Bush. Se esforzaron todos ellos hasta el último minuto, como muestra la fotografía de una estadounidense bien típica que desesperadamente llama a los automovilistas a votar en contra de Bush el día mismo de la elección.



Ellos representan lo mejor de los EE.UU., su mejor tradición democrática y libertaria. Aquella que en su momento, bajo la conducción del Presidente Franklin Delano Roosevelt llevó a ese país a liderar una salida democrática y compasiva frente a la crisis de 1930. Y más tarde, en alianza con la Unión Soviética y Gran Bretaña, principalmente, a derrotar el fascismo alemán, e italiano, y al militarismo japonés, durante la Segunda Guerra Mundial. Es la misma gente sencilla, culta, sensata, honrada, honorable, y valiente, que logró sacar a los EE.UU. del marasmo colonialista en que se vieron envueltos en Viet-Nam, y luego desbancar a un Presidente como Nixon, que representaba por el contrario, al igual que Bush, la cara fea de los EE.UU..



La verdad es que el mundo entero debe a todos estos estadounidenses un tributo de respeto en este momento de derrota transitoria.



El triunfo de Bush muestra que el temor, principalmente al desempleo y al terrorismo, han arraigado fuertemente en una masa mayoritaria de la sociedad estadounidense. Por otra parte, los fundamentalismos religiosos y las ideas más reaccionarias han convencido y movilizado a una fracción significativa de la opinión pública estadounidense, en todos los estratos sociales.



Se ha extendido a través de la sociedad estadounidense la visión de los habitantes de los suburbios acomodados, que viven en un mundo aparte, protegidos por cercas, barreras, y guardias privadas, desconfiando del mundo alrededor de ellos, al que visualizan como una masa de gente obscura y peligrosa, que amenaza su privilegiada forma de vida.



La imagen que hoy día tienen muchos estadounidenses acerca de sí mismos y del mundo no dista mucho de la de los súbditos de El Rey León, y no parece mucho más sofisticada tampoco que esa película de Disney.



Sin embargo, el temor es cosa fea. No hay peores reacciones humanas que aquellas motivadas por el temor, No hay atrocidades que no puedan cometer las sociedades dominadas por el temor. Eso bien lo saben las víctimas del holocausto nazi, los cien mil iraquíes que ya van muertos en la guerra, y muy bien lo sabemos los chilenos.



El triunfo de Bush y los republicanos no augura nada bueno ni para los EE.UU. ni para el mundo, porque las fuerzas reaccionarias que están detrás de ellos son poderosas y muy oscuras. Sus designios son explícitos y demenciales. Quieren nada más y nada menos que asegurar el dominio mundial del imperio americano por un siglo.



Conscientes de que su declinación económica es irreversible frente al paso de las regiones más pobladas del planeta a la era moderna, pretenden asegurar su dominio por la fuerza. Tienen la idea que su poder debe ser ejercido abiertamente, agresivamente, sin contrapeso, unilateralmente, y constantemente por la vía militar si ello es necesario. Piensan que deben impedir por la fuerza el surgimiento de cualquier potencia militar que rivalice con la suya. Tienen la idea que los demás se van a alinear detrás suyo de una u otra manera.



El delirio neoconservador es, ni más ni menos, el viejo sueño del dominio mundial por la fuerza, que en su momento tuvieron los nazis y que condujo al mundo a la hecatombe. El hecho de que dementes de esta calaña se hayan hecho del poder en la nación más poderosa del planeta, y que ahora refuercen su poder significativamente es muy preocupante. Nadie puede quedar indiferente.



Sin embargo, y bien lo sabemos los chilenos, la demencia, la maldad, aún aquella en el poder más absoluto, son posibles de derrotar. A condición de enfrentarlas con unidad, amplitud, constancia, y decisión. Los delirios demenciales duran felizmente poco cuando se enfrentan a la reacción masiva de la humanidad sensata. Y cuando se enfrentan además a las consecuencias de sus propias acciones. Como está ocurriendo en estos mismos momentos en Irak, donde el pueblo heroico de un país pequeño y atrasado está poniendo en jaque día a día, y derrotando estratégicamente según confesión de sus propios generales, a los ejércitos del imperio milenario de los neoconservadores.



Lamentablemente, aunque duran poco, estas excrecencias de la conducta humana revestidas transitoriamente del aura de respetabilidad del poder son capaces de provocar daños inmensos. Y lamentablemente, su reciente victoria obtenida en las elecciones de los EE.UU. auguran que las cosas bien pueden empeorar antes de empezar a mejorar.



Manuel Riesco es economista (mriesco@cep.cl)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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